Sorprendido
me quedé hace unos días, cuando recibí un correo electrónico en
el que la directora de una escuela femenina de literatura me invitaba
a leer uno de mis relatos en su centro. La verdad, no sabía que allí
tuvieran conocimiento de mis textos eróticos ni, mucho menos, me
esperaba que me hicieran semejante ofrecimiento. Al parecer, la
directora llevaba años como lectora en Wattpad y también había
escrito alguna que otra obra y fue por ese medio como conoció mis
relatos.
La
mujer se llamaba Isis y me explicaba el funcionamiento de su escuela
en las breves líneas de las que constaba el correo: sólo admitían
chicas de entre 16 y 20 años y les inculcaban el gusto por las
letras, por la literatura pero también por otras artes como la danza
y la pintura. Se reunían tres veces por semana y una vez al mes
invitaban a un escritor, pintor o artista para que diera una pequeña
charla y, en el caso de los escritores, para que leyeran fragmentos
de sus novelas o relatos íntegros. Una vez que leí en el email que
la escuela pretendía ser una especie de imitación a la que dirigía
Safo en la isla de Lesbos en la Antigua Grecia, me quedó bastante
más claro cómo sería realmente dicha escuela. Safo no sólo
transmitía enseñanzas artísticas a sus discípulas, sino que
también tenía sexo lésbico con aquellas que más le agradaban y
todas consideraban esas prácticas sexuales con su maestra como parte
del aprendizaje. Por lo tanto, no había que ser un adivino para
intuir que la escuela literaria de de Isis sería de la misma índole
que la de Safo. Tardé poco en responder y aceptar el ofrecimiento:
era la primera vez que se fijaban en mí para una lectura literaria
en público y no era cuestión de desaprovechar la ocasión. Por otra
parte, lo que las jóvenes hicieran o no con su instructora no era de
mi incumbencia. Esa misma noche recibí un segundo correo en
agradecimiento a mi asistencia y en el que Isis me indicaba el lugar,
el día y la hora del acto. “Miércoles 10 de noviembre. Calle
Ambrosía, número 69. Hora: 18:00”, leí en el correo.
El
día fijado, unos minutos antes de las 18.00 horas, llamé la puerta
que me habían indicado en el email. Era un edificio viejo, aunque
reformado, de dos plantas. En mi mano llevaba una carpeta con una
copia del relato que había elegido para la ocasión, “Pasiones
lésbicas”, y que les leería a las chicas y a su mentora. Me abrió
la puerta una mujer morena, de pelo largo y vestida de forma un tanto
extraña: únicamente un fino manto blanco cubría su cuerpo y en la
cabeza lucía una diadema de laurel. La semitransparencia del peplo o
manto dejaba ver bajo la prenda la redondez de los generosos pechos
de la mujer y el color oscuro de las areolas y de los pezones. No
pude evitar fijarme en ellos un par de segundos hasta que la mujer se
me presentó como Iris y me besó en las mejillas
- No te diré mi nombre, sólo el pseudónimo con el que escribo y que supongo que ya conocerás: Diecisietecomacinco- le aclaré.
- Encantada de conocerte al fin. Pasemos al fondo, allí esperan ya las chicas- me dijo Isis sonriendo.
Seguí
a la mujer, mientras observaba los cuadros que colgaban de la pared:
en todos ellos se representaban escenas eróticas de la antigua
cultura griega y también había retratos de la propia Safo.
Aquel lugar estaba diseñado de tal forma que te hacía retroceder sigilos y siglos en el tiempo y eso me generaba un poco de nerviosismo e inquietud. Al acceder a la sala, contemplé a unas quince chicas sentadas en el suelo. Todas iban vestidas igual que Isis, con esos mantos blancos semitransparentes. La única diferencia era que no llevaban la corona de laurel como su mentora. Supuse que dicha corona le otorgaba a la profesora el símbolo de autoridad y de liderazgo. La estancia no era muy grande y las chicas se encontraban sentadas alrededor de una enorme cesta de mimbre rebosante de racimos de uvas. Junto a la cesta se hallaban dispuestas decenas de copas plateadas repletas de vino de un intenso color rojo.
Aquel lugar estaba diseñado de tal forma que te hacía retroceder sigilos y siglos en el tiempo y eso me generaba un poco de nerviosismo e inquietud. Al acceder a la sala, contemplé a unas quince chicas sentadas en el suelo. Todas iban vestidas igual que Isis, con esos mantos blancos semitransparentes. La única diferencia era que no llevaban la corona de laurel como su mentora. Supuse que dicha corona le otorgaba a la profesora el símbolo de autoridad y de liderazgo. La estancia no era muy grande y las chicas se encontraban sentadas alrededor de una enorme cesta de mimbre rebosante de racimos de uvas. Junto a la cesta se hallaban dispuestas decenas de copas plateadas repletas de vino de un intenso color rojo.
En
cuanto entré, las jóvenes se pusieron en pie y se acercaron a mí
una a una para saludarme con un beso en cada mejilla, al tiempo que
me iban diciendo sus nombres: Melisa, Carla, Penélope....Imposible
retenerlos todos en esa rápida sucesión y menos todavía ante
semejante desfile de hermosos cuerpos en plena juventud: esbeltos y
exuberantes, unos; generosos en curvas, otros; pero todos con un
enorme halo de erotismo y sensualidad. Pese a que fuera hacía frío,
me empezó a invadir un calor sofocante y bebí un sorbo de agua de
la que tenía dispuesta en la pequeña mesa donde Isis me indicó que
me colocara para comenzar a leer. Ante de poder hacerlo, la mujer se
situó entre sus alumnas, de pie, en primera fila, y abrió su peplo
blanco que se deslizó lentamente pero de forma imparable hasta caer
al suelo. Isis quedó totalmente desnuda. Sus senos volvieron a
atraer mi mirada, que fue descendiendo despacio por aquel cuerpo
femenino hasta llegar al vientre y, luego, detenerse en el sexo
poblado de una abundante capa de vello púbico negro. Tragué saliva
una vez, una segunda y tomé otro trago de agua debido a la
impresión. Después sentí cómo las gotas de sudor empezaban a
cubrir mi frente.
Aún
estaba acalorado por lo que estaba viviendo, cuando Isis hizo una
señal con la mano a sus alumnas y éstas se despojaron una tras otra
de sus níveos mantos. Ante mí se encontraban, entonces, todas
aquellas chicas proporcionándome un increíble y majestuoso
espectáculo visual: pechos grandes y pequeños, pezones y areolas
rosadas, marrones y oscuras, muslos macizos.....La variedad en la
anatomía era amplia, pero todas las adolescentes tenían algo en
común: la perfecta depilación del sexo, que lucía libre de todo
rastro de vello, a diferencia de lo que ocurría con el de Isis. Ésta
les indicó a las jóvenes que se sentaran y ellas obedecieron de
inmediato.
- Cuando quieras, puedes comenzar con la lectura del relato- me indicó Isis.
Mi
corazón palpitaba acelerado, mi boca estaba seca por más agua que
bebiese y las primeras palabras de mi lectura brotaron temblorosas
entre mis labios. En cuanto llegué a la primera escena erótica,
cada chica fue llevando una de sus manos a sus senos. Mientras yo
leía, ellas masajeaban sus tetas al igual que Isis, quien usaba
ambas manos para para apretar sus pechos. Mi espalda y mi torso se
empaparon de sudor y noté cómo mi miembro comenzaba a empalmarse.
Las palpitaciones en mi verga fueron en aumento hasta provocar que mi
pene alcanzara su máximo estado de dureza. Yo tenía que hacer
esfuerzos para no perder la concentración y poder continuar leyendo,
a la vez que no me perdía detalle de lo que estaba sucediendo ante
mis ojos: las jóvenes ya no se autosatisfacían, sino que cada una
acariciaba a la que tenía a su lado. Se sobaban los pechos,
jugueteaban con los pezones tiesos, a los que friccionaban y de los
que tiraban con ansia, antes de aprisionarlos con los húmedos y
carnosos labios de la boca. Mi voz seguía dando lectura al relato,
mientras las adolescentes escuchaban sin dejar de deleitarse entre
sí, chupándose los senos, dejándolos brillantes de saliva y
bajando las manos hacia el ya mojado sexo de la respectiva compañera.
Una de ellas, creo que la de menor edad, tenía la cabeza metida
entre las piernas de Isis y le lamía el coño sin cesar ante los
constantes gemidos de la profesora. A veces, las chicas paraban un
par de segundos, tomaban una uva de los racimos y la introducían en
la boca de otra joven antes de besarla y de compartir el sabor y el
jugo de la verdosa fruta. Yo leía y leía casi sin atender ya al
contenido del texto y sin saber si las jóvenes estaban siguiendo
todavía la trama del relato o, por el contrario, se encontraban
plenamente cegadas por el goce sexual. Ahora cada una le comía
apasionadamente el coño a otra, restregándole la lengua con suma
habilidad por toda la raja y apoderándose del clítoris Fuertes
gemidos y suspiros inundaban la estancia y un delicioso aroma a sexo
empezaba a llegar a mi nariz. Las chicas no tardaron mucho más en
usar los dedos para penetrar con vehemencia el empapado y pringoso
monte de Venus de las compañeras de al lado.
El
final del relato se acercaba y, como si lo hubiesen calculado al
milímetro, las chicas fueron llegando al éxtasis un tras otra.
Cuando leí la última frase, todas yacían en el suelo jadeantes,
tratando de recuperar la respiración e intentando apoderarse de una
copa de vino que calmase su sed. Fue entonces cuando Isis me llamó
con la mano. Me encaminé lentamente hacia ella y, al llegar a su
altura, varias jóvenes se levantaron, me rodearon y comenzaron a
despojarme de la ropa. Mi camisa, los zapatos, los pantalones....Todo
era arrancando de mi cuerpo por más de una decena de manos, al
tiempo que Isis miraba el espectáculo comiendo uvas y derramando
vino sobre sus senos para que varias de sus discípulas lo bebiesen
directamente de ellos. La última prenda que me arrancaron fue el
bóxer rojo, manchado de líquido preseminal. Una chica rubia y con
cara angelical limpió con su lengua la espumosa mancha que mojaba mi
prenda íntima antes de arrojarla al suelo. Una vez que me quedé
totalmente desnudo, Isis apartó a todas sus alumnas y se acercó a
mí. Las adolescentes formaron un corrillo rodeándonos a su mentora
y a mí y asistieron como espectadoras privilegiadas al momento en
que Isis agarraba mi tiesa verga y comenzaba a agitarla con la mano.
Deseosas de ver mi corrida, las chicas jaleaban d¡cada una de las
agitaciones que su maestra le propinaba a mi venoso falo. Lo engullía
en su boca, mordisqueaba el rojo y palpitante glande, soltaba el
pene, lo apretaba y lo sacudía varias veces más antes de volver a
empezar de nuevo con todo el proceso paso a paso. Tras varios
placenteros minutos, yo no podía más: la cabeza me daba vueltas, en
mis oídos retumbaba sin parar el griterío coral de las jóvenes y
mi polla estaba a punto de reventar. Cuando Isis me la machacó un
par de veces más con una fuerza descomunal, de mi glande empezaron a
manar varios chorros de semen caliente y espeso que aterrizaron sin
control alguno en la cara y en los senos de la mujer, hasta dejarlos
prácticamente teñidos de blanco. Mientras de la punta de mi verga
al suelo los últimos restos de esperma, las chicas se abalanzaron
como posesas sobre su profesora para lamer de ella la leche de mi
eyaculación, probar su intenso sabor u no detenerse ya hasta dejar
el cuerpo y la piel de Isis completamente limpio y sin rastro alguno
de mi corrida.
Hoy,
días después de lo sucedido, me ha llegado un email. Es de Isis:
quiere que me convierta en lector fijo de su escuela y que acuda allí
cada mes para leer uno de mis relatos. Evidentemente, acabo de
responderle con una respuesta afirmativa.