13 de agosto de 2017

CLASES DE SEXO A MI HIJA

El día que sorprendí a mi hija masturbándose en su habitación comprendí que había llegado el momento de tener con ella una charla sobre sexo. Primero tuve que calmarla, pues se sentía avergonzada de que su propia madre la hubiese pillado tocándose. 



Tras tranquilizarla, le hice ver que la masturbación era algo natural, una necesidad fisiológica, tanto en hombres como en mujeres, y que no había razones para sentirse mal por practicarla. Eso sí, entre risas y para restarle más hierro al asunto, le comenté que la próxima vez cerrase mejor la puerta para que yo, si pasaba por allí, no viese nada. Ella esbozó una sonrisa y me alegré, ya que noté que esa vergüenza inicial había comenzado a desaparecer.

Le conté que yo había comenzado a masturbarme más o menos a su edad, siendo una adolescente y que, por supuesto, todavía lo seguía haciendo. A mi hija le extrañó esto último: me dijo que, si estaba casada y podía practicar sexo en pareja, no entendía que recurriese a la auto satisfacción. Le expliqué que el sexo con otra persona, en este caso con su propio padre, no era incompatible con la masturbación y que cada práctica podía tener su momento. Le indiqué que también su padre se masturbaba con cierta frecuencia y que, incluso, en algunas ocasiones lo hacía delante de mí y yo ante él para deleitarnos simplemente mirando el uno al otro o como preliminares antes de tener sexo.

  • Mamá, ¿puedo preguntarte algo?- me preguntó Alma.
  • ¡Claro, lo que quieras!
  • Ya que tienes experiencia, ¿podrías enseñarme qué cosas puedo hacer para darme mayor placer? No es que no disfrute cuando me masturbo pero seguro que podrás señalarme la manera de aumentar el placer.

Alma se acababa de anticipar a los consejos que iba a darle y me alegré de que me realizara esa petición.

  • Si estás interesada en eso, quítate las braguitas, hija.

Me miró un poco nerviosa y cohibida pero no tardó en despojarse de ellas, dejando al descubierto bajo la falda su juvenil sexo. Yo me quité el fino y semitransparente camisón que llevaba puesto y fue entonces cuando empecé a tocarme para mostrarle la forma en que debía acariciarse. Comencé por mis tetas, masajeándolas y aprisionándolas. Rocé mis oscuros pezones con los dedos y los pellizqué, mientras comprobaba la cara de asombro de mi hija al verlos tan tiesos y erguidos. Ella empezó a imitar mis movimientos después de quitarse el sujetador y dejar al aire y ante mis ojos sus perfectos y esplendorosos senos.

  • Eso es. Lo estás haciendo muy bien. Continúa de esa manera. Fíjate en lo duros que se te están poniendo- la animé.

Observé su coño y noté cómo empezaba a humedecerse lentamente. Abrí mis piernas y le enseñé a Alma el mío, sin bragas que lo cubriesen. Ella, al vérmelo y apreciar que estaba todavía más mojado que el suyo, se mordió el labio inferior de su sensual boca. Acerqué mi mano a su sexo y lo palpé frotando la palma sobre él, antes de pasar a restregársela varias veces hasta que quedó totalmente empapada de los flujos de mi hija. Vi cómo su mano, temblorosa, se acercaba a mi coño y sentí luego el tacto intenso sobre mi vagina: Alma estaba calcando increíblemente bien los movimientos que recibía por mi parte. Mi hija comenzó poco después a jadear en cuanto sintió cómo uno a uno mis dedos penetraban su sexo palpitante y lo follaban cada vez a más velocidad. 



Sin embargo, Alma estaba aprendiendo muy rápido y consiguió en seguida arrancarme fuertes gemidos al perforar mi vagina con sus dedos. Me los puso momentáneamente en mi boca para que yo los chupara y degustase mi propio flujo, de modo que saqué la lengua y lamí los dedos dejándolos sin rastro de la pringosa humedad. Rápidamente volvió a embestir con los dedos dentro de mi coño en un mete y saca que duró varios minutos. Tan bien lo hizo que la muy zorrita provocó que su madre se corriese un par de segundos antes de que de su raja vaginal brotasen varios chorros de fluido, que empaparon las sábanas de la cama y salpicaron mis muslos y mi entrepierna.


Después de recuperar el ritmo normal de respiración, Alma y yo nos fundimos en un abrazo, juntando nuestros cuerpos desnudos y rozando nuestra piel, a la vez que le susurraba al oído que, si le apetecía, pronto la invitaría a mi dormitorio para jugar conmigo y con su padre. Dos noches más tarde, mi hija atravesó el marco de la puerta de mi dormitorio, donde su padre y yo la esperábamos completamente desnudos y tocando nuestros cuerpos. Desde aquella madrugada, nuestros tríos familiares se han convertido en norma varias veces por semana. 

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