27 de septiembre de 2015

DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (4).

                                            DIARIO DE UN PROFESOR ACOSADO (4).


No pude resistirme a leer el correo: fui incapaz de dejarlo para la mañana siguiente y me quedé sin palabras en cuanto empecé a ver el contenido.

“Profesor, después de lo que sucedió esta mañana creo que ha llegado el momento de que sepas, si es que no eras consciente ya, que soy yo, Patricia, la alumna que sueña contigo, la que te desea, la que se masturba a diario pensando en ti, en tu mirada, en tu voz, en tus manos, en todo tu cuerpo. Soy yo quien te ha estado provocando  estos últimos días. Sinceramente, he decidido confesártelo ya hoy porque observé que, mientras hacía el examen, no dejabas de mirarme con cara de deseo y, además, me di cuenta de que hacías movimientos extraños con tu mano dentro del bolsillo del pantalón. Por último, al acercarme para besarte como agradecimiento  por permitirme recuperar el examen, sentí tu entrepierna muy dura y abultada. Así que me parece que tú también te mueres de ganas por mí y con eso he logrado la primera parte de mi objetivo: acosarte hasta llamar tu atención para que estuvieras pendiente de mí y me desearas”.

Continué leyendo el correo lleno de asombro y curiosidad:

“Cuando llegué a casa después del examen, ¿sabes que hice? Recordar la dureza sentida en tu cuerpo, tu miembro hinchado pegado a mí durante unos muy breves instantes pero suficientes para que encenderme todavía más y llevarme a hacerme unos dedos imaginándote. Me corrí delicioso, más que ninguna otra vez hasta ahora, pues jamás había tenido la ocasión de gozar del roce de tu cuerpo, de tu paquete.

Pero, por supuesto, no me voy a conformar con eso. Es sólo el primer paso. Ahora quiero más, mucho más. Todas las fantasías sexuales que he tenido desde que empezaron tus clases y desde que te vi por primera vez, todos esos instantes tocándome y masturbándome sola, aunque contigo en la mente, todo eso quiero compartirlo contigo. Soy muy impaciente y quiero comenzar ya a ver cumplidas esas fantasías contigo y a poseerte entero para mí.
Seré yo quien marque las reglas del juego, la que establezca qué, cómo, cuándo y dónde. Y lo digo así, tan segura, porque estoy convencida de que no podrás negarte, pues ya has caído en mis redes. Continuaré acosándote y teniéndote en vilo por no saber cuándo aparecerá la fiera sexual y en celo que estoy hecha. Si te lo ganas, te concederé luego el papel de “amo” para que seas tú tome las riendas del juego. Te advierto de que no será fácil. Para eso tendrás que cumplir todo lo que mi mente perversa, calenturienta, de puta, sí, de auténtica zorra, ha maquinado desde el principio de curso y siga tramando. Te aseguro que son cosas que nunca te habrías imaginado y menos de una mujer joven como yo y tu mejor alumna.

He preparado una lista con cada una de mis fantasías. No pienses que te las voy a revelar todas de golpe: perdería el encanto. La primera te la comunicaré mañana, después de las clases. Te esperaré en el baño de chicos, 10 minutos más tarde de que finalice la última clase. Así ya no quedará nadie por ahí y no nos molestarán. Estaré esperándote dentro de uno de los habitáculos con la puerta cerrada. Más vale que te presentes porque, si no, te acosaré de tal manera que terminarás por venir a mí desesperado, suplicándome e implorándome por mi cuerpo. Lo que has visto estos días no es nada comparado con aquello que te puedo dar.

P.D.: Por cierto, debes cuidar más la vigilancia sobre tus alumnos. Te he sacado fotos durante las últimas clases y ni siquiera te has percatado. ¡Qué deliciosas corridas he tenido mirándolas! Y eso que estabas vestido. Muero de ganas por ver ese cuerpo desnudo y tener todo ese bulto que se te marca bajo los pantalones dentro de mí”.


Así terminaba el correo electrónico. Aparecían varias imágenes de mi entrepierna y de mi culo que Patricia había logrado obtener durante las horas de clase. Yo mismo me sorprendí al comprobar que en algunas se me marcaba bastante el paquete. En una, incluso, se dibujaba sobre el tejido del jeans la silueta de mi polla.
Era innegable que mi alumna sabía jugar sus cartas a la perfección y que tenía una imaginación sexual muy desarrollada.
Otra vez tardé en conciliar el sueño. Patricia me tenía totalmente atrapado. Estaba sin escapatoria: si no acudía a ese encuentro en los baños, sabe Dios qué clase de “tortura” me tendría preparada. Debía acudir, no me quedaba más remedio.  Me quedé pensando también cómo sería la situación durante la siguiente clase. ¿Cómo reaccionaría yo, cómo sería la actitud de Patricia?

El sonido del móvil me arrancó de golpe de todos estos pensamientos. Me alertaba de la llegada de un nuevo correo. A esas horas de la madrugada sólo podría ser de ella, de mi alumna. Tomé el teléfono y comprobé que había acertado.

“¿No puedes dormir?” rezaba el asunto y venían cuatro archivos adjuntos.

-Esta chica es una auténtica experta. Conoce mis reacciones, sabe cómo me siento- pensé antes de pulsar sobre el correo para leerlo.

“Querido profesor. Sé que después de haber leído mi primer correo estarás impactado, pero, por otra parte, aliviado por conocer ya definitivamente que soy yo tu acosadora. También me imagino que estarás ahí, en tu cama, dándole vueltas a la cabeza y que habrás tomado la decisión de acudir al encuentro. Tú también me vas conociendo poco a poco y habrás comprendido que es lo mejor, pues, si no,  te quedaría por delante un auténtico martirio debido a mis artes. Relájate, mi profesor. Todo va a salir bien. Yo soy muy discreta y seguro que tú también lo eres. ¿sabes lo que estoy haciendo ahora? Te mando unas fotos para que lo compruebes por ti mismo. Tal vez deberías hacer lo mismo que yo. Te ayudará adormir a gusto y relajado. Buenas y ardientes noches, profesor. Nos vemos mañana”.

El poco sueño que tenía desapareció al leer las palabras de Patricia. Intuía cuál sería el contenido de las fotos, lo que no imaginaba era su intensidad. Abrí la primera y aparecía ella de cuerpo entero, desnuda por completo, tumbada en la cama y abierta de piernas. En su rostro se dibujaba una sonrisa pícara y sus ojos verdes miraban a la cámara llenos de provocación. La mano derecha estaba colocada sobre la teta del mismo lado. El pecho izquierdo estaba a la vista, precioso, y en esa posición se veía el oscuro pezón erguido en relieve. Mi polla reaccionó y noté el cosquilleo al empezar a aumentar de tamaño y a empalmarse. Centré luego mi mirada en el sexo de mi alumna que lucía espectacular, depilado y ligeramente brillante por la humedad producto de su excitación. La verga se me puso tiesa por completo bajo mi bóxer celeste, única prenda con la que me disponía a dormir.

En la segunda foto Patricia estaba de espaldas, de rodillas sobre la cama con su macizo culo en pompa ofreciéndomelo entero. La cabeza la tenía vuelta, mirando sonriente al objetivo. ¡Qué glúteos, qué forma tan sensual! ¡Y esa raja en medio y el agujero del ano! Ver todo ese espectáculo provocó que manchara mi bóxer, mojándolo con la intensa y olorosa humedad de mi polla.

En la tercera foto el asunto subía todavía más de tono. Mi alumna me ofrecía un perfecto primer plano de su coño penetrado por un dildo de color rosa. Lo tenía metido prácticamente hasta el fondo. El sexo de la joven estaba completamente húmedo y manchado de restos de flujo espeso y blanco. No pude resistirme más: introduje mi mano dentro del bóxer y empecé a masturbarme. Al primer contacto con mi polla la mano se me llenó de un líquido pegajoso y caliente. Otra vez Patricia me había llevado al límite. De nuevo tenía ahí a su profesor tocándose por ella, magreándose la verga y agitándosela. Sin perder de vista el coñito de mi alumna, me machacaba el pene a un ritmo cada vez mayor. Opté por quitarme el bóxer y tirarlo al suelo para estar más cómodo. Mi mano recorría toda la extensión de mi miembro, rozando el glande y cada milímetro de piel. Había perdido el control y lo único que deseaba en ese instante es que fuera la mano de patricia la que me estuviese masturbando, la que me apretase la polla hasta ordeñarme y sacar toda mi leche.

Abrí como pude la cuarta y última foto y observé una enorme mancha sobre las sábanas rojas de la cama de Patricia: había llegado hasta el final, se había corrido, empapando la cama por completo desde la entrepierna hasta los pies. Era increíble la oscura intensidad de aquella mancha. No dejé de mover mi mano ni un segundo, pero, al ver hasta dónde había llegado mi alumna, di un último acelerón a mi trabajo manual, noté el típico cosquilleo de antes de la eyaculación, pensé en Patricia, en su pronunciado escote, en sus magníficas tetas, en ese trasero que me volvía loco, en su coño penetrado, sucio y seguro que oliente y me corrí lanzando varios chorros de esperma que cayeron sin control alguno sobre mi cama y sobre el suelo del dormitorio.

Permanecí inmóvil unos segundos, con mi mano aún rodeando mi verga, de cuya punta todavía salían las últimas gotas de leche que resbalaban hacia abajo hasta impregnarme la mano.

-¡Joder! ¡Otra vez ha hecho conmigo lo que ha querido!- pensé mientras trataba de secar de mi frente el sudor que la bañaba.


Al final el sueño, ya a altas horas de la madrugada, me venció. El sonido del despertador interrumpió bruscamente mi corto descanso ya por la mañana temprano. Salí de la cama, me duché rápido, desayuné algo y salí para las clases. Tenía un cosquilleo en el estómago que no me dejaba tranquilo. Iba nervioso, sin saber cómo reaccionaría cuando viera a Patricia en el aula y, sobre todo qué sucedería al final de la mañana en el baño.
Al entrar en el aula de la clase de Latín, el miedo se apoderó de mí y fui incapaz de mirar a los alumnos en un primer momento. Sin levantar la vista del suelo dije “Buenos días” y me dirigí a mi mesa. Una vez allí ya no me quedó más remedio que elevar la mirada: justo delante de mí, en primera fila, en la mesa que está frente al profesor, se encontraba Patricia. Venía sin maquillar, al natural, preciosa, con su cabello recogido en una juvenil trenza. Llevaba una camiseta blanca sin mangas, con flores estampadas en la parte delantera. Debía de ser nueva, pues no se la había visto antes puesta y el tejido blanco estaba reluciente. Además lucía una minifalda de vuelo con cuadritos verdes y marrón café de tipo escocés. Apenas le cubría la primera parte de los muslos, dejando al descubierto las piernas casi en su totalidad.



Las tenía estratégicamente cruzadas y calzaba unos zapatos multicolor con plataforma. Estaba espectacular. Volví a mirar la faldita y parecía sacada de su época de colegiala. Patricia me pilló observando la prenda, me miró a los ojos y me sonrió.



Comencé a dar la clase, escribí unos conceptos en la pizarra y me giré para continuar con la explicación de cara a los alumnos. Mi mirada se dirigía una y otra vez a los muslos y a la falda de mi alumna, mientras proseguía como un autómata con la explicación del tema. Mi mente empezó a desear que Patricia descruzara las piernas: me moría en aquel instante por ver algo más. Me había dicho, cuando comenzó con el acoso, que no solía usar bragas, y mi verga se iba empalmando poco a poco al recordarlo y pensar que no llevase hoy.
Comprobé entonces cómo varias alumnas me miraron la entrepierna: se habrían dado cuenta de que mi bulto había aumentado de tamaño. Traté de concentrarme y de seguir la explicación pero ni hubo manera de impedir que mi polla se empalmase cada vez más. Continué dando la clase tratando de disimular al máximo mis miradas a la entrepierna de Patricia, que seguía en la misma postura. A veces movía un poco las piernas como si fuera a descruzarlas pero nunca llegaba a hacerlo. Me miraba y sonreía: estaba jugando conmigo y se sentía a gusto con ese juego.

La clase avanzaba y no fue hasta que faltaban unos minutos para concluir cuando pude ver algo más. Los alumnos estaban terminando de hacer una traducción y Patricia levantó la mano para avisarme de que tenía una duda. A la vez que levantó la mano, descruzó las piernas lentamente. La tela de la faldita quedó muy subida y mi alumna tenía los muslos parcialmente abiertos.



Era mi oportunidad: clavé mis ojos en la entrepierna de la joven y pude ver con total nitidez unas braguitas de encaje blancas inmaculadas. Mi polla palpitó varias veces ante semejante estímulo. Fue una auténtica delicia ver esa prenda íntima tan sexy. Sin embargo, estaba confuso: Patricia me había escrito al inicio del proceso de acoso que no usaba bragas y ahora, justo hoy, el día en que me había citado en los baños, llevaba unas puestas. No lo entendí en aquel momento pero un par de horas más tarde mis dudas al respecto se aclararon.

Me fui acercando a mi alumna y, al llegar ante ella, pude admirar todavía más de cerca la blancura de su ropa íntima. Sabía de sobra que tenía vía libre por parte de Patricia para observar las bragas sin necesidad de tener que disimular delante de ella, así que mantuve unos segundos más mi vista fija. Cuando le pregunté que cuál era la duda que le había surgido, me respondió que ninguna, que ya la había resuelto ella sola. En cuanto me hizo ese comentario, volvió a cruzar las piernas dando por concluida su breve exhibición.

La clase concluyó y los alumnos fueron abandonando el aula. Patricia se quedó rezagada a propósito. Fue la última en salir. Antes de hacerlo se acercó a mi mesa y me dijo:

- No te olvides, profesor. En los baños de chicos, minutos después de terminar la última clase.

Me limité a asentir y a seguir con mi vista cómo la joven salía del aula contoneando sus caderas y su culo a cada paso que daba a sabiendas de que yo la estaba observando.



Mi calentón era enorme pero debía dirigirme a la siguiente clase. Siempre dejo unos breves minutos entre clase y clase para dar tiempo a los alumnos a cambiar también de aula. Me sentía la polla dura, hinchada y tiesa y necesitaba aliviarme. No podía dar así la siguiente clase. Me apresuré a la zona de los baños, entré y me encerré en uno de esos pequeños aseos. Me bajé el pantalón y comprobé la mancha de humedad que había en la parte delantera de mi bóxer verde pistacho.



Bajo la prenda se encontraba mi verga empalmada y gruesa. Deslicé el bóxer hasta la mitad de los muslos y comencé a masturbarme.



No disponía de mucho tiempo, tenía que ser una paja rápida, lo suficiente como para poder calmar por un rato mi calentón.

Comencé a agotar mi polla de forma rápida y enérgica. De fondo se oían las voces por el pasillo de los alumnos que cambiaban de aula. Con ese coro de fondo seguí machacándome el pene, con los ojos cerrados, pensando en Patricia, en su rostro, en su cuerpo, en sus muslos, en esa faldita tan corta que llevaba hoy y que con el caminar elevaba su vuelo de forma que casi dejaba al descubierto el inicio de los glúteos. El tiempo me apremiaba y aceleré un poco más. Dejé de recorrer con la mano la extensión de toda mi verga y me centré exclusivamente en el glande. Sé que cuando quiero precipitar la eyaculación eso nunca falla. Envolví con mi mano aquel rojo y húmedo redondel con su agujerito en el centro y lo agité una, dos, tres, cuatro veces. Me encogía del placer que sentía y, al notar que estaba a punto de correrme.
Apreté con fuerza varias veces más y provoqué que un interminable chorro de leche saliera disparado ensuciando las losas y el suelo del aseo. Un segundo y un tercer chorro, ya menos enérgicos, me dejaron vacío de esperma y a aquel baño impregnado por completo de mi semen y oliendo a él.

Llevado por las prisas, me subí el bóxer, que se manchó con los últimos restos de esperma que salían de mi polla, y luego me recompuse el pantalón. Todavía sofocado y con la respiración agitada, entré en mi siguiente clase.
Las horas transcurrieron lentas. No me podía quitar de la cabeza el encuentro que iba a tener con mi alumna. La ansiedad y la curiosidad por ver qué es lo que ella tenía en mente lo único que hacían era hacer más eterno y lento el paso del tiempo.
Finalmente concluyó la última clase de la mañana. Por precaución dejé transcurrir unos minutos antes de dirigirme a los aseos, por si todavía quedaba allí algún alumno. Con lentitud me encaminé hacia ese lugar. El corazón parecía que se me iba a salir del pecho. La breve distancia que tenía que recorrer se me hizo eterna hasta que finalmente llegué a la puerta de los servicios. No me había cruzado con ningún alumno pero entré con mucha cautela, por si acaso. No había nadie dentro, ni en la zona de los lavabos ni en la de los urinarios, por lo que respiré aliviado. Las puertas de los pequeños habitáculos dotados con retrete estaban abiertas, menos una. La casualidad quiso que fuera justo donde me había masturbado horas antes. Respiré profundo y me acerqué a esa puerta cerrada. Dentro no se oía nada. No sabía si era realmente Patricia la que estaba dentro. Toqué varias veces con los nudillos sobre la puerta. Me sorprendió ver que no había nadie dentro. Sin embargo, aún se apreciaban los restos de mi corrida.

No comprendía nada. ¿Se habría arrepentido mi alumna? ¿Formaría parte este plantón  de su juego? Confuso y desconcertado me dispuse a salir del habitáculo pero me di cuenta de que detrás del retrete, en la parte de abajo, sobresalía un sobre grande de color blanco. Me agaché y lo cogí. Estaba cerrado y al palparlo noté algo abultado y blando dentro. Mi curiosidad me llevó a abrirlo y no di crédito a lo que había dentro: unas braguitas blancas. Y me resultaban familiar. Sin duda alguna eran las de Patricia. No salía de mi asombro e iba a sacarlas pero me percaté de que en el sobre había también un papel perfectamente doblado y plegado. Extraje primero ese papel y lo fui desdoblando. Era una nota de mi alumna en la que me aclaraba todo.

“Mi deseado profesor:
Perdón por no estar presente en persona. Todo forma parte de mi plan, era algo premeditado. Seguro que antes, al verme las bragas durante la clase, te extrañaste de que las llevara. Sigo sin usarlas pero hoy he hecho una excepción. Las compré ayer en una tienda de lencería y me las he puesto hoy con un único fin: regalártelas.



Quiero que las tengas así, usadas, con mi olor íntimo impregnado en ellas para que puedas olfatearlas cada vez que quieras, para que cuando te masturbes puedas aspirar mi aroma a la vez y pienses en mí y me desees, para que te corras con mi olor dentro de tu nariz. Sé que te va a gustar tenerlas y que en cuanto acabes de leer la nota las abrirás, las tocarás, las olerás y las besarás. Al quitármelas hace unos instantes aún estaban húmedas. He estado toda la mañana con el coño chorreando y mojado, mirándote en clase, observando cómo te crecía tu bulto. Cuando entré en los baños y me metí aquí dentro, me he tocado, me he frotado el coño con la mano puesta sobre las bragas y te las he dejado bien empapaditas para que las disfrutes al máximo.

Pero yo también quiero mi premio. Sí, profesor, una de las expresiones que he aprendido contigo es “quid pro quo”. Te vas a llevar mis braguitas pero a cambio te voy a pedir dos cosas: la primera es que te bajes los pantalones, te quites el bóxer o slip que lleves puesto y lo metas en el sobre. Lo cierras y lo dejas en el mismo sitio y de la misma forma en que lo encontraste. Pasaré luego a recogerlo. Yo también quiero olerte, tener tu aroma, aspirar el olor que deja tu polla, el de tus flujos. Seguro que mientras me mirabas en clase has mojado y manchado tu prenda íntima. Así que a partir de ahora mis masturbaciones serán más deliciosas. Estoy ansiosa por saber si será bóxer o slip, el color, su textura.

La segunda cosa que te pido es que apuntes tu número de móvil en este mismo papel. Tener tu dirección de correo está muy bien, pero creo que me he ganado a pulso tener tu teléfono. No te arrepentirás de apuntarlo. Te lo aseguro.
Antes de terminar quiero decirte algo sobre mis fantasías. Ya te comenté que eran muchas, pero las irás sabiendo de una en una. Deseo realizarlas todas contigo. Hoy te indicaré cuál es la primera: ir juntos a un sexshop. Te he puesto una facilita para empezar, para que no te asustes. ¿vendrás conmigo, verdad profesor? No dejarás que una jovencita ingenua vaya sola a un sexshop, tu alumna tan aplicada. A saber las cosas que me puedo encontrar ahí dentro.
Me pondré en contacto contigo para darte las instrucciones necesarias. Ahora te toca desnudarte y quitarte tu prenda íntima. Quiero tenerla ya en mi poder.

Besos calientes, mi querido profesor.”

Me quedé impresionado tras leer la nota. Patricia era una perfecta estratega. Su forma de llevar ese juego me tenía totalmente excitado y ansioso. Y fue allí, dentro de aquel maloliente aseo y después de haber leído su escrito, cuando tuve por primera vez claro que quería hacer el amor con mi alumna, sin importarme nada más. Mejor dicho, deseaba follar con ella como un salvaje.
Saqué las braguitas de Patricia del sobre y las abrí por completo. Busqué la zona de la entrepierna y me la acerqué a la nariz. Aspiré muy profundo, embriagándome del íntimo aroma a coño que de allí salía. En efecto, esa zona de la braguita aún estaba mojada, tanto que me dejó la nariz húmeda después de olerla. ¡Qué delicia de olor tan penetrante, tan a sexo!

Terminé de oler las bragas al completo: la cinturilla, la zona de los glúteos y del culo…..Quedé extasiado. Doblé la prenda y me la guardé, como si fuera un auténtico tesoro, en uno de los bolsillos de mi pantalón. Me quité los zapatos, luego me bajé y me saqué el jeans y me despojé de mi bóxer de color verde pistacho.









Patricia se iba a llevar un buen y merecido obsequio: había restos de semen seco de mi corrida matutina y manchas de humedad de la excitación del momento.



Lo metí en el sobre y acto seguido tomé un boli y fui apuntando dígito a dígito mi número de móvil en el papel de la nota. Al terminar de anotarlo, de meter el papel en el sobre y de cerrarlo, supe que ya no habría marcha atrás. Había sucumbido definitivamente al acoso de Patricia y estaba completamente en sus manos.

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