Ni
la Luna brillante,
testigo
de tus excusas,
cree
tus vacías palabras
sobre
tu pasión errante.
Dices
que me amas:
¿debo
yo darlo por cierto?
¿Desde
cuándo no me abrazas,
aumentando
así el tormento?
De
otro son hoy tus besos;
de
él tus caricias apasionadas
y
esos labios traicioneros
que
por mi piel derramabas.
Es
él quien goza entre tus piernas
y
alborota hoy tu cabello,
mientras
juega con tus nalgas
suaves
como el terciopelo.
Pero
al cielo no te eleva,
bien
lo sabes, aunque finjas,
cuando
penetra tu cueva,
yo
lo sé, aunque gimas.
Pues
su llave no es maestra
y
no cumple con rigor
aquello
que te fascinaba
y
que sólo te daba yo.
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