Ya sé que te había prometido terminar de pasar a archivo en estas vacaciones mi siguiente relato extenso. Y estoy en ello, créeme. Pero he querido hacer una breve pausa para escribir estas líneas. Tu obsequio del otro día se lo merecía.
El domingo me ordenaste no tocarme, ni hacer travesuras y me habías dejado sin sexo contigo ese día.
- Quiero que estés 24 horas ansioso para tenerte como a mí me gusta: ardiendo y desesperado, para que me folles duro el lunes- fueron tus palabras.
- ¡24 horas sin sexo, sin tocamientos…muchas horas para mí!- pensé y así te lo comenté.
- Merecerá la pena, ya lo verás, pero nada de trampas, que te vigilo. Y si soy yo la que incumple y mañana, por el motivo que sea, no podemos follar, quiero que me castigues con lo que se te ocurra - me indicaste.
Acepté tu trato y te dejé dormidita mientras iba a recorrer kilómetros con la bicicleta, como hago habitualmente los domingos.
¡Qué eternas se me hicieron las primeras horas del día! No desaparecía de mi cabeza tu propuesta y solo quería que llegase ya la madrugada.
Empecé a cumplir el trato y no “jugué” con mi cuerpo ni con mi miembro como sabes que hago otros domingos tras la salida en bici. No te hagas la inocente ni la despistada porque tú misma me lo has pedido muchas veces. Incluso has hecho que me corriese sobre el ceñido pantalón ciclista mientras te relamías los labios viendo cómo la oscura prenda se iba empapando con mi caliente y blanco semen.
Por la tarde continuaba encendido. Tenía que trabajar un rato en la PC y ni siquiera la concentración exigida lograba borrar de mi pensamiento tus palabras ni tu cuerpo. Tenías dos pequeños eventos esa tarde y me mandaste una foto de tu precioso rostro antes de empezar el primero. Continué un rato más trabajando y cuando acabé, fui a caminar para despejarme y estirar un poco las piernas. Era Domingo de Ramos y busqué una zona tranquila de la ciudad para evitar el bullicio de las procesiones y relajarme. El parque nunca falla: ese remanso de paz, luz, olores y el cantar de los pájaros me hacen siempre mucho bien en.
A los pocos minutos de regresar a casa te mandé besos para cuando finalizaras tu primer evento. No tardaste en responderme. Estuvimos dialogando un rato y, cuando ya estabas a punto de despedirte de mí porque se acercaba la hora de ir a comer algo antes de dirigirte al segundo evento, me mandaste otra foto. Te habías puesto tu nueva y preciosa blusa-camiseta verde con adornos florales. De forma pícara te giraste y me enseñaste la parte de atrás de la prenda: era de encaje y se apreciaba tu espalda y tus hombros sin rastro de sujetador. Me dejaste con la boca abierta con esa insinuación y cuando te bajaste un poco la blusa por delante dejando al descubierto primero tu hombro y luego tu pecho derecho, se terminó de encender en mí la llama del deseo. Se te hacía ya tarde, recompusiste la colocación de la prenda y nos despedimos hasta vernos en la madrugada, cuando tú regresaras.
Sobresaltado en medio de la noche abrí los ojos al sentir una mano sobre mi pecho. Eras tú: ya habías vuelto. Estabas completamente desnuda delante de la cama. Me hiciste un gesto con la mano para que me levantase. No entendía nada, no sabía por qué razón me querías hacer bajar de la cama. No tardé mucho tiempo en descubrir tus intenciones.
Una vez que me levanté, te subiste tú por la parte de los pies de la cama. Te quedaste quieta, con las palmas de las manos apoyadas sobre el colchón al igual que tus rodillas, en la postura de “a cuatro patas”. Tú mirabas hacia la cabecera y me ofrecías una visión perfecta de tu macizo y redondo culo. Lo movías lentamente de forma provocativa, haciendo círculos. Sabes perfectamente que no aguanto eso, que me llevas al límite cuando lo haces y que lo único que anhelo entonces es follártelo. Avanzaste a gatas, despacio, como una pantera cuando acecha a su presa, unos centímetros sobre la cama y te detuviste cuando llegaste a la cabecera. Abriste un poco las piernas y me regalaste la visión de los húmedos labios de tu coño vistos desde detrás. Mi polla ya se había puesto en estado de plena erección, libre de cualquier ropa y apuntando directamente hacia la raja de tu culo. Yo me encontraba tremendamente excitado pero tú no te quedabas atrás: la humedad de tu sexo te delataba. Te habías puesto caliente solo con tu “jueguecito”.
- No, amor, te equivocas. Llevo caliente y excitada todo el día pensando en ti y en tu polla- me confesaste tras estornudar un par de veces, cuando te hice referencia a tu estado.
- Este es tu obsequio por haberte portado bien durante todo el día y haber cumplido mi petición. ¿Te gusta?
- ¡Muchísimo!- exclamé .
- Pero tenemos un pequeño problemita- dijiste tras un nuevo estornudo.
Me di cuenta entonces de que tenías carita de cansada y esos continuos estornudos tampoco eran muy halagüeños.
- Creo que he cogido frío durante el día. Tantos cambios de temperatura, calor, aire acondicionado, otra vez calor y, por último, la lluvia en forma de tormenta me han afectado a la garganta. Ven conmigo a la cama y acurrúcame, rodéame con tus brazos y pega tu cuerpo al mío para darme calor- me pediste ahora con voz dulce.
Acababas de darme una muestra más de lo increíble que eres: con mal cuerpo y todo y habías hecho el esfuerzo de ese juego lleno de insinuación para recompensarme por haber cumplido lo que me habías pedido.
Me acosté en la cama y te pregunté mientras te abrazaba:
- ¿Amor, estás bien?
- Sí, mi vida, no es nada grave, es solo un poco de frío. Mañana ya estaré bien.
Te besé en los labios y te comenté:
- Tendré que decirle a “doña 17,5cm” que se tranquilice y que se reserve para otro momento.
- Ay, amor. No sabes cuánto te estoy deseando. Te tocará castigarme. Al final he sido yo la que ha incumplido su parte del trato- me indicaste.
- ¡Ni lo pienses! Mi vida, estás enferma, no es culpa tuya. No pienso castigarte- exclamé.
- Psssst. Hicimos un trato y los tratos se cumplen. Ve pensando mi castigo y, en cuanto esté recuperada del enfriamiento, me lo aplicas.
Nos quedamos dormidos pegados el uno al otro piel con piel y con la llama de la pasión abrasando nuestros cuerpos.
Hoy, miércoles, ya estabas recuperada del resfriado. ¿Te habré impuesto un “perverso” castigo?
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