24 de diciembre de 2017

EL COFRE DORADO (CUENTO ERÓTICO DE NAVIDAD)

La Navidad ya no es lo que era. Desde hace muchos años se ha perdido su espíritu tradicional de paz y amo y ha pasado a ser una fiesta del consumismo y el derroche”. Estos pensamientos fluían por la mente de Santa Claus mientras, sentado en el sofá de su casa de Laponia, terminaba de leer las últimas cartas recibidas con las correspondientes peticiones de regalo. Le indignaba comprobar cómo todas esas misivas incluían como deseo algún artículo de tecnología: un móvil de última generación, un televisor de infinitas pulgadas, portátiles, tablets,...Incluso los niños ya no querían juguetes clásicos, juegos de mese, balones, muñecas, peluches, patines, bicicletas. No, ahora hasta ellos solicitaban productos tecnológicos.




A regañadientes Santa Claus había ido preparando todos sus regalos para depositarlos la noche del 24 de diciembre en las casas de las familias de todo el mundo. Al fin y al cabo, su misión es hacer feliz a las personas en Navidad. Sin embargo, para ese año había tomado una decisión: realizar un regalo muy especial a aquella persona que le escribiera la carta que más le sorprendiera. Y que no incluyese la petición de ningún artículo tecnológico. Y ya tenía elegida a la persona afortunada. Se llamaba Valentina y tenía 16 años. Su carta, sinceramente, le había conmovido.

Querido Santa Claus.
Supongo que no leerás esta carta porque no creo que existas. Nunca lo creí, ni siquiera cuando tenía menos años. Sólo te escribo fruto de mi desesperación. Tenía que sacarla de dentro de mí y mejor hacerlo sobre un papel en blanco que contársela a una persona que no me iba a entender. Quiero que sepas que odio la Navidad y todo lo que rodea a estas fiestas. Si existieras de verdad, acabarías con el hambre y la pobreza en el mundo, con las guerras y el sufrimiento de los pueblos afectados, con las enfermedades y con el terrorismo, con el trato inhumano que se les da a los inmigrantes que llegan a diario a mi país en pateras, con la violencia de género, con el maltrato a los animales, con los efectos devastadores del cambio climático por culpa de la mano del hombre.....Terminar con todo lo mencionado sí que sería un buen regalo, ¿no crees? Sería el regalo perfecto para la humanidad, a pesar de que gran parte de la sociedad no se lo merezca por su comportamiento necio.

Sin embargo, pasan los años y nada cambia, todo empeora, señal de que tu existencia es pura invención y fantasía. Sé que suena un poco duro, pero voy a darte un ultimátum: la carta de este año será la última que te escriba en toda mi vida. Si no me das una señal de que existes, romperé con la estúpida tradición familiar de redactar la carta a Santa Claus una semana antes de Nochebuena. Hasta siempre, Santa Claus.
Valentina”.

Tras leer la carta, quedó muy conmovido. La chica tenía toda la razón en la lista de problemas enumerados. Incluso se había quedado corta. Le sorprendió que una adolescente fuese tan madura a la hora de reflexionar. Nadie, excepto ella, había expresado en una carta ese tipo de solicitud. Pero Santa Claus sabía que él no podía hacer nada por arreglar el mundo. Su magia se limitaba, simplemente, a llevar regalos materiales a las personas la noche del 24 de diciembre. Todo lo demás escapaba de su dominio. No podía hacer esos grandes milagros que Valentina le pedía.

Mesándose su larga y nívea barba, el viejecito vestido de rojo meditó unos instantes. Luego decidió frotar su enorme bola de cristal a través de la cual podía observar lo que sucedía en cualquier casa del mundo. Apareció, entonces, la imagen de la joven Valentina tumbada en la cama de su habitación. La chica estaba lamentando: se encontraba en pleno despertar sexual y ansiaba tener un dildo con el que poder satisfacer sus incipientes necesidades sexuales. Sin embargo, esos juguetes eróticos eran demasiado caros para ella, un lujo que no se podía permitir con la pequeña paga semanal que le daban sus padres. Además, Valentina todavía no era, ni mucho menos, mayor de edad, por lo que no tenía permitida la entrada a los sexshops. Por último, estaba su temor de que, en el hipotético caso de lograra hacerse con uno de esos juguetes, su madre lo descubriera y le reprochase la posesión y el uso de dicho artilugio. Valentina parecía triste y muy desilusionada.

Entonces, a Santa Claus se le ocurrió una idea: Valentina le había pedido, al menos, una prueba de su existencia y ésa sí se la podía proporcionar. ¿Qué mejor manera de demostrarle que existía que regalándole a la adolescente su ansiado dildo? Había llegado la hora de empezar a repartir los regalos navideños. Santa Claus se apartó de la bola de cristal, salió de su morada y se montó en su resplandeciente trineo tirado por la pareja de renos. Junto a él llevaba el saco del que iría sacando cada uno de los regalos que le habían sido pedidos. Recorrió país por país, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo hasta que, finalmente y agotado por el esfuerzo, llegó a la última casa, a la que de manera premeditada había dejado para el final, a aquella donde vivía Valentina. Santa Claus accedió al domicilio gracias a su llave mágica con la abría cualquier puerta y dejó junto al árbol de Navidad los regalos para los padres, para el hermano y para la propia chica. Sin embargo, se reservó uno. Comió un par de dulces navideños y se tomó una copa de anís, que el progenitor de Valentina siempre colocaba en la mesa del salón en Nochebuena. Tras entrar en calor y reponer fuerzas, el tierno barbudo subió sigilosamente por la escalera hasta la habitación de la joven. En la casa todos dormían profundamente, incluida la propia Valentina.

Al entrar en la habitación de la adolescente, Santa Claus sacó de su saco el último regalo que le quedaba y dejó el paquete, envuelto con un elegante papel brillante, junto a la cama de la adolescente. Luego abandonó el dormitorio de la chica por la ventana, se subió al trineo y dejó que sus renos lo condujesen de regreso a Laponia, surcando el gélido cielo nocturno.

A la mañana siguiente, Valentina abrió los ojos temprano, ya que era costumbre en su familia desayunar pronto el día de Navidad y después abrir los regalos. Sin embargo, todavía le quedaba un rato antes de asearse y acudir al salón, por lo que se dispuso a permanecer un rato más en la cama. Pero al girar la cabeza hacia la derecha, observó el enorme brillo procedente del paquete. Comprendió que era un regalo navideño, pero no entendía qué hacía ahí y no en el salón junto con los demás. Y, especialmente, quedó asombrada ante el tremendo fulgor que desprendía. Algo desconcertada, se levantó de la cama y y tomó del suelo el paquete. Vio que llevaba una pequeña nota y la leyó: “Para Valentina, como disculpa por no poder cumplir todos tus deseos y como señal para que creas en mí y en la Navidad”.

La chica quedó paralizada al leer esas palabras. No podía ser verdad, no podía ser que aquel regalo fuera realmente del mismísimo Santa Claus. Debía tratarse de alguna broma pesada. Pero aquel brillo del envoltorio que cubría el paquete y la exquisita caligrafía de las palabras de la nota empezaron a hacer creer a la chica que podría tratarse de algo real y milagroso al mismo tiempo. Temblorosa empezó a abrir el regalo. Cuando retiró con cuidad el papel que lo envolvía, apareció ante sus ojos un majestuoso cofre dorado. Su tamaño era pequeño, de unos 40 centímetros y Valentina supo inmediatamente que aquello que tanto brillo le otorgaba al cofre era oro puro. La joven tragó saliva y permaneció unos segundos observando y admirando la regia belleza de dicho cofre. La impaciencia por ver qué contenía la llevó a reaccionar y de manera lenta comenzó a abrir el cofre. Tras hacerlo, los ojos de la adolescente se abrieron como platos y ella contuvo la respiración. Aquel espléndido cofre contenía en su interior un dildo azul que imitaba a la perfección el pene de un hombre.

  • ¡Un dildo! ¡Cuánto lo deseaba!- exclamó para sí.

Absolutamente nadie sabía de este deseo suyo. Ni siquiera se lo había confesado a sus mejores amigas. Ahora sí que lo tenía claro: aquel regalo era obra del auténtico. Santa Claus. A Valentina le invadió, por un lado, una inmensa alegría por el obsequio recibido pero, por otra, una sensación de culpa por no haber creído en esa figura navideña y por el tono en el que le había escrito la carta días atrás.
Alegría, incredulidad, algo de aflicción....Estos sentimientos se entremezclaron en la mente de la joven hasta que, al final, releyó la nota de Santa Claus y comprendió que lo que debía hacer era disfrutar del regalo. Extrajo el dildo del cofre y lo contempló con detenimiento. El juguete erótico mediría aproximadamente unos 18 centímetros y era bastante grueso. Lo que no sabía Valentina era que había sido hecho a modo de réplica del miembro viril del propio Santa Claus: él había usado su verga en estado de plena erección para crear un molde y luego darle ya la terminación definitiva. Santa Claus había quedado muy satisfecho de su creación porque reproducía tal cual su pene erguido.

Desde Laponia el viejo barbudo observaba cada una de las reacciones de la chica a través de la bola mágica. El anciano no pudo evitar esbozar una sonrisa de satisfacción al ver la cara de felicidad de Valentina. La adolescente comenzó a acariciar el dildo con uno de sus dedos desde la base hasta la punta. De manera suave lo deslizaba a lo largo de todo el juguete, acabando su recorrido en el glande. Luego hacía el mismo trayecto a la inversa y vuelta a empezar. En cuanto Valentina inició esos movimientos, Santa Claus comenzó a notarlos en su propio falo. Sentía el roce como si aquel delicado dedo estuviera desplazándose sobre cada milímetro de su piel. El pene de Santa Claus reaccionó y comenzó a palpitar ante el estímulo que estaba recibiendo y esas palpitaciones, a su vez, fueron recibidas rápidamente por Valentina. El dildo que tenía en la mano se movía igual que si tuviera vida propia. Al principio lo atribuyó a que funcionaría con batería y que dispondría de vibración que ella habría activado sin darse cuenta, pero tras examinar el juguete de nuevo se cercioró de que no poseía ninguna de esas características. Y, sin embargo, el dildo seguía palpitando entre sus dedos. El gusto que sentía la adolescente empezó a aumentar conforme las palpitaciones crecían en frecuencia e intensidad. Valentina no lo dudó más y continuó rozando toda la extensión del juguete. Se despojó de la camiseta que llevaba puesta y dejó al aire sus dos preciosos y desnudos senos. Medianos de tamaño, los pechos estaban coronados por sendas areolas de un intenso color marrón oscuro café, de las que sobresalían los carnosos pezones. Santa Claus se deleitaba viendo a través de la bola la belleza y perfección de esos jóvenes senos y su excitación no paraba de crecer ante dicha visión y ante los cada vez más fuertes roces del dedo de Valentina sobre el dildo, y, por lo tanto, sobre su propio pene.

La chica ya sólo lucía un gracioso pero atrayente tanga rojo con motivos navideños que no pasó desapercibido para los ojos de Santa Claus ni tampoco la mancha de humedad que había empezado a extenderse sobre la parte delantera de la prenda. 

Valentina se había calentado durante su juego manual con el dildo y al notar las palpitaciones de éste. La joven no tardó en envolverlo con la mano derecha y comenzar a agitarlo. Santa Claus experimentó sobre su verga los movimientos de la mano de la chica y la forma en que se iban haciendo cada vez más vehementes. Valentina, sin saberlo realmente, estaba masturbando al personaje navideño a través de su continuo manoseo al dildo. El pene de Santa Claus se encontraba ya en plena erección y con el rojo y húmedo glande al descubierto. Tras varios instantes más en los que la adolescente siguió agitando el juguete, se lo acercó a la boca, sacó la lengua y se puso a lamerlo. Con habilidad, la lengua se deslizaba por todo el dildo recubriéndolo con una fina capa de saliva. Aprisionó el glande entre los labios y lo succionó en varias ocasiones, provocando que Santa Claus suspirase, extasiado, de placer. Con muchas ganas, la chica jugueteaba incesantemente con la cabeza del juguete, apretando con los labios sobre ella. El sexo depilado de la adolescente ardía de calor, deseoso de ser penetrado de una vez, y la chica ya no esperó más: se bajó el mojado tanga y lo arrojó al suelo del dormitorio, junto al cofre dorado, mientras Santa Claus asistía complacido al momento en que aquella juvenil vagina quedaba al descubierto. Segundos más tarde, Valentina comenzó a introducir el dildo en su sexo, disfrutando del placer que le proporcionaba la progresiva incursión del mismo. Un gemido salió de la boca de la joven, cuando el dildo quedó enterrado hasta la mitad y, luego, un segundo, más enérgico, cuando el juguete llegó hasta el fondo. Inmediatamente sintió la manera en que el dildo palpitaba dentro de la vagina y la chica no esperó más para comenzar a masturbarse. El leve mete y saca inicial dio pronto paso a movimientos más veloces y fuertes. La joven los aceleraba segundo a segundo para mayor goce suyo y de Santa Claus, que percibía exactamente las mismas sensaciones que las que tendría si estuviese penetrando físicamente a la joven. Valentina se mordía el labio inferior por el placer que le causaba aquel macizo y vibrante dildo y dio un nuevo acelerón. Quería gozar al máximo, gozar por todo lo alto y, a una velocidad endiablada, comenzó a impulsar el juguete. Cada irrupción del mismo en su sexo le suponía a Valentina un enorme deleite al igual que a Santa Claus, que empezaba a sentir los síntomas previos a la eyaculación. Sabía que si la adolescente continuaba a ese ritmo, él se correría en breve. Y Valentina no paró, todo lo contrario: le dio mayor vigor a las entradas y salidas del juguete, mientras ella gemía de puro placer y con el flujo vaginal deslizándose por la cara interna de los muslos. De repente, y justo en el instante en que la chica alcanzaba el orgasmo, del hinchado glande del dildo comenzaron a manar uno tras otro varios chorros de espeso semen caliente, que inundaron el sexo de Valentina: era el esperma de Santa Claus, que que estaba eyaculando con sus rojos pantalones bajados hasta los tobillos y entre gritos de placer que asustaron hasta a los mismísimos renos. La adolescente, asombrada, se llevó la mano derecha a su sexo y la restregó varias veces sobre él hasta que quedó manchada de blanco. Lamió la mano con la lengua y comprendió, pese a que no lo había probado nunca, que ese delicioso néctar blanco eraa el semen de un hombre.

De pronto y de manera mágica, sobre la nota que acompañaba al cofre empezó a leerse lo siguiente:
Me alegro de que te haya gustado tanto mi regalo y de que hayas disfrutado de esa manera, al igual que yo. Porque cada vez que lo uses, el dildo cobrará vida, la de mi propio pene, y tú sentirás eso en la parte de tu cuerpo en la que quieras usar el juguete. Yo, por mi parte, notaré en mi pene todo lo que tú le hagas al dildo y terminaré eyaculando. Nadie podrá ver el cofre ni el el juguete, sólo tú, así que puedes estar tranquila porque no lo descubrirán en tu habitación. Y ahora, baja a desayunar con tu familia. Ya tendrás luego tiempo de volver a utilizar mi regalo. Feliz Navidad, Valentina”. La chica, envuelta todavía en esos inolvidables momentos sexuales placenteros que acababa de vivir, hizo caso al barbudo y bajó para reunirse con su familia.


Desde aquel año, cada Nochebuena Valentina recibe en su dormitorio un cofre dorado con un juguete erótico diferente. Este año desea con todas sus ganas un plug anal. Seguro que Santa Claus colma el deseo de la adolescente. 



17 de diciembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (13 Y FINAL)

Perplejo observé cómo Luvy se bajaba por completo el vestido y se ceñía a la cintura el arnés que le acababa de entregar Cristal. Las dos se aproximaron a Madame Noir y volvieron a acariciar la parte delantera del cuerpo de la madura. Las manos de ambas jóvenes recorrían una y otra vez los pechos de la mujer y luego bajaban sin pausa por el vientre hasta alcanzar el sexo. Allí tanto Luvy como Cristal deslizaban sus dedos por los genitales de Madame Noir, que gemía ante los intensos tocamientos a los que estaba siendo sometida. La madura me hizo un gesto con la mano para que me pusiera a su lado y para que le quitara el mono de cuero. Me situé junto a ella y terminé de sacarle la prenda, tras lo cual la mujer me tomó la mano y me la colocó sobre su seno derecho. Comencé a manosearlo y a apretarlo con tantas ganas que parecía que era la primera vez que le tocaba la teta a una mujer. Cada vez con más fuerza le sobaba el pecho y puse mi otra mano sobre la teta izquierda. Mientras su hija y Luvy continuaban dándose un auténtico festín con el coño de Madame Noir y provocaban los suspiros de ésta, mis manos jugaban ansiosas con los voluminosos pechos de la madura, cuyos pezones sobresalían duros y tiesos de la areola de las tetas. Mi polla palpitaba con el glande humedecido, completamente empapada y con el aro rodeándola y manteniéndola firme y erecta. Los ojos de Madame Noir se fijaron en mi miembro y, después de contemplarlo unos instantes en los que la lengua de la mujer recorrió la boca de un extremo al otro, me la agarró con la mano derecha y comenzó a acariciarla. Luvy se situó detrás de Madame Noir y Cristal, delante. La madura encorvó un poco su cuerpo sin soltar mi verga y su culo quedó ligeramente en pompa. Cristal se pegó a su progenitora, tomó con la mano el dildo que sobresalía del arnés y lo apuntó hacia la entrada de la vagina de su madre. Pasó la punta del juguete por la húmeda raja y repitió la acción un par de veces, haciendo así sufrir a Madame Noir, que esperaba ya desesperada el instante en que su coño fuese penetrado por aquel largo y grueso dildo.

Finalmente, Cristal comenzó a meter la punta del objeto en el sexo de su madre y lo fue hundiendo lentamente hasta dejarlo entero dentro. 




Madame Noir gimió y su mano apretó con mayor vehemencia mi polla. Y lo hizo todavía con más fuerza cuando Luvy empezó a clavarle en el culo su dildo, empujándolo por completo hasta el fondo del ano. Casi al unísono, Cristal y Luvy bombeaban en el coño y en el culo de la madura, que gozaba por el placer que las dos jóvenes le estaban proporcionando. La mano de la madura recorría sin parar mi verga desde el glande hasta la base. Mis huevos se bamboleaban al compás del ritmo que marcaba la mano de la mujer, cuyo goce crecía conforme su hija y Luvy incrementaban la velocidad a la que empujaban los dildos.

  • ¡Más rápido, folladme más rápido!- pidió la mujer a las dos chicas, que obedecieron de inmediato.

De forma sincronizada empezaron a impulsar sus caderas violentamente contra el coño y el ano de Madame Noir. Ésta notó enseguida el cambio de ritmo y los efectos de ambos juguetes en el interior de sus dos agujeros. Los gritos de placer de la mujer retumbaban entre las paredes de aquella habitación que hacía rato ya que olía a flujos, a sexo y a sudor.

  • ¡Un poco más, vamos, un poco más!- exclamó Madame Noir en cuya cara se apreciaba que estaba a punto de correrse.

Luvy y Cristal hicieron un último esfuerzo, machacaron con toda su energía cinco o seis veces más el culo y el sexo de la madura y ésta, sin dejar de pajearme ni un solo instante, alcanzó el deseado orgasmo. Cuando Cristal sacó de golpe el dildo del coño de su madre, un enorme chorro de flujo salió disparado de la vagina, empapando toda la parte delantera del cuerpo de la chica. Luvy siguió penetrando el culo de la mujer y no cesó en su empeño hasta que la última gota del squirt no brotó del sexo de Madame Noir.

Tras acabar de correrse, la madura soltó mi polla Era evidente que no había querido incrementar en ningún momento el ritmo de la masturbación para que no eyaculase aún y poder así seguir valiéndose de la dureza de mi miembro un rato más. Además, el efecto del anillo de retrasar la corrida parecía dar sus frutos pues, a pesar de la paja a la que me había sometido Madame Noir, todavía no había síntomas de que estuviera cerca mi eyaculación.

Cuando Madame Noir recuperó algo de aliento, le pidió a Luvy que le cediera su arnés. La joven lo hizo y la madura se lo ajustó a la cintura. Aquel dildo sobresaliendo de la entrepierna imponía bastante, teniendo en cuenta cómo se las gastaba la mujer. Yo no sabía cuál sería el siguiente paso que darían las tres en el juego iniciado pero no tardé mucho en averiguarlo. Madame Noir se dirigió a una cama que había en la habitación y se tumbó boca arriba sobre ella. Con una mano llamó a Cristal y a Luvy para que se acercaran. Luego hizo lo mismo conmigo. Me detuve junto a la cama, al lado de Luvy y frente a Cristal, que admiraba el cuerpo desnudo de su progenitora, únicamente con el arnés puesto. La madura estiró los brazos y agarró el sujetador de su hija. Sin ningún tipo de miramientos, se lo arrancó de cuajo y lo tiró al suelo, liberando las tetas de Cristal. Se dedicó a manosearlas y a jugar con los pezones durante unos instantes. Era una delicia ver cómo la madre los friccionaba con los dedos y contemplar la dureza de esos tiesos pezones.

Madame Noir me ordenó que le quitara el arnés y el tanga a Cristal y obedecí. Pasé a situarme al otro lado de la cama, junto a la joven, y, tras desajustarle el arnés, le bajé despacio la prenda íntima. Rápidamente noté la humedad que había sobre el tanga y lo pegajosa y mojada que estaba la zona de la entrepierna. Deslicé el tanga hasta los tobillos y Cristal levantó primero un pie y luego el otro para que pudiera sacarle la prenda. El sabroso y empapado coño de la joven quedó al descubierto, con sus carnosos labios vaginales a la vista.

  • Chupa el tanga- me ordenó Madame Noir, sin parar de manosear los senos de su hija.

Luvy contemplaba la escena a la vez que con las manos se palpaba los pechos, imitando los movimientos que la madura efectuaba sobre las tetas de Cristal. Acerqué el tanga a mi cara y por la nariz empezó a penetrar el intenso olor que la prenda desprendía. Al tiempo que observaba el cuerpo desnudo de Cristal, sólo cubierto ya por las medias negras, aspiraba una y otra vez el aroma que su coño había dejado sobre el tejido del tanga.

  • ¡Chúpalo, vamos!- me ordenó tajante Madame Noir.

Saqué la lengua y comencé a recorrer con ella cada milímetro de la prenda. La saliva se fue mezclando con los restos de flujo que bañaban el tanga y dentro de mi boca el delicioso sabor a sexo se extendía por todas partes. Lamí varias veces más cada recoveco del tanga hasta que Cristal me lo arrebató. Envolvió con él mi empalmada polla y empezó a masturbarme. Agitó mi verga deslizando sobre ella la prenda, llevándola desde la base hasta el glande. Limpió con el tanga las pequeñas burbujas de líquido preseminal que lo cubrían y después siguió pajeándome lenta y suavemente un par de minutos más, mientras sus senos continuaban siendo sobados por las imparables manos de su madre. Finalmente, Cristal apartó la mano y el tanga de mi miembro y dejó caer la prenda al suelo. Madame Noir también liberó las tetas de su hija. Ésta se subió inmediatamente a la cama, se abrió de piernas y se sentó sobre aquella polla de juguete en la entrepierna de su progenitora. Poco a poco el dildo fue desapareciendo engullido por el coño de la chica hasta que quedó completamente oculto dentro de él. Cristal, situada de espaldas sobre su madre, empezó a cabalgar sobre el dildo, subiendo y bajando el cuerpo de manera parsimoniosa. Extendió la mano derecha y atrapó, por sorpresa para mí, mi polla. Al tiempo que se movía sobre su madre, la joven agitaba mi miembro desde los testículos hasta la punta, apretándola, acariciándola, haciéndome suspirar de placer.

Luvy se acercó un poco más a la cama y permitió que Madame Noir comenzara a tocarle el coño. La madura, a la vez que disfrutaba restregando su mano por aquella palpitante vagina, empezó a contribuir a la follada de su hija haciendo leves movimientos con la cadera e impulsándose hacia arriba. Cristal botaba cada vez con más fuerza sobre su madre, provocando que el dildo entrase y saliese de su coño a una velocidad endiablada. La chica, agarrada a mi falo, lo machacaba sin miramiento alguno y me arrancaba sonoros gemidos. Luvy suspiraba al sentir las acometidas de Madame Noir en su cada vez más empapado sexo y la madura se esforzaba por embestir con virulencia a su hija. Los gritos de placer de ésta inundaban la habitación y esto dio ánimos a Madame Noir para apretar todavía con más ganas y acelerar sus movimientos de cadera. El dildo irrumpía en el sexo de Cristal como una exhalación y se veía completamente sucio por los fluidos que la vagina de la joven iba segregando. Madame Noir inició una violenta ofensiva final y lanzó un par de bruscas embestidas contra el coño de su hija, que no aguantó más y empezó a correrse de gusto al tiempo que oprimía con una fuerza descomunal mi verga. Madame Noir había introducido varios dedos en la vagina de Luvy y la penetraba con ellos con suma dureza. Cuando Cristal aún estaba bajo los efectos del orgasmo, Luvy explotó de placer con los dedos de la madura dentro y se meó de puro goce. El interminable chorro de líquido formó un charco sobre el suelo de la habitación. Yo aún resistía sin correrme, con la polla irritada por tanto roce y agitación y con el aro conteniendo mi eyaculación.

Fue entonces cuando las tres mujeres consideraron que era hora de ver brotar de nuevo mi semen. Se acercaron hacia mí y se pusieron de rodillas. Madame Noir abrió la boca y comenzó a lamer mi polla en toda su extensión. Tras darle un par de chupadas intensas, dejó que fuera su hija quien gozase de mi verga en su boca. Rápidamente sentí la lengua de Cristal rozando mi pene y la húmeda saliva de la chica cubriéndolo. Luvy esperaba ansiosa su turno y éste le llegó pronto: Cristal dejó escapar mi falo de su boca y Luvy repitió lo mismo que que acababan de hacer las otras dos mujeres. Noté cómo los dientes de la chica circulaban despacio sobre la superficie de mi polla desde la base hasta alcanzar el glande. Reiteró la acción un par de veces más antes de cederle mi verga de nuevo a Madame Noir. Durante varios minutos estuvieron las tres alternándose a la hora de mamarme la verga, hasta que Madame Noir se levantó y Cristal y Luvy hicieron lo propio. La madura puso su culo en pompa y las dos chicas la imitaron. Ante mí tenía a aquellos tres espléndidos traseros bien abiertos y listos para ser follados. 



Puse mis manos sobre las nalgas de Madame Noir y le introduje la verga por el orificio anal. Lentamente la polla penetró hasta lo más profundo y quedó encajada en el macizo culo de la mujer. Tomé del suelo la fusta con la que hacía un rato me habían golpeado los glúteos y empecé a azotar las nalgas de Madame Noir a la vez que movía mi cintura hacia delante y hacia atrás para penetrarle el culo. No tuve ninguna compasión: si le gustaba el sexo duro, eso era lo que le iba a dar a aquella insaciable madura y a sus compañeras de fechorías. Tras embestir en varias ocasiones contra el ano de la mujer, extraje mi pene y pasé a clavarlo en el culo de Cristal. Mientras lo realizaba, los golpes de la fusta caían a plomo sobre las nalgas de la chica. Sus gemidos eran todavía más fuertes que los emitidos por su madre y eso me encendió y me dio pie a follarla de manera más salvaje. Con ritmo frenético mi verga penetraba el culo de Cristal, cuyas nalgas iban tomando color rojizo debido a los azotes de la fusta. Era el turno de Luvy: tampoco ella se iba a escapar de recibir en su trasero las embestidas de mi miembro y los impactos de la fusta. Le hinqué toda mi tranca dentro y comencé a bombear. Era una delicia sentir la manera placentera en que mi polla resbalaba dentro del ano.

Al tiempo que le metía mi pene, observé cómo sobre la mesa de la habitación había colocadas varias sogas y se me ocurrió hacer uso de ellas. Había leído una vez un artículo sobre técnicas de ataduras japonesas y pensé en ponerlas en práctica. Saqué la verga del culo de Luvy e hice un pequeño paréntesis con las tres mujeres. Todas me miraban extrañadas y siguieron con la vista mi recorrido hasta la mesa. Cuando vieron que tomé las sogas, comenzaron a comprender el motivo del pequeño parón.

  • Vosotras ya me habéis hecho conmigo lo que os ha dado la gana. Ahora es mi turno- les dije.

Con una de las cuerdas empecé a rodear el cuerpo de Madame Noir. Até las manos de la mujer y enrollé la cuerda alrededor de su anatomía.



 Las tetas quedaron aprisionadas por la presión ejercida y la madura no opuso mucha resistencia a las ataduras. Después, hice lo mismo con Cristal y con Luvy, quedando las tres mujeres atadas por aquellas sogas e inmovilizadas de las manos. Estaban totalmente a mi merced, juntas. Volví a agarrar la fusta y reemprendí los azotes sobre aquellas nalgas. De forma aleatoria pero enérgicamente descargaba golpes en los glúteos de las mujeres. Sus culos cada vez se ponían más rojos por la irritación pero yo no me detenía. Continué golpeando varios minutos más hasta que Cristal me suplicó que parase.

  • ¿Quieres que pare? ¿Ya no aguantas más? Ni lo sueñes- le comenté, mientras la fusta impactaba de nuevo sobre su nalga derecha y mi polla entraba fulgurante en el ano de la chica.

Embestí varias veces hasta que los sollozos de la chica llegaron a mis oídos. Le saqué la verga y con la fusta di un par de golpes rápidos y secos en el ano y en el coño. Los fui alternando para causarle mayor placer y su humedecido y pringoso sexo pronto manchó el inicio de la fusta.

  • ¡Córrete, puta, córrete!- le grité a la vez que con mis dedos penetraba el coño de Cristal.

No me hicieron falta muchas penetraciones para provocar que la joven llegara al orgasmo y se dejara caer luego al suelo, agotada y dolorida pero complacida.

Era el turno de Luvy. Ya esperaba el momento en que le hiciera lo mismo que a Cristal. Ante la atenta mirada de ésta y de Madame Noir, repetí con Luvy la misma acción anterior: dejé el trasero totalmente rojo con los golpes de la fusta, su coño también recibió los impactos de ésta y, por último, le follé la vagina con los dedos hasta hacer que se corriera de gusto.

  • Te toca a ti, Madame Noir- le dije a la madura tras situarme a su lado.
  • Está bien pero no me azotes demasiado fuerte, por favor- me pidió.
  • Tu tiempo de dominante ya ha pasado. Ahora estás indefensa y atada. Haré contigo lo que me plazca. Me has desvirgado el culo, me lo has penetrado y machacado. Me lo has dejado dolorido y, además, me habéis puesto este aro en el pene. Prácticamente me habéis humillado. Todo eso tiene su precio y me lo voy a cobrar- le respondí.

Después de pronunciar estas palabras, los azotes de la fusta comenzaron a caer sobre los glúteos de Madame Noir sin ningún tipo de compasión. Cada golpe iba lanzado con mayor vehemencia y la madura me imploraba para que parase. Sin embargo, yo miraba a Luvy y a Cristal y veía cómo con sus manos se acariciaban el coño, disfrutando del castigo al que estaba sometiendo a Madame Noir. Al fin decidí soltar la fusta, hice que la mujer se girase y abrí totalmente sus piernas. Mi polla comenzó a embestir de forma salvaje el coño de la madura, cuyas quejas se transformaron en gemidos. Con toda mi energía le machaqué una y otra vez el sexo, que se iba humedeciendo de flujo blancuzco.





  • ¿Quién demonios eres, Madame Noir? Voy a descubrir tu secreto- le indiqué.

Mis manos se posaron en la máscara de la mujer y al tiempo que mi polla irrumpía sin cesar en su vagina le quité aquella especie de antifaz que ocultaba parte del rostro. La respiración se me cortó al comprobar de quién se trataba. No podía creerlo: me estaba follando a....


Sudoroso y jadeante abrí los ojos y me vi sentado en mi cama, en plena madrugada y en medio del silencio de la noche. Comprendí, entonces, que todo había sido un sueño, un excitante y morboso sueño, justo la noche antes de acudir a la primera cita con Luvy en el club.

3 de diciembre de 2017

DOMADO POR UNA PUTA (12)

Madame Noir y su hija me dejaron respirar unos minutos. Durante ese tiempo, sin embargo, ellas no cesaron en el juego. Mientras yo iba recuperando poco a poco el aliento y Luvy aún se relamía la boca manchada de semen, Cristal y su madre se situaron a unos metros de mí. Sin perder tiempo, la joven acercó su rostro al de su progenitora y empezó a besarla. Yo no daba crédito a aquello que estaba contemplando: los labios de Cristal estaban sellados a los de Madame Noir y ambas mujeres permanecieron varios segundos así, comiéndose la boca en un largo e interminable beso. Luvy no parecía sorprendida por lo que deduje que ya estaba acostumbrada a ver ese tipo de acción entre madre e hija. A mí el hecho de ver ese beso lésbico tan apasionado entre las dos, como si fuesen dos putas en celo, me generó un morbo inmenso.

Tras el beso, Cristal agarró con dos dedos la cremallera del mono de cuero de su madre y comenzó a deslizarla hacia abajo. Lentamente la cremallera iba descendiendo y descubriendo a la vez más parte del cuerpo de Madame Noir. La ceñida prenda, ya semiabierta, fue incapaz de contener los majestuosos pechos de la madura que quedaron, desnudos, al descubierto. Tal y como yo había intuido desde el principio la mujer no llevaba sujetador bajo el mono y ahora sus tetas quedaron ante mi vista y ante la de su propia hija y la de Luvy. 




Cristal detuvo por unos instantes la bajada de la cremallera y comenzó a lamerle el seno derecho a su progenitora. Con ansias, la chica pasaba una y otra vez la lengua por la inmensa teta de abajo a arriba. La piel de Madame Noir no tardó en humedecerse con la caliente saliva de su hija y la areola y el pezón relucían mojados.

La situación me estaba excitando y empecé a sentir las primeras palpitaciones en mi polla: lentamente comenzaba a enderezarse y a abandonar el estado de reposo tras la eyaculación producida unos minutos antes. Cristal advirtió este hecho y dejó por un momento de comerle la teta a Madame Noir. Se acercó a mí y me dijo:

  • Qué pronto se te empalma la polla. No me dejas ni disfrutar tranquila las tetazas de mi madre.

En efecto, de forma involuntaria, le había interrumpido el momento de placer. Si mi verga seguía aumentando su erección, Cristal tendría de nuevo problemas para ponerme el aro en el pene, por lo que se vio obligada a cortar por unos segundos el juego con su madre. La chica preparó el anillo, se puso en cuclillas y, tras masajear suavemente mi polla en un par de ocasiones, comenzó a meter el aro por la cabeza de mi falo. Despacio fue desplazando el anillo hacia abajo a lo largo de mi pene, hasta dejar el objeto colocado prácticamente en la base de mi miembro.

  • Justo a tiempo. Si llego a esperar un poco más, me hubiera sido imposible ajustártelo- me comentó Cristal, complacida por haber por haber logrado al fin su objetivo.

También Madame Noir se alegró de ver el anillo rodeando mi verga. Yo sentía una ligera presión en el pene, que seguía aumentando la erección poco a poco tras los tocamientos de Cristal y debido también a las miradas de deseo de Madame Noir y de Luvy.

Después de dejar encajado el aro en mi miembro, Cristal regresó al lugar en el que se encontraba su madre y le hizo un gesto a Luvy. Ésta se acercó a ambas y se situó junto al seno izquierdo de Madame Noir. De forma casi sincronizada, Cristal comenzó a lamer de nuevo el pecho derecho de su progenitora y Luvy hizo lo propio con el de la izquierda. Los suspiros de placer de Madame Noir empezaron a llenar la habitación conforme su hija y Luvy se afanaban en chuparle las tetas. Mi excitación crecía ante lo que yo contemplaba y esto hizo que empezara a acariciarme con suavidad el paquete: mis dedos rozaban los testículos, los masajeaban y con la otra mano palpaba despacio la polla, a la que le faltaba poco para alcanzar la plena erección.
Los efectos del aro se hacían más evidentes conforme el pene se hinchaba y la sensación de placer proporcionada por la presión del anillo sobre mi miembro iba en aumento. Observé, entonces, cómo Cristal atrapaba el pezón de su madre entre los labios y empezaba a tirar de él. Luvy tomó nota de lo que estaba haciendo su compañera de correrías porque inmediatamente imitó la acción de Cristal e hizo lo mismo que ésta pero con el otro pezón. Cada vez con más fuerza, las dos jóvenes se empleaban a fondo sobre las tetas de Madame Noir, que cerraba los ojos aguantando las dos bocas en sus tetas, volvía a abrirlos y gemía de forma desesperada.

Sin dejar de chupar el pezón de su progenitora, Cristal agarró otra vez la cremallera del mono que lucía Madame Noir y retomó la bajada. La cremallera fue descendiendo más hasta acercarse a la zona de la entrepierna, donde tenía el límite. Todo el torso y el vientre de la madura quedaron al descubierto y Cristal dio un último arreón para llevar a la cremallera hasta el tope, dejando así al aire el sexo completamente rasurado de su madre. Me fijé de inmediato en aquellos dos gruesos labios vaginales, que relucían cubiertos de humedad fruto de la excitación de la mujer, y en la extraordinaria raja que invitaba a ser penetrada. Agité un par de veces mi verga, mientras mantenía la vista clavada en el sexo de Madame Noir. Luvy y Cristal dejaron de comerle las tetas a la mujer y pasaron a centrarse en su coño. Las dos chicas se pusieron en cuclillas y comenzaron a lamer de forma alternativa aquel delicioso sexo, recorriéndolo entero con la lengua.

  • Ummm...¡Qué bien lo hacéis! Seguid así, putitas, comedme bien el coño hasta que me corra- les incitó Madame Noir.

Las dos jóvenes se dieron rápidamente por aludidas pues imprimieron una mayor velocidad y fuerza a sus lametones. Yo veía cómo Luvy disfrutaba, aprovechando el nuevo rol que le habían asignado las dos mujeres, permitiendo que pasara de voyeur a plena participante de los juegos. Su rostro reflejaba un enorme expresión de lascivia y de deseo. Mi mano continuaba sobre la verga pero tratando de imprimir un ritmo suave para evitar llegar pronto a una nueva eyaculación. Cristal se incorporó y se apartó momentáneamente de su madre y de Luvy. Se dirigió hacia un mueble que había en la estancia y extrajo de él un segundo arnés con polla en la parte delantera. Regresó sobre sus pasos y le entregó a Luvy dicho arnés.


- Póntelo. Es hora de follar a Madame Noir- le indicó Cristal a Luvy, que recibió, gozosa, la propuesta.