Casi no he podido conciliar el sueño en toda la noche. Me he pasado gran parte del tiempo dando vueltas en la cama, pensando en lo que me sucedió ayer. No consigo olvidarlo. Y lo que es peor: no quiero olvidarlo. Estoy ansioso e impaciente por llegar a la clase y ver si soy capaz de averiguar algo por mí mismo. No sé si mi alumna cumplirá de verdad su “amenaza” de no parar y de seguir acosándome hasta que consiga su objetivo. Me parece que la cosa va muy en serio: no creo que me hubiera dejado esas fotos de su desnudo así, sin más. ¿Qué será lo próximo que tendrá planeado? ¿Cuándo volverá a actuar?
Tengo que aparentar total normalidad, no quiero que nadie me vea diferente en cuanto a mi comportamiento. He de conservar la calma lo máximo posible, aunque sé que será difícil.
Antes de ducharme para ir a trabajar me he estado observando por unos instantes desnudo frente al espejo del baño. Sinceramente, no sé que habrá visto de especial mi alumna en mí o en mi cuerpo. Me veo completamente normal. Tal vez aparente algo de menos edad de la que tengo y mi cuerpo esté relativamente bien conservado, pero de ahí a despertar esa obsesión en ella hacia mí hay una gran diferencia. He contemplado mi polla, que siempre amanece empalmada y gruesa. Me he girado un poco y he visto en el espejo mi culo redondo y macizo. He recordado otra vez las palabras de mi alumna sobre que me mira el trasero cuando me giro en la pizarra y sobre que aprovecha para mirarme el paquete cuando hablo de frente y mi camisa no es demasiado larga. Se me han venido a la mente en ese momento pensamientos obscenos: ¿Qué daría mi acosadora por verme así? ¿Qué sería capaz de hacerme ella si me viera de esta forma, completamente desnudo y con la verga dura? Me he empezado a excitar. He comenzado a imaginar fantasías con mi propia alumna, algunas de ellas extremas y llenas de la más absoluta perversión. Sexo desenfrenado y salvaje, sin miramiento alguno, entre palabras lascivas tanto por su parte como por la mía. Juegos en privado y en sitios públicos con el morbo de poder ser descubiertos; prácticas de dominación y otras exhibicionistas; posturas inimaginables….Pensamientos sucios, obscenos, lascivos. Cuando me he dado cuenta, tenía mi mano derecha envolviendo la polla y había empezado a masturbarme. Mi alumna me dijo en la nota que se tocaba y se masturbaba todas las mañanas pensando en mí: a lo mejor estábamos coincidiendo en ese mismo momento en nuestros trabajos manuales. La diferencia radica en que ella sí puede ponerle cara y cuerpo completo a su inspiración masturbatoria, mientras que yo ando en esa maldita duda sobre de quién se tratará y lo que me ha llevado a pajearme es la situación que estoy viviendo, esas fantasías imaginadas y las dos fotos de mi acosadora que no se me han borrado aún de la retina. ¿Estará ahora ella gimiendo en su cama con uno o varios dedos dentro de su sexo? ¿Estará empapado su coño? ¿Tendrá ya las sábanas manchadas de flujo y se habrán mezclado esas manchas con las del día anterior ya resecas? ¿Cómo olerá esa cama? ¿Y su coño? ¿Qué olor desprenderá? ¿Intenso y penetrante? ¿Habrá jugado y acariciado también sus tetas hasta poner completamente tiesos esos pezones marrones oscuros? ¿Habrá alcanzado el orgasmo? ¿Uno? ¿Dos? ¿Cuántos?
Ya no he podido parar y he seguido masturbándome con ganas hasta el final. Mi pene, con esas venas tan marcadas sobre la piel, con ese glande rojo y palpitante, ha explotado de placer y los chorros de leche han salido disparados de forma descontrolada. He dejado el baño hecho un desastre, con mi semen derramado por el suelo y salpicado en los azulejos de la pared. Olía a sexo con un aroma profundo y penetrante.
La hora se me echaba encima y lo he limpiado a toda prisa antes de darme una ducha. Rápidamente he escogido la ropa y he optado por una camisa de cuadros verdes no muy larga, acordándome de mi alumna acosadora, para que no tapase ni mi trasero ni mi entrepierna. Durante el trayecto hacia el centro de estudios he decidido que trabajaría con los alumnos unos textos nuevos, textos que pocos profesores se atreven a leer y a traducir con sus alumnos en clase. Son poemas de Catulo, textos llenos de contenido sexual, con un vocabulario obsceno. No está mal que los alumnos vean que no todo en la Roma clásica era historiografía, filosofía, épica o dulces poemas de amor. Seguro que los voy a sorprender y que les va a gustar, en especial a esa alumna especial.
Puntual he entrado en el aula y ya estaban dentro todos los alumnos. He lanzado una inevitable mirada a la primera fila y allí, además de dos chicos más, estaban ellas, las cinco chicas entre las que está la acosadora. ¿Cuál de ellas será? ¿La rubia Lucía? ¿La tímida y callada Valentina? ¿La educada y aplicada Patricia? ¿Alba, la jugadora de voleibol? ¿Nuria, hija de un famoso periodista de la ciudad?
Me acordé de la nota, de la parte en la que hacía referencia a la forma de vestir de las chicas. Mientras disponía mis libros sobre la mesa antes de empezar la clase, hice un fugaz repaso visual a la forma en que venían vestidas. Mi acosadora tenía en parte razón: las alumnas de esa primera fila llevaban prendas algo más sugerentes de lo normal para un día de clase cualquiera. No era una cosa exagerada y además era primavera, pero daba la impresión de que había algo más detrás de esa forma de vestir. Mucha prenda ceñida y corta. Lucía incluso llevaba al aire su ombliguito. Nuria vestía una minifalda que dejaba a la vista unas preciosas piernas cruzadas. En ese momento Valentina se levantó y se agachó para buscar en su bolsa el diccionario de latín. Al agacharse sus jeans se le bajaron un poco por la cintura y mostró durante unos instantes el elástico y el inicio de la tira de un tanga rojo. Si mi acosadora acudía a clase sin ropa interior, como dijo en su escrito, Valentina quedaba descartada. Las sospechosas se reducían a cuatro.
Les anuncié que hoy traduciríamos a un autor nuevo, a Catulo. Después de hablarles unos minutos sobre su vida, época y obra, copié en la pizarra varios poemas de dicho autor para que lo tradujeran. No les comenté nada sobre la temática. Quería ver las caras de sorpresa que se les irían poniendo al ir traduciendo el texto.
No tardaron en aparecer los primeros signos de asombro en los ojos y en los rostros de los alumnos conforme encontraban en el diccionario el significado de esas nuevas palabras hasta ese día nunca trabajadas. Términos como “mamón”, “polla”, “tetas”, “dar por el culo”…No perdía detalle de las reacciones de las alumnas de la primera fila, de las cuatro aspirantes que quedaban al título de “acosadora”. Poemas sobre sexualidad en estado puro, sexo oral, anal, bisexualidad. Me estuve divirtiendo. Así tuvo que sentirse mi profesor de universidad cuando nos hizo traducir esos mismos poemas.
Vi cómo las chicas esbozaban sonrisas nerviosas y murmuraban cosas entre ellas. Las veía entusiasmadas, más que otros días. Les estaba gustando la traducción. Las notaba ansiosas por ver cómo continuaba el poema, cómo concluiría. También comprobé cómo cada una lanzaba de vez en cuando miradas hacia mí acompañadas de sonrisas pícaras. Únicamente Valentina parecía mantener la compostura y las formas.
Fue entonces cuando Lucía me pidió permiso para ir al baño. Por supuesto que se lo concedí. Se levantó de su asiento y se encaminó hacia la salida del aula. Mientras todos los alumnos seguían inmersos en la traducción, yo me fijé en Lucía, en su espalda: llevaba una camiseta negra sin mangas que dejaba prácticamente toda la espalda al descubierto. La prenda estaba sujeta al cuerpo únicamente por un lazo anudado al cuello. La espalda desnuda era la evidencia de que no llevaba sujetador. ¿Era Lucía la acosadora? ¿No podía aguantar más hoy, tal vez por el contenido del poema, e iba ya al servicio a masturbarse, sin esperar el cambio de clase?
Tenía las mejillas sonrosadas, ruborizadas, quizás por la excitación y por el deseo sexual. Mientras cerraba la puerta del aula, me lanzó una mirada directa hasta que finalmente se marchó.
Los alumnos continuaban traduciendo pero los minutos pasaban y Lucía no regresaba. Era ella, sin duda que tenía que ser ella. Me la imaginé tocándose, con esos jeans grises que llevaba hoy bajados hasta los tobillos, mientras su mano comenzaba a hacer travesuras sobre el coño húmedo a causa de la lectura y traducción del poema y debido también a la propia imaginación de la chica, a su calentura y a su deseo hacia mí. Probablemente se habría hasta desanudado la camiseta y tendría sus dos pechos al aire, encerrada en uno de los pequeños habitáculos de los aseos femeninos.
A la par que mi mente pensaba todo eso, mi polla crecía de tamaño y se me ponía tiesa bajo el pantalón, aprisionada en un bóxer negro con algunas tiras en blanco que delimitan la zona donde queda acomodado todo el “paquete”. Sentí enseguida cómo se humedecía la punta de mi pene hasta manchar el bóxer.
No podía dejar de pensar en Lucía. Pasó otro minuto y seguía sin volver. Ya debería de tener seguro varios dedos perforando su joven coño una y otra vez y de forma incansable. Tendría los dedos empapados, se los estaría llevando a la boca para probar el sabor de su propio sexo y los metería de nuevo en su raja para continuar con la masturbación. Estaría acelerando cada vez más, metiendo los dedos hasta el fondo, girándolos, retorciéndolos para aumentar el placer. Los gemidos y suspiros de Lucía inundarían el aseo mientras se acercaba el momento del orgasmo. Allí encerrada en ese estrecho espacio y con el calor que ya hacía esa mañana la joven estaría acalorada, con las gotas de sudor bañando su frente y el resto de su piel. Me imaginé a Lucía en un último acelerón, machacándose el coño, partiéndoselo por completo con toda la mano dentro, desenfrenada, alocada, sin importarle lo más mínimo ya el lugar en el que se encontraba ni el que sus gemidos pudieran ser escuchados por otra chica que entrase en esos momentos en el servicio. Mi miembro estaba ya completamente empalmado, en su máximo apogeo. Miré con disimulo hacia mi entrepierna y el pantalón era incapaz de ocultar lo duro y largo que estaba mi pene. En el instante en que me imaginaba a Lucía explotando de placer, corriéndose de gusto y temblando por el orgasmo alcanzado, Patricia levantó la mano y me requirió. Faltaban unos minutos para terminar la clase y la siempre estudiosa y aplicada Patricia ya había terminado con la traducción de los poemas. Cuando me acerqué a su asiento para que me entregase el ejercicio, pillé a la chica mirándome embobada la entrepierna. Me había descubierto. Se acababa de dar cuenta de que su profesor estaba completamente empalmado. Empecé a sentir vergüenza. Patricia me miró a los ojos y luego otra vez a mi “paquete”, mientras me entregaba los folios con las traducciones. Justo en ese instante regresó Lucía al aula. Traía las mejillas todavía más sonrojadas que antes. Me miró y esbozó una sonrisa en su rostro antes de sentarse. Seguro que mis pensamientos no se habían equivocado. Y yo ahora ahí, delante de Patricia, desprotegido ante sus miradas. Ya con los folios del ejercicio de la joven en mi mano, me disponía a regresar a mi mesa, pero Patricia empezó a hablarme: le habían gustado mucho los poemas y quería saber si traduciríamos más. Cuando le dije que no, que tendríamos que volver a traducir a los autores más clásicos, como César, Salustio o Virgilio, me pidió información sobre dónde conseguir más poemas eróticos de Catulo para traducirlos por su cuenta. Le comenté que existían enlaces en internet donde los podría encontrar. Fue entonces cuando me apuntó en un folio su dirección de correo electrónico por si yo era tan amable de mandarle esos enlaces en un email. Le dije que sí, que no me importaba en absoluto y que esa misma tarde se los mandaba. Ella me dio las gracias y me sonrió, tras lanzar una última mirada a mi zona abultada. Me percaté entonces de que sobre la camiseta celeste y con adornos en negro de la cabeza de Mickey Mouse que llevaba puesta Patricia, se marcaban los dos pezones de la estudiante. Como dos botones, hacían presión sobre el tejido de la prenda. Daba la impresión de que tampoco llevaba sujetador debajo.
Regresé, desconcertado a mi mesa. Hacía unos instantes creía haber encontrado en Lucía a mi acosadora. Pero ahora existía otra sospechosa. Con menos pruebas y menos posibilidades, pues esa marca de los pezones tampoco era una prueba concluyente, pero no podía descartar tampoco a Patricia.
La hora finalizó y después de recogerles a los demás alumnos sus traducciones y de despedirme hasta la siguiente clase, abandoné el aula con el sofoco de la excitación vivida y envuelto aún en un mar de dudas.
Me quedaba todavía el resto de la mañana de clases. Y luego, la tarde en casa corrigiendo ejercicios y tratando de averiguar quién era la alumna que me estaba haciendo perder la cabeza.
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