Mi
novio es un completo desastre. Por todos lados se hablaba ayer del
día de San Valentín pero él, centrado en ese nuevo trabajo y en
ese proyecto que le absorbe últimamente montones de horas, ni
siquiera se acordó de felicitarme. Ya ni hablar, por tanto, de
hacerme un regalo.
Sin
embargo, creo que se lo perdonaré. Esta mañana, muy temprano, antes
de irme a las clases de la Universidad, llamó un mensajero a la
puerta del apartamento que alquilé a principios de curso. Me sacó
prácticamente de la ducha. Con una toalla envuelta en el cuerpo,
abrí la puerta y el tipo me entregó un paquete. Tras firmar y
cerrar de nuevo la puerta, comprobé el contenido de la caja. Había
una nota y otra caja más pequeña. Intrigada, leí lo que ponía en
el papel:
Perdón por no felicitarte ayer el día. Ya me conoces,
soy un auténtico despistado. En lugar de comprarte la típica rosa,
te he hecho un regalo un tanto especial. Espero que sea de tu
agrado. Antes de abrir la caja, sigue, por favor, los pasos que
vienen a continuación: 1. Ponte esa faldita roja de cuadros que te
hace tan provocativa; 2. Vístete con las medias negras sexys, ésas
que te llegan por encima de la rodilla; 3. Prohibido ponerte hoy
sujetador y braguitas: irás a clase sin nada bajo la ropa.
Eso
es lo bueno que tiene mi chico: siempre logra sorprenderme con alguno
de esos juegos que tanto me fascinan. No he tenido por San Valentín
una rosa como cualquier chica, sino un morboso juego sexual.
De
modo que me dispuse a seguir las directrices marcadas: me quité la
toalla y me dirigí en pelotas a mi habitación. Saqué del armario
una camiseta, la falda de cuadros a la que se refería mi novio y las
medias indicadas y empecé a vestirme.
Sabe
de sobra lo corta que es, que apenas cubre hasta el final de las
nalgas y que se me vería absolutamente todo al menor descuido,
movimiento brusco o, incluso, simplemente al caminar y que, en esta
ocasión, no habría tanga o braga que tapase mis intimidades de las
miradas ajenas y ansiosas.
Una
vez vestida por completo siguiendo las instrucciones de mi chico,
abrí la caja pequeña y me sorprendí al comprobar el contenido: un
sugerente pene de juguete con ventosa para pegarlo a la pared, al
suelo o a cualquier mueble. Era una polla tan real, tan perfectamente
diseñada, reproduciendo cada detalle de un pene humano que no pude
evitar morderme los labios de puro placer. Aunque no me lo había
escrito, sabía perfectamente cuál era la intención y la indirecta
lanzada por mi novio: seguro que quería que probase el juguete en
ese mismo instante, vestida tal y como me había solicitado. Miré el
reloj y aún faltaban unos minutos para salir de casa. Gané algo de
tiempo al retrasar el desayuno habitual y posponerlo para el breve
descanso durante la mañana en la Facultad.
Pegué
la ventosa en la pared y dejé clavada esa magnífica polla de color
carne. Me acerqué a ella y comencé a lamerla con la lengua para
lubricarla. Una y otra vez la recorrí desde la punta hasta la base,
empapándola de saliva. Noté cómo mi coño empezaba a humedecerse,
mientras yo chupaba aquella verga. Acto seguido me giré, me puse de
espaldas al pene y levanté un poco la falda. No hizo falta hacerlo
mucho para que mis nalgas quedaran al aire.
Retrocedí un paso más y
sentí cómo el glande del falo de silicona rozaba justo mi raja del
culo. Agaché ligeramente el cuerpo y volví a subirlo para
deleitarme con el tacto de la punta de la polla sobre toda la
extensión de la raja del trasero. Decidí ponerme ya en pompa y
dejé, así, abierto por completo el orificio anal. Con parsimonia me
pegué a la pared y centímetro a centímetro la verga de juguete
comenzó a entrar por mi ano. Gemí al notarme penetrada y moví las
caderas y la cintura, empujando mi cuerpo hacia delante y hacia atrás
. De manera deliciosa el pene se deslizaba por el interior del ano
sin obstáculo alguno y llegando hasta el fondo. Aceleré un poco más
el ritmo y el efecto de la penetración se hizo mayor, provocando que
también aumentase más el placer proporcionado. Por la cara interna
de mis muslos resbalaba un par de hileras de flujo, que mi coño
expulsaba sin cesar. Mi sexo palpitaba pidiendo ser penetrado ya de
una vez, por lo que dejé salir la polla de mi ano y me volví. Abrí
la boca y lamí en repetidas ocasiones la verga para saborear el rico
e intenso aroma que mi culo había dejado impregnado en ella.
Sin
mayor dilación, volví a ponerme de espaldas al juguete, incliné mi
cuerpo separé con los dedos los labios vaginales y me dejé caer de
golpe contra la pared. Grité con fuerza cuando todo el pene entró
bruscamente en mi coño húmedo, desde atrás. Realicé la misma
operación una vez, otra, otra más....Mis gemidos se incrementaban
conforme aumentaba el número de ocasiones en que el falo violaba mi
coño con una fuerza extrema. Una de las veces en que la polla quedó
encajada dentro de mí, comencé a mover la cintura y las caderas a
gran velocidad, a la vez que metía mis manos dentro de la camiseta y
jugaba con las tetas, aprisionándolas y apretándolas con ganas.
Como una posesa me movía contra la pared, permitiendo que el falo
penetrase hasta casi mis entrañas. Cerré, entonces, los ojos oprimí
los labios y dí un último acelerón final, hasta que aquella
maciza polla me llevó al orgasmo.
Extasiada,
permanecí unos segundos inmóvil, con la verga dentro y observando
el enorme charco de fluidos vaginales que se había formado en el
suelo. Luego me aparté de la pared y me acerqué hacia la mesa:
allí, antes de masturbarme, había dejado apoyado el móvil, que se
encargó de grabar hasta el último detalle de la escena.
¿Satisfecho?- le escribí a mi novio como única
palabra en el mensaje que acompañó al vídeo que le envié.
Muchísimo. Justo como había imaginado. Feliz San
Valentín, querida mía- leí en la pantalla del móvil un par de
minutos más tarde, mientras la polla de silicona volvía a penetrar
de nuevo mi coño para follarlo.