“La
Navidad ya no es lo que era. Desde hace muchos años se ha perdido su
espíritu tradicional de paz y amo y ha pasado a ser una fiesta del
consumismo y el derroche”. Estos pensamientos fluían por la mente
de Santa Claus mientras, sentado en el sofá de su casa de Laponia,
terminaba de leer las últimas cartas recibidas con las
correspondientes peticiones de regalo. Le indignaba comprobar cómo
todas esas misivas incluían como deseo algún artículo de
tecnología: un móvil de última generación, un televisor de
infinitas pulgadas, portátiles, tablets,...Incluso los niños ya no
querían juguetes clásicos, juegos de mese, balones, muñecas,
peluches, patines, bicicletas. No, ahora hasta ellos solicitaban
productos tecnológicos.
A
regañadientes Santa Claus había ido preparando todos sus regalos
para depositarlos la noche del 24 de diciembre en las casas de las
familias de todo el mundo. Al fin y al cabo, su misión es hacer
feliz a las personas en Navidad. Sin embargo, para ese año había
tomado una decisión: realizar un regalo muy especial a aquella
persona que le escribiera la carta que más le sorprendiera. Y que no
incluyese la petición de ningún artículo tecnológico. Y ya tenía
elegida a la persona afortunada. Se llamaba Valentina y tenía 16
años. Su carta, sinceramente, le había conmovido.
“Querido
Santa Claus.
Supongo
que no leerás esta carta porque no creo que existas. Nunca lo creí,
ni siquiera cuando tenía menos años. Sólo te escribo fruto de mi
desesperación. Tenía que sacarla de dentro de mí y mejor hacerlo
sobre un papel en blanco que contársela a una persona que no me iba
a entender. Quiero que sepas que odio la Navidad y todo lo que rodea
a estas fiestas. Si existieras de verdad, acabarías con el hambre y
la pobreza en el mundo, con las guerras y el sufrimiento de los
pueblos afectados, con las enfermedades y con el terrorismo, con el
trato inhumano que se les da a los inmigrantes que llegan a diario a
mi país en pateras, con la violencia de género, con el maltrato a
los animales, con los efectos devastadores del cambio climático por
culpa de la mano del hombre.....Terminar con todo lo mencionado sí
que sería un buen regalo, ¿no crees? Sería el regalo perfecto para
la humanidad, a pesar de que gran parte de la sociedad no se lo
merezca por su comportamiento necio.
Sin
embargo, pasan los años y nada cambia, todo empeora, señal de que
tu existencia es pura invención y fantasía. Sé que suena un poco
duro, pero voy a darte un ultimátum: la carta de este año será la
última que te escriba en toda mi vida. Si no me das una señal de
que existes, romperé con la estúpida tradición familiar de
redactar la carta a Santa Claus una semana antes de Nochebuena. Hasta
siempre, Santa Claus.
Valentina”.
Tras
leer la carta, quedó muy conmovido. La chica tenía toda la razón
en la lista de problemas enumerados. Incluso se había quedado corta.
Le sorprendió que una adolescente fuese tan madura a la hora de
reflexionar. Nadie, excepto ella, había expresado en una carta ese
tipo de solicitud. Pero Santa Claus sabía que él no podía hacer
nada por arreglar el mundo. Su magia se limitaba, simplemente, a
llevar regalos materiales a las personas la noche del 24 de
diciembre. Todo lo demás escapaba de su dominio. No podía hacer
esos grandes milagros que Valentina le pedía.
Mesándose
su larga y nívea barba, el viejecito vestido de rojo meditó unos
instantes. Luego decidió frotar su enorme bola de cristal a través
de la cual podía observar lo que sucedía en cualquier casa del
mundo. Apareció, entonces, la imagen de la joven Valentina tumbada
en la cama de su habitación. La chica estaba lamentando: se
encontraba en pleno despertar sexual y ansiaba tener un dildo con el
que poder satisfacer sus incipientes necesidades sexuales. Sin
embargo, esos juguetes eróticos eran demasiado caros para ella, un
lujo que no se podía permitir con la pequeña paga semanal que le
daban sus padres. Además, Valentina todavía no era, ni mucho menos,
mayor de edad, por lo que no tenía permitida la entrada a los
sexshops. Por último, estaba su temor de que, en el hipotético caso
de lograra hacerse con uno de esos juguetes, su madre lo descubriera
y le reprochase la posesión y el uso de dicho artilugio. Valentina
parecía triste y muy desilusionada.
Entonces,
a Santa Claus se le ocurrió una idea: Valentina le había pedido, al
menos, una prueba de su existencia y ésa sí se la podía
proporcionar. ¿Qué mejor manera de demostrarle que existía que
regalándole a la adolescente su ansiado dildo? Había llegado la
hora de empezar a repartir los regalos navideños. Santa Claus se
apartó de la bola de cristal, salió de su morada y se montó en su
resplandeciente trineo tirado por la pareja de renos. Junto a él
llevaba el saco del que iría sacando cada uno de los regalos que le
habían sido pedidos. Recorrió país por país, ciudad por ciudad,
pueblo por pueblo hasta que, finalmente y agotado por el esfuerzo,
llegó a la última casa, a la que de manera premeditada había
dejado para el final, a aquella donde vivía Valentina. Santa Claus
accedió al domicilio gracias a su llave mágica con la abría
cualquier puerta y dejó junto al árbol de Navidad los regalos para
los padres, para el hermano y para la propia chica. Sin embargo, se
reservó uno. Comió un par de dulces navideños y se tomó una copa
de anís, que el progenitor de Valentina siempre colocaba en la mesa
del salón en Nochebuena. Tras entrar en calor y reponer fuerzas, el
tierno barbudo subió sigilosamente por la escalera hasta la
habitación de la joven. En la casa todos dormían profundamente,
incluida la propia Valentina.
Al
entrar en la habitación de la adolescente, Santa Claus sacó de su
saco el último regalo que le quedaba y dejó el paquete, envuelto
con un elegante papel brillante, junto a la cama de la adolescente.
Luego abandonó el dormitorio de la chica por la ventana, se subió
al trineo y dejó que sus renos lo condujesen de regreso a Laponia,
surcando el gélido cielo nocturno.
A
la mañana siguiente, Valentina abrió los ojos temprano, ya que era
costumbre en su familia desayunar pronto el día de Navidad y después
abrir los regalos. Sin embargo, todavía le quedaba un rato antes de
asearse y acudir al salón, por lo que se dispuso a permanecer un
rato más en la cama. Pero al girar la cabeza hacia la derecha,
observó el enorme brillo procedente del paquete. Comprendió que era
un regalo navideño, pero no entendía qué hacía ahí y no en el
salón junto con los demás. Y, especialmente, quedó asombrada ante
el tremendo fulgor que desprendía. Algo desconcertada, se levantó
de la cama y y tomó del suelo el paquete. Vio que llevaba una
pequeña nota y la leyó: “Para Valentina, como disculpa por no
poder cumplir todos tus deseos y como señal para que creas en mí y
en la Navidad”.
La
chica quedó paralizada al leer esas palabras. No podía ser verdad,
no podía ser que aquel regalo fuera realmente del mismísimo Santa
Claus. Debía tratarse de alguna broma pesada. Pero aquel brillo del
envoltorio que cubría el paquete y la exquisita caligrafía de las
palabras de la nota empezaron a hacer creer a la chica que podría
tratarse de algo real y milagroso al mismo tiempo. Temblorosa empezó
a abrir el regalo. Cuando retiró con cuidad el papel que lo
envolvía, apareció ante sus ojos un majestuoso cofre dorado. Su
tamaño era pequeño, de unos 40 centímetros y Valentina supo
inmediatamente que aquello que tanto brillo le otorgaba al cofre era
oro puro. La joven tragó saliva y permaneció unos segundos
observando y admirando la regia belleza de dicho cofre. La
impaciencia por ver qué contenía la llevó a reaccionar y de manera
lenta comenzó a abrir el cofre. Tras hacerlo, los ojos de la
adolescente se abrieron como platos y ella contuvo la respiración.
Aquel espléndido cofre contenía en su interior un dildo azul que
imitaba a la perfección el pene de un hombre.
- ¡Un dildo! ¡Cuánto lo deseaba!- exclamó para sí.
Absolutamente
nadie sabía de este deseo suyo. Ni siquiera se lo había confesado a
sus mejores amigas. Ahora sí que lo tenía claro: aquel regalo era
obra del auténtico. Santa Claus. A Valentina le invadió, por un
lado, una inmensa alegría por el obsequio recibido pero, por otra,
una sensación de culpa por no haber creído en esa figura navideña
y por el tono en el que le había escrito la carta días atrás.
Alegría,
incredulidad, algo de aflicción....Estos sentimientos se
entremezclaron en la mente de la joven hasta que, al final, releyó
la nota de Santa Claus y comprendió que lo que debía hacer era
disfrutar del regalo. Extrajo el dildo del cofre y lo contempló con
detenimiento. El juguete erótico mediría aproximadamente unos 18
centímetros y era bastante grueso. Lo que no sabía Valentina era
que había sido hecho a modo de réplica del miembro viril del propio
Santa Claus: él había usado su verga en estado de plena erección
para crear un molde y luego darle ya la terminación definitiva.
Santa Claus había quedado muy satisfecho de su creación porque
reproducía tal cual su pene erguido.
Desde
Laponia el viejo barbudo observaba cada una de las reacciones de la
chica a través de la bola mágica. El anciano no pudo evitar esbozar
una sonrisa de satisfacción al ver la cara de felicidad de
Valentina. La adolescente comenzó a acariciar el dildo con uno de
sus dedos desde la base hasta la punta. De manera suave lo deslizaba
a lo largo de todo el juguete, acabando su recorrido en el glande.
Luego hacía el mismo trayecto a la inversa y vuelta a empezar. En
cuanto Valentina inició esos movimientos, Santa Claus comenzó a
notarlos en su propio falo. Sentía el roce como si aquel delicado
dedo estuviera desplazándose sobre cada milímetro de su piel. El
pene de Santa Claus reaccionó y comenzó a palpitar ante el estímulo
que estaba recibiendo y esas palpitaciones, a su vez, fueron
recibidas rápidamente por Valentina. El dildo que tenía en la mano
se movía igual que si tuviera vida propia. Al principio lo atribuyó
a que funcionaría con batería y que dispondría de vibración que
ella habría activado sin darse cuenta, pero tras examinar el juguete
de nuevo se cercioró de que no poseía ninguna de esas
características. Y, sin embargo, el dildo seguía palpitando entre
sus dedos. El gusto que sentía la adolescente empezó a aumentar
conforme las palpitaciones crecían en frecuencia e intensidad.
Valentina no lo dudó más y continuó rozando toda la extensión del
juguete. Se despojó de la camiseta que llevaba puesta y dejó al
aire sus dos preciosos y desnudos senos. Medianos de tamaño, los
pechos estaban coronados por sendas areolas de un intenso color
marrón oscuro café, de las que sobresalían los carnosos pezones.
Santa Claus se deleitaba viendo a través de la bola la belleza y
perfección de esos jóvenes senos y su excitación no paraba de
crecer ante dicha visión y ante los cada vez más fuertes roces del
dedo de Valentina sobre el dildo, y, por lo tanto, sobre su propio
pene.
La
chica ya sólo lucía un gracioso pero atrayente tanga rojo con
motivos navideños que no pasó desapercibido para los ojos de Santa
Claus ni tampoco la mancha de humedad que había empezado a
extenderse sobre la parte delantera de la prenda.
Valentina se había calentado durante su juego manual con el dildo y al notar las palpitaciones de éste. La joven no tardó en envolverlo con la mano derecha y comenzar a agitarlo. Santa Claus experimentó sobre su verga los movimientos de la mano de la chica y la forma en que se iban haciendo cada vez más vehementes. Valentina, sin saberlo realmente, estaba masturbando al personaje navideño a través de su continuo manoseo al dildo. El pene de Santa Claus se encontraba ya en plena erección y con el rojo y húmedo glande al descubierto. Tras varios instantes más en los que la adolescente siguió agitando el juguete, se lo acercó a la boca, sacó la lengua y se puso a lamerlo. Con habilidad, la lengua se deslizaba por todo el dildo recubriéndolo con una fina capa de saliva. Aprisionó el glande entre los labios y lo succionó en varias ocasiones, provocando que Santa Claus suspirase, extasiado, de placer. Con muchas ganas, la chica jugueteaba incesantemente con la cabeza del juguete, apretando con los labios sobre ella. El sexo depilado de la adolescente ardía de calor, deseoso de ser penetrado de una vez, y la chica ya no esperó más: se bajó el mojado tanga y lo arrojó al suelo del dormitorio, junto al cofre dorado, mientras Santa Claus asistía complacido al momento en que aquella juvenil vagina quedaba al descubierto. Segundos más tarde, Valentina comenzó a introducir el dildo en su sexo, disfrutando del placer que le proporcionaba la progresiva incursión del mismo. Un gemido salió de la boca de la joven, cuando el dildo quedó enterrado hasta la mitad y, luego, un segundo, más enérgico, cuando el juguete llegó hasta el fondo. Inmediatamente sintió la manera en que el dildo palpitaba dentro de la vagina y la chica no esperó más para comenzar a masturbarse. El leve mete y saca inicial dio pronto paso a movimientos más veloces y fuertes. La joven los aceleraba segundo a segundo para mayor goce suyo y de Santa Claus, que percibía exactamente las mismas sensaciones que las que tendría si estuviese penetrando físicamente a la joven. Valentina se mordía el labio inferior por el placer que le causaba aquel macizo y vibrante dildo y dio un nuevo acelerón. Quería gozar al máximo, gozar por todo lo alto y, a una velocidad endiablada, comenzó a impulsar el juguete. Cada irrupción del mismo en su sexo le suponía a Valentina un enorme deleite al igual que a Santa Claus, que empezaba a sentir los síntomas previos a la eyaculación. Sabía que si la adolescente continuaba a ese ritmo, él se correría en breve. Y Valentina no paró, todo lo contrario: le dio mayor vigor a las entradas y salidas del juguete, mientras ella gemía de puro placer y con el flujo vaginal deslizándose por la cara interna de los muslos. De repente, y justo en el instante en que la chica alcanzaba el orgasmo, del hinchado glande del dildo comenzaron a manar uno tras otro varios chorros de espeso semen caliente, que inundaron el sexo de Valentina: era el esperma de Santa Claus, que que estaba eyaculando con sus rojos pantalones bajados hasta los tobillos y entre gritos de placer que asustaron hasta a los mismísimos renos. La adolescente, asombrada, se llevó la mano derecha a su sexo y la restregó varias veces sobre él hasta que quedó manchada de blanco. Lamió la mano con la lengua y comprendió, pese a que no lo había probado nunca, que ese delicioso néctar blanco eraa el semen de un hombre.
Valentina se había calentado durante su juego manual con el dildo y al notar las palpitaciones de éste. La joven no tardó en envolverlo con la mano derecha y comenzar a agitarlo. Santa Claus experimentó sobre su verga los movimientos de la mano de la chica y la forma en que se iban haciendo cada vez más vehementes. Valentina, sin saberlo realmente, estaba masturbando al personaje navideño a través de su continuo manoseo al dildo. El pene de Santa Claus se encontraba ya en plena erección y con el rojo y húmedo glande al descubierto. Tras varios instantes más en los que la adolescente siguió agitando el juguete, se lo acercó a la boca, sacó la lengua y se puso a lamerlo. Con habilidad, la lengua se deslizaba por todo el dildo recubriéndolo con una fina capa de saliva. Aprisionó el glande entre los labios y lo succionó en varias ocasiones, provocando que Santa Claus suspirase, extasiado, de placer. Con muchas ganas, la chica jugueteaba incesantemente con la cabeza del juguete, apretando con los labios sobre ella. El sexo depilado de la adolescente ardía de calor, deseoso de ser penetrado de una vez, y la chica ya no esperó más: se bajó el mojado tanga y lo arrojó al suelo del dormitorio, junto al cofre dorado, mientras Santa Claus asistía complacido al momento en que aquella juvenil vagina quedaba al descubierto. Segundos más tarde, Valentina comenzó a introducir el dildo en su sexo, disfrutando del placer que le proporcionaba la progresiva incursión del mismo. Un gemido salió de la boca de la joven, cuando el dildo quedó enterrado hasta la mitad y, luego, un segundo, más enérgico, cuando el juguete llegó hasta el fondo. Inmediatamente sintió la manera en que el dildo palpitaba dentro de la vagina y la chica no esperó más para comenzar a masturbarse. El leve mete y saca inicial dio pronto paso a movimientos más veloces y fuertes. La joven los aceleraba segundo a segundo para mayor goce suyo y de Santa Claus, que percibía exactamente las mismas sensaciones que las que tendría si estuviese penetrando físicamente a la joven. Valentina se mordía el labio inferior por el placer que le causaba aquel macizo y vibrante dildo y dio un nuevo acelerón. Quería gozar al máximo, gozar por todo lo alto y, a una velocidad endiablada, comenzó a impulsar el juguete. Cada irrupción del mismo en su sexo le suponía a Valentina un enorme deleite al igual que a Santa Claus, que empezaba a sentir los síntomas previos a la eyaculación. Sabía que si la adolescente continuaba a ese ritmo, él se correría en breve. Y Valentina no paró, todo lo contrario: le dio mayor vigor a las entradas y salidas del juguete, mientras ella gemía de puro placer y con el flujo vaginal deslizándose por la cara interna de los muslos. De repente, y justo en el instante en que la chica alcanzaba el orgasmo, del hinchado glande del dildo comenzaron a manar uno tras otro varios chorros de espeso semen caliente, que inundaron el sexo de Valentina: era el esperma de Santa Claus, que que estaba eyaculando con sus rojos pantalones bajados hasta los tobillos y entre gritos de placer que asustaron hasta a los mismísimos renos. La adolescente, asombrada, se llevó la mano derecha a su sexo y la restregó varias veces sobre él hasta que quedó manchada de blanco. Lamió la mano con la lengua y comprendió, pese a que no lo había probado nunca, que ese delicioso néctar blanco eraa el semen de un hombre.
De
pronto y de manera mágica, sobre la nota que acompañaba al cofre
empezó a leerse lo siguiente:
“Me
alegro de que te haya gustado tanto mi regalo y de que hayas
disfrutado de esa manera, al igual que yo. Porque cada vez que lo
uses, el dildo cobrará vida, la de mi propio pene, y tú sentirás
eso en la parte de tu cuerpo en la que quieras usar el juguete. Yo,
por mi parte, notaré en mi pene todo lo que tú le hagas al dildo y
terminaré eyaculando. Nadie podrá ver el cofre ni el el juguete,
sólo tú, así que puedes estar tranquila porque no lo descubrirán
en tu habitación. Y ahora, baja a desayunar con tu familia. Ya
tendrás luego tiempo de volver a utilizar mi regalo. Feliz Navidad,
Valentina”. La chica, envuelta todavía en esos inolvidables
momentos sexuales placenteros que acababa de vivir, hizo caso al
barbudo y bajó para reunirse con su familia.