Quedan
cinco minutos para que sean las doce de la noche. Un nuevo año está
a punto de entrar y todos se disponen a tomar las tradicionales uvas
de la suerte, coincidiendo con las doce campanadas que marcan los
segundos iniciales de 2018. Todos menos tú y yo. Esta vez para
nosotros será diferente, nada de rutinas. Después de cenar nos
hemos ido al dormitorio y he comenzado a desnudarte. Tu precioso y
elegante vestido de noche negro ha caído pronto al suelo, inerte. He
admirado la belleza y sensualidad de tu cuerpo cubierto únicamente
por el conjunto de lencería que estrenas: un sujetador rojo sobre
tus medianos y firmes senos, un tanga del mismo color, ocultando a
mis ojos todavía tu monte de Venus, con su fina tira trasera
perdiéndose en el infinito de la raja que separa tus nalgas macizas
y unas medias negras que realzan la provocativa hermosura de tus
piernas.
Luego
te has tumbado en la cama bocabajo y he atado tus manos a los
extremos de la misma. Era la primera vez que lo hacía, mi día de
estreno y el tuyo también. Tras asegurarme de que tus muñecas
estaban bien fijadas a las ataduras y que no podrías desatarte, te
he tapado tus ojos marrones de tono caramelo con un oscuro antifaz.
Ya no podías verme, no podías observar cada paso que yo daría
desde ese momento en adelante.
Sí,
quedan ahora cinco minutos para acabar el año y me encuentro
completamente desnudo detrás de ti, a los pies de la cama. Mi ceñido
bóxer rojo yace en el suelo de la habitación sobre tu vestido. Es
la última prenda de la que me he despojado y el morbo y la
excitación por tenerte a mi merced, atada y cegada, y el hecho de
estar admirando el formidable grado de erotismo que desprende tu
anatomía con esa espectacular lencería han provocado que el bóxer
se absorbiera la humedad que cubría la punta de mi pene y se
manchase. Ese fuerte aroma de mi verga que tan bien conoces ha
quedado impregnado sobre el tejido rojo y has lamido como una perra
en celo y sedienta dicha mancha, cuando te he acercado el bóxer a tu
rostro, antes de dejarlo caer, mojado ya también con tu saliva.
Tres
minutos y estamos en 2018. Te abro y te quito el sujetador y libero
tus pechos. Se me va la vista hacia la intensa tonalidad marrón de
las areolas y de esos pezones que sobresalen tiesos de ellas.
Desearía chuparlos, lamerlos, oprimirlos con mis labios,
mordisquearlos con mis blancos dientes y tirar de ellos una y otra
vez hasta hacerte gemir como siempre haces cuando juego con tus
pezones. Pero no hay tiempo: va comenzar en breve el nuevo año y
debo centrarme en mi plan trazado. Te ofrezco una copa de vino, la
aproximo a tu boca y le das un trago: el rojizo color del líquido se
mezcla con el carmín de tus labios carnosos. Suelto la copa sobre la
mesita de noche y me sitúo detrás de ti, de rodillas sobre la cama.
No hay tiempo que perder: te despojo del tanga y te obligo a aspirar
tu propio aroma sobre el tejido, antes de hacerlo yo también. Hueles
a puta, a zorra caliente y deseosa.
Te incorporas un poco sobre la cama y me obedeces al pedirte que coloques tu culo en pompa. Mi miembro ya erecto roza tus glúteos y dejan sobre ellos la inequívoca huella de la humedad que recubre mi glande. Acerco mi mano izquierda a tu cabeza y agarro por las puntas tu largo cabello moreno. Empiezo a tirar de él, primero suave, luego algo más fuerte, al tiempo que con la mano derecha golpeo alternativamente sobre cada una de tus nalgas. Un primer impacto, un segundo, un tercero...El sonido de los golpeos resuenan en el dormitorio y se imponen a la voz del tipo que en la televisión se dispone a retransmitir las doce campanadas junto al reloj de la Puerta del sol de Madrid. Cada segundo que transcurre tiro de tu cabello con más fuerza y mis manos impactan con mayor virulencia sobre tus glúteos, que ya pierden su rosado color natural dando paso al rojo de la irritación por los golpes.
Te incorporas un poco sobre la cama y me obedeces al pedirte que coloques tu culo en pompa. Mi miembro ya erecto roza tus glúteos y dejan sobre ellos la inequívoca huella de la humedad que recubre mi glande. Acerco mi mano izquierda a tu cabeza y agarro por las puntas tu largo cabello moreno. Empiezo a tirar de él, primero suave, luego algo más fuerte, al tiempo que con la mano derecha golpeo alternativamente sobre cada una de tus nalgas. Un primer impacto, un segundo, un tercero...El sonido de los golpeos resuenan en el dormitorio y se imponen a la voz del tipo que en la televisión se dispone a retransmitir las doce campanadas junto al reloj de la Puerta del sol de Madrid. Cada segundo que transcurre tiro de tu cabello con más fuerza y mis manos impactan con mayor virulencia sobre tus glúteos, que ya pierden su rosado color natural dando paso al rojo de la irritación por los golpes.
Gimes
y emites leves gritos y ya sólo falta un minuto. Mi polla se
aproxima al sombrío agujero de tu ano y el redondo y pringoso glande
amenaza con penetrar tu culo en cualquier momento. Suenan los
cuartos, esos pequeños toques de la campana que avisan de que las
campanadas son inminentes, y la punta de mi pene traza suaves
círculos alrededor de tu orificio anal. Dos fuertes azotes más en
cada nalga preceden a los instantes previos a la primera campanada.
Agacho la cabeza y la meto entre tus piernas. Mi húmeda lengua
empieza a recorrer tu ano, empapándolo de saliva en cada una de las
pasadas. Escupo un par de veces dentro para que quede perfectamente
lubricado y observo cómo el orificio se traga sediento toda la
saliva derramada. Suspiras de placer al sentirla entrar en tu culo y
veo cómo de tu depilado sexo comienzan a destilar gotas de flujo que
caen a plomo sobre las sábanas de la cama. Estás caliente,
excitada. Oigo hasta la forma en que tu corazón late, más rápido
de lo normal.
Al
fin suena la primera campanada y meto de golpe y de forma brusca toda
mi erguida verga en tu ano. Gritas al sentir la violenta
penetración, antes de que te saque la polla igual de veloz que
entró. Segunda campanada, segunda brusca penetración, más enérgica
todavía que la primera. Tu chillido retumba por todo el dormitorio.
Con la tercera campanada prácticamente sollozas ante la furibunda
embestida de mi hinchado falo, que irrumpe sin piedad alguna en lo
más íntimo de tu cuerpo. La cuarta campanada, la quinta, la
sexta.....Ya no son gritos sino alaridos los que emanan de tu
preciosa boca, esa que ahora me pide de forma soez y vulgar que te
folle todavía más duro. Agarro tus caderas y me impulso con las
mías como un desesperado para incrementar la fuerza de la embestida,
simultánea con la siguiente campanada. El flujo blanco y brillante
que resbala por la cara interna de tus muslos llega hasta la blonda
de las medias.
Ya
han dado la octava, la novena y la décima campanada y yo te he
penetrado, por tanto, otras tres veces más. Sólo quedan dos y mis
testículos están duros y a punto de explotar. Me hablas como una
puta, me pides que te rompa el culo, que te parte en dos, que te
llene de leche hasta las entrañas. Entonces, agarro con mis manos
tus tetas, buscando los salientes pezones y, al hallarlos, los
aprisiono con mis dedos. A la vez que comienzo a tirar de ellos de
forma violenta, te penetro por undécima vez. Estás temblando, noto
tu ano y tu coño palpitando, en plena ebullición.
Duodécima
y última campanada. Oprimo los pezones con fuerza y empujo con todo
mi cuerpo contra tu culo, haciendo que mis testículos choquen contra
ti y que mi pene llegue más adentro que nunca. En la televisión se
oye algarabía de quienes festejan la entrada del nuevo año. El
estruendo de petardos u cohetes se dejan oír en la calle,
coincidiendo con el instante en que mi primera descarga de semen
inunda el interior de tu ano. Suspiro aliviado mientras el caliente
esperma sale a borbotones de mi polla y no tardo en observar cómo de
tu coño empieza a fluir, a modo de chorro, el líquido del squirt,
que moja toda la cama.
- Feliz año nuevo, mi Amo.
- Igualmente, mi sumisa- te respondo tras terminar mi corrida y antes de levantarme para tomar unas sogas y atarte también los pies a la cama. Y es que todavía queda mucha madrugada que disfrutar.
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