Unas semanas antes de nuestro segundo aniversario te comenté, tras una de nuestras sesiones de sexo placentero, que me moría de ganas por hacerte el amor teniendo tú puesto tu conjunto de liguero y de medias negras y, además, calzada con tus sensuales zapatos rojiblancos de tacón.
¿Soy fetichista? No lo sé, creo que no, sinceramente. Era sólo una fantasía sexual de las muchas que hay en mi mente. Lo único que sé es que cuando te vi por primera vez con esos zapatos puestos, vestida de calle, saltó en mi interior ese chispazo que surge en las ocasiones en las que algo hace que me excite. La misma sensación se repite cada vez que te los calzas, incluyendo el día de la final de la Champions League que nuestro Atleti perdió cruelmente en Lisboa.
Si tú ya de por sí eres una mujer que irradias sensualidad por cada poro de tu piel, por cada milímetro de tu precioso rostro y de tu lindo cuerpo azteca, luciendo esos zapatos te conviertes en irresistible.
Hasta el día en que te hice ese comentario, aún no había tenido la suerte de verte con las medias, el liguero y esos zapatos puestos, todo a la vez. Era un deseo que tenía y que te confesé aquella madrugada después de corrernos los dos. Me prometiste que pronto te vería así y que mi fantasía se cumpliría. De modo que era cuestión de esperar pacientemente hasta que la diosa hiciera una nueva aparición, esta vez más estelar que nunca.
Cuando llegó el 9 de julio, día de nuestro aniversario, no tuvimos tiempo de darnos un homenaje sexual a modo de celebración. Fue un día laborable y debido a nuestros quehaceres y horarios resultó imposible encontrar un rato tranquilo y largo para tener delicioso sexo. Sin embargo, sí tuvimos una jornada muy romántica y dulce (siempre esa dualidad o esa mezcla en nosotros: pasión y dulzura), además de “amenazarme” con que ya me pillarías por banda otro día con tiempo suficiente para “abusar” de mí.
Sólo un par de días más tarde, la madrugada del sábado al domingo, cumpliste esa amenaza. Ya desde la mañana del sábado comenzaste con los escarceos, augurio inconfundible de que algo grande tramabas en tu traviesa y perversa mente. Fuiste a la oficina de tu madre a trabajar, a esperar a una cliente que iría a recoger un pedido. Te encontrabas sola en la oficina, pues tu madre se había ausentado aquel día. Yo estaba en casa trabajando en el ordenador para poder enviar antes del lunes unos archivos del trabajo. De repente sonó el móvil: una foto de tu impresionante e impactante escote apareció en la pantalla de mi teléfono. De forma juguetona te habías bajado un poco la camiseta para mostrarme más de lo que ese escote de la prenda dejaba ver ya de por sí. Una especie de descarga eléctrica recorrió mi interior. Sin tiempo a reaccionar leí:
- Te deseo. ¿sabes que no dejo de pensar en ti, en tus ojazos marrones, en tu boca, en tus labios, en tu piel?
Con esa imagen y con estas palabras ya habías provocado un incendio dentro de mí.
- ¡Amor, estás arrebatadora! ¿Qué le ha pasado a tu escote?- te pregunté sabiendo de sobra la respuesta.
- ¿Tú qué crees? Estaba revisando que todo estuviese en orden ahí dentro y así quedó.
Una segunda foto mostraba tus dos senos desnudos, libres de cualquier sujetador, saliéndose casi por completo de la camiseta. Sólo los pezones quedaban ocultos. Mi polla, que ya con la primera instantánea y con tus primeras palabras había comenzado a sufrir los primeros cosquilleos y palpitaciones, empezó a agrandarse y a hincharse como un neumático al que se llena con aire.
Lejos de parar con el jueguecito, seguías aumentando la intensidad: la siguiente imagen me ofrecía tus dos tetas ya totalmente al descubierto, con esos oscuros pezones de tono café apuntando desafiantes y duros hacia el objetivo de la cámara. Cuando sentí mi pene oprimido bajo mi pantalón debido a lo tieso que ya estaba, no pude reprimir mis palabras:
- Tócate, amor. Roza esos senos que tanto me excitan.
Inmediatamente me mostraste cómo tus manos acariciaban las tetas, masajeándolas, palpándolas. Ahí estabas en la oficina, con la camiseta descolocada, los pechos fuera y dándote placer. Seguiste unos minutos más sobándote los pechos, mientras el fuego interior me abrasaba cada vez más. Me había despojado de la camiseta por el calor que sentía y me decidí a dar el siguiente paso.
- Baja la mano y métela dentro del jeans- te solicité.
Segundos más tarde obtuve como prueba de que habías cumplido mi petición una nueva foto: tu mano se había introducido bajo tu pantalón azul y dentro de tus braguitas rosas. Me sorprendió bastante verte usar bragas, como luego te comenté. Sin embargo, en ese momento lo siguiente que quería era que te acariciaras tu sexo.
- Lo haré si tú también te tocas- fue tu contundente y clara respuesta.
Abrí la cremallera de mi pantalón y liberé al fin mi miembro de la opresión que estaba sufriendo. Salió rápidamente por la abertura creada, todo duro y con la punta ya mojada. Comencé a agitarlo suavemente y te lo mostré.
- Me encanta tu polla y cómo te la tocas- me dijiste sin dejar de pasar la palma de tu mano ni los dedos por tu sexo.
Pudiste ver mi glande ya pringoso y con brillantes burbujitas de flujo recubriendo el agujerito central a la vez que continuabas frotando tu coño. Pero la inoportuna llegada de la cliente a la que estabas esperando interrumpió de forma brusca nuestro juego. Tuviste que recomponer a toda prisa tu vestuario y después de estar unos minutos atendiendo a la mujer, te volviste a poner en contacto conmigo.
- Perdón, amor. Esa señora ya podría haber elegido otro momento para venir a por su pedido. Prepárate, porque esta noche sí que no te me escapas. Quiero que, para meterte en la cama conmigo, lleves puesto el bóxer transparente que compraste en el sexshop.
- Ummm…no sé, no sé. Tendré que pensármelo- te repliqué.
- ¿Y eso? ¿Estás de broma?
- No, lo digo muy en serio. Igual me comporto como un chico malo y no te hago caso. Tal vez me ponga uno de esos slips viejos y antiestéticos que ya ni uso.
- Pero, ¿qué te pasa? ¡Si tú no sabes hacer de chico malo! ¿Por qué no quieres usar ese bóxer?- me preguntaste.
- Vamos a ver, te lo explicaré: no sueles usar braguitas, salvo en ocasiones excepcionales, y de repente hoy veo que llevas unas puestas. Tú, que me pediste que dejara de usar bóxer para el día a día, que me incitaste a dormir completamente desnudo y a desterrar esos pijamas a rayas que empleaba antes, utilizas hoy unas bragas. No sé si habrá sido casualidad o es que te ha dado por usarlas.
- Pero son muy bonitas- me comentaste a modo de defensa y sin aclararme mis dudas.
- Ya…y mis bóxers también lo son, ceñidos, sensuales y sexys, y los he dejado de utilizar. Así que, como veo que no estás muy por la labor de despejar mi incógnita, me portaré como un chico malo. Ya veré qué me pongo esta noche, pero ten por seguro que ese bóxer del sexshop que me has pedido no lo vas a ver.
- ¡Amor, no te pongas así, por favor! ¡No seas cruel conmigo!
- Sigo sin obtener una aclaración. Nada, veo que no hay manera. Uno de mis pijamas cortos de rayas, un anticuado slip,…algo de eso me pondré- te dije.
- Es igual. Te pongas lo que te pongas estarás irresistible y, además, no te durará puesto, pues pienso quitártelo inmediatamente.
- ¿Ah, sí? ¡Vaya! Tal vez salga a buscar un cinturón de castidad masculino con candados para que no puedas abrirlo ni quitármelo.
- A las diosas como yo no se nos resiste nada, no lo olvides. Anda….termino de hacer unas cosas aquí en la oficina, voy a comer y a tomar un café con tu suegra y te veo ya esta tarde-noche en casa. Al rato te mando unos besos, amor mío- me comentaste a modo de despedida.
- Sí, mi cielo, te espero luego en casa. Te amo mucho, corazón.
- Y yo a ti y te deseo con todas mis ganas- fueron tus últimas palabras antes de cortar la comunicación.
Tu día se alargó más de la cuenta y regresaste a casa cuando empezaba a anochecer. Yo había terminado ya con todo mi trabajo y estaba en la cocina preparando la cena, pues no quería que cuando volvieras tuvieras que hacerla tú. Entraste en la cocina para saludarme, te arrimaste a mí por la espalda y me dijiste con voz sugerente:
- Ummmm…huele delicioso. Tiene pinta de estar rico, casi tanto como tú.
Me abrazaste desde atrás y noté tu cuerpo pegado al mío y la dureza de tus pechos sobre mi espalda. Me diste un beso en el cuello, otro en la mejilla y giré mi cara para poder besar tus rojos labios. No me conformé con uno: te di un segundo, un tercero y, cuando quise volverme para continuar preparando la cena, me pusiste la mano en la mejilla, giraste de nuevo mi rostro y me estampaste un enorme e intenso beso en la boca. Hiciste temblar todos mis cimientos como la primera vez que me besaste, como cada vez que lo haces.
- Traigo hambre, pero a ti te dejaré para el postre. Lo más exquisito siempre se deja para el final. Primero habrá que probar ese arroz que estás haciendo- me susurraste al oído.
Después de la cena nos sentamos un rato en el salón. Bajaste la intensidad de la luz y pusiste música cálida y llena de sensualidad a la vez, esas bachatas que tanto te gustan. Te levantaste del sofá y me hiciste un gesto con la mano para que yo también me pusiera de pie. Lo hice y me acerqué a ti. Comenzaste a mover tu cuerpo al ritmo de la música. Tu torso, tu cintura, tus caderas…todo se movía al compás de la melodía. Te miraba embobado, sin pestañear.
-¿No me vas a conceder un baile?- me preguntaste de forma pícara.
- Cielo, yo no sé bailar. Prometiste que me enseñarías y aún lo estoy esperando.
- Lo sé, no he tenido tiempo, pronto lo haré. Pero ahora déjate llevar por la música- me dijiste en voz baja sin dejar de moverte, envolviéndome con tus brazos y pegándote por completo a mí.
-¿Lo ves? Es muy fácil. Lo haces muy bien- trataste de animarme mientras nuestros cuerpos se rozaban al son de la música.
Fue entonces cuando recordé lo que tantas veces me has dicho de que te encanta bailar y que, cuando lo haces, te excitas y te calientas de forma especial. Empecé a sentir ardores y deseo en mi interior, más aún al percibir tu aroma, al escuchar cada palpitación de tu corazón. Tus pezones se empezaron a marcar en la camiseta de forma evidente. Supongo que tú estarías notando también cómo mi bulto crecía bajo mi pantalón, pues lo tenía pegado a tu cuerpo. Pero callabas y seguías bailando. Tus manos fueron descendiendo por mi espalda hasta que se posaron sobre mis nalgas. Incrementaste el ritmo de tus caderas y restregaste tu vientre con el mío, tu entrepierna con la mía. Mi erección era ya brutal y tus caricias traseras no cesaban, acompañadas ahora de húmedos besos por todo mi rostro y mi cuello. Estaba en medio de la gloria, cuando me dijiste:
- Ve al dormitorio, amor. Voy un momentito al baño y estoy contigo.
Te hice caso sin rechistar, me dirigí a la habitación y aproveché para desnudarme por completo. Mi polla aún seguía dura y empalmada, apuntando hacia delante y ligeramente curvada hacia la izquierda. Me puse el bóxer transparente comprado en el sexshop hace ya algún tiempo y, por encima, el pantalón corto del pijama a rayas. Quería hacerte rabiar un poco antes de cumplir con tu petición y mostrarme sólo con ese bóxer. Me tumbé en la cama y esperé a que aparecieras. No tardaste mucho en aparecer por la puerta.
- Mi vida, necesito que me dejes cinco minutos a solas- me solicitaste.
- ¡Por favor, amor! ¿A estas alturas te va a dar vergüenza desnudarte delante de mí?
- ¡Pssssst! Anda, obedéceme, no seas necio.
Resignado y extrañado salí del dormitorio. Cerraste la puerta y no tuve más remedio que quedarme en el pasillo. No quería enfriarme, así que metí mi mano entre el pantalón del pijama y el bóxer y comencé a acariciar mi verga para mantenerla en pleno apogeo. Preferí no encajarla todavía en el agujero habilitado para ello en la finísima prenda interior y me dediqué a rozarla una y otra vez, sintiendo sobre ella el delicioso tacto de mi mano.
Por fin sonó tu voz desde dentro del dormitorio dándome permiso para entrar. Abrí la puerta y me quedé sin respiración, cuando te contemplé: únicamente tenías encendida la tenue luz de la mesita de noche. Estabas recostada sobre la cama, tu espalda recta pegada a la pared de la cabecera, las piernas extendidas sobre la cama.
Te habías puesto una ligera capa de maquillaje en el rostro y rimmel en tus preciosos, deslumbrantes y enormes ojos verdes. Habías pintado tus labios con un intenso rojo carmín. Estabas realmente irresistible.
Lucías la exótica y sexy bata asiática que habías comprado por internet unas semanas antes y que te habían enviado desde China. Esa mezcla latina-asiática te llenaba de sensualidad. La prenda, de color oscuro y con transparencia por la espalda, te llega hasta un poco más abajo de la cintura, pero no te cubre por completo los glúteos. No te habías puesto el tanga que te mandaron de obsequio junto con la bata y tu coño electrizante y sin depilar desde hacía unos días quedaba a la vista, con ese aspecto salvaje que me enloquece, cuando lo llevas así.
Un liguero negro sostenía las medias del mismo color que envolvían majestuosamente tus muslos. Sabes de sobra que verlos de esa manera, cubiertos por las medias, me encienden por completo.
Te estaba comiendo con la mirada y en tu rostro se dibujaba una sonrisa de satisfacción porque estabas consiguiendo lo que te habías propuesto.
Pero aún quedaba un último detalle: tus pequeños pies se encontraban calzados por los zapatos rojiblancos de tacón. Esa forma, ese color, la longitud de los tacones….Me tenías loco. Hoy sí, hoy lo llevabas todo puesto a la vez. Para mí siempre eres una diosa, pero hoy parecías la diosa suprema. Sólo deseaba una cosa: hacerte el amor, follarte entera.
Con esa intención me acerqué a ti, pero cuando llegué a tu lado me comentaste:
- ¿Qué ha pasado con ese chico malo que me iba a torturar y que no se iba a poner lo que le había pedido, el que se iba a hacer de rogar? ¿Acaso mis encantos divinos han sido demasiado para él y se ha rendido?
No respondí. Aún estaba asombrado por lo que veía.
- Odio ese pijama- me dijiste antes de llevar tus manos a la cinturilla de la prenda y empezar a bajármelo.
No opuse ninguna resistencia.
- Ummmm….¡Vaya lo que estoy viendo!- exclamaste al empezar a ver mi bóxer transparente de color celeste y con manchitas marrones que simulan las pisadas o huellas de un tigre.
Tiraste del pantalón hacia debajo de golpe y me dejaste ante ti sólo con esa prenda íntima puesta y que no oculta absolutamente nada de lo que hay debajo. En pocos instantes habías derribado mi plan de hacerte sufrir un poco, de que me rogaras. Era yo el que estaba dispuesto a lo que fuera, a suplicarte, con tal de poder tocar ese cuerpazo, de acariciarte, de besarte, de penetrarte. Cuando extendí mi brazo derecho para intentar abrir tu bata por delante y poder admirar tus pechos, me frenaste en seco.
- No, no no….Lo siento. Hoy no me vas a follar- me indicaste mientras extendías las piernas y las apoyabas sobre la pared para presumirme de ellas.
- ¡Amor, por Dios, que estoy desesperado! ¿No lo ves? Haré lo que me pidas, lo que quieras, pero te lo suplico: no me dejes así. Me muero por hacerte el amor.
Callaste unos segundos. Me tocaste la polla sobre el bóxer, luego metiste tu mano dentro y encajaste mi miembro y mis testículos en el agujero del bóxer. Todo mi paquete quedó sujeto, aprisionado y realzado. Lo besaste y volviste a dirigirme la palabra:
- Hoy no me vas a follar, eso lo dejaremos para el próximo día, para nuestro siguiente viernes mágico. Hoy quiero que disfrutes mirando y contemplando a tu diosa. No tienes que hacer nada, sólo mirar, tocarte mientras me contemplas y gozar. ¡Ahh…y otra cosa! Deseo que conserves este momento, así que coge la cámara de fotos y fotografíame y grábame. Te aseguro que vas a disfrutar.
Me quedé algo más conforme cuando me prometiste que aquello tendría continuación. Pero mi calentón no cesaba. Todo lo contrario. Cogí la cámara del cajón y la encendí. Fue entonces cuando comenzaste con tu particular show. Tus manos empezaron a acariciar tus senos sobre la bata. Hacías círculos con ellas sobre tus tetas, las masajeabas y palpabas con ganas. Los dos pezones se marcaban ya sobre el tejido de la prenda. Jugaste con ellos unos instantes antes de que lentamente tus manos fueran descendiendo hacia tus caderas y tu vientre. No me perdía detalle de tus movimientos y las primeras fotos ya estaban recogiendo todo lo que realizabas.
Me sobaba la polla sobre el bóxer y notaba cómo la fina prenda se humedecía por los flujos que comenzaban a salir de la punta de mi miembro. Paraba unos segundos y pulsaba el botón de la cámara para inmortalizarte. Las instantáneas se iban acumulando en la memoria de la tarjeta, mientras tus manos bajaban por tus muslos acercándose a los pies. Llegaste a ellos y acariciaste el empeine. Luego pasaste con suma sensualidad los dedos sobre los zapatos, para acabar tocando y recorriendo toda la longitud del tacón. Mi glande mojaba cada vez más el bóxer y la mancha de humedad se extendía sin remedio. El color rojizo y carnoso de la cabeza de mi polla parecía adquirir mayor intensidad y brillo, aprisionada bajo la empapada prenda.
Disparé nuevas fotos cuando comenzaste a abrir el lazo atado a tu cintura que cerraba la bata por la parte delantera. Era cuestión de segundos que tus senos quedaran al descubierto. Inicié una grabación de vídeo para guardar ese instante y así poder tener, además, una mano libre para tocar mi verga. Al deshacer el lazo, la bata se abrió en dos y con las manos terminaste de descubrir primero tu teta derecha y luego la izquierda. Allí estaban esas dos maravillas de la naturaleza que tienes en tu cuerpo, sus inconfundibles aureolas oscuras y esos pezones erguidos por tu propia excitación. Empezaste a tocar tus pechos mirándome fijamente a los ojos y con cara de deseo. Tus manos apretaban las tetas, metías los pezones entre los dedos y los friccionabas, mientras yo, viendo todo esto, no podía contenerme y aprisionaba cada vez con más fuerza mi pene. Te saqué varias fotos mientras jugabas intensamente con tus senos hasta que finalmente dejaste caer la bata, quedando toda la parte superior de tu cuerpo desnuda.
- No te quites más prendas, por favor. Sigue así hasta el final- te pedí embelesado.
Me hiciste una señal con la mano para que me acercase un poco más a ti, lo suficiente como para poder tocarme. Me agarraste todo mi hinchado paquete y lo sobaste a tu antojo hasta que la palma de tu mano y tus dedos quedaron pringosos por mi líquido preseminal. Me bajaste el bóxer y mi polla salió liberada.
Quedó a escasos centímetros de tus rojos labios, la besaste y la chupaste un par de veces y, cuando creía que me harías una de tus magníficas mamadas, me volviste a torturar pidiéndome que me alejara unos metros para que continuase grabándote y fotografiándote.
Bajaste tu mano hacia tu coño, que ya relucía brillante por la humedad. Comenzaste a frotarlo con parsimonia y a pasar los dedos sobre los carnosos labios vaginales. Tus uñas, pintadas en una perfecta combinación de colores, empezaron a perderse dentro de tu sexo. No sólo las uñas: fuiste metiendo uno, dos, tres dedos enteros dentro de tu abierta raja. Yo me deleitaba ahora contemplando la escena y sin dejar de recoger todo aquello en imágenes. No descuidaba a mi polla, a la que le iba dedicando fuertes y duras agitaciones que hacían que no perdiera nada de su dureza. Comenzaste a cerrar los ojos como haces siempre que el placer se apodera de ti y comprendiste que era el momento de dar un paso más.
Abriste el cajón de la mesita de noche y sacaste tu enorme dildo rosa.
Te lo llevaste a la boca y comenzaste a lamerlo. Con ganas y ansias pasabas la lengua por todo el juguete de un extremo a otro. Mi mano sacudía cada vez más fuerte la polla a la vez que mis testículos se endurecían y se bamboleaban al ritmo marcado por mis movimientos manuales. No aguantaste más y deslizaste el dildo hasta el fondo de tu coño. Centímetro a centímetro era engullido por tu raja vaginal hasta que terminó por desaparecer dentro de ella. Acto seguido tiraste de él y empezaste a extraer el juguete para inmediatamente volverlo a meter. Incansable repetías la acción provocando ya que un espeso y blanco flujo asomara por tu sexo cubriese buena parte del dildo. Aceleraste el ritmo y el líquido salpicó en varias direcciones manchando las medias negras por la cara interna de los muslos. Las sábanas rojas también recibieron el impacto de varios goterones blancos. Con ahínco apretabas el objeto dentro de tu coño tanto que veía cómo hincabas los tacones sobre el colchón. Tuve que empezar a regular para no correrme: quería contemplar hasta el final tu espectáculo antes de soltar a chorros mi leche caliente.
Deseaba grabar el momento justo de tu corrida, por lo que apunté bien con el objetivo a tu entrepierna. Tú metías y sacabas el juguete con una fuerza descomunal.
- ¡Vamos, pártete el coño, córrete, amor, suelta todo lo que tengas ahí! Sé que lo vas a hacer, que estás ya muy cerca- exclamé mezclando mi voz con tus furibundos gemidos.
- ¡Arrggghhh!…¡Dios!…¡Argggghhhh! ¡Me voy a correr, me corro!- chillaste sin control alguno.
Aún tuviste resistencia para impulsar varias veces más el dildo hasta que de tu coño comenzó a manar un interminable chorro de líquido amarillento impregnando tus piernas, la cama y hasta mis muslos.
- ¡Ahhhh…Vamos, amor, acércate y córrete en mis tetas! ¡Llénamelas de leche!- me pediste.
Solté la cámara, di un par de pasos y me puse con mi verga prácticamente pegada a tus pechos. Agarraste mi pene, lo colocaste entre tus dos senos y empezaste a agitarlo así, en una maravillosa “cubana” (deberían cambiar el nombre por el de “mexicana” en tu honor).
- ¡Amor, no voy a aguantar mucho más!- te confesé sintiendo ya los primeros espasmos en mi bajo vientre.
- Eso deseo: que te corras. ¡Vamos, mi vida, suelta ya tu leche blanca! ¡Cubre con ella mis tetas!- exclamaste sin dejar de deslizar ni un segundo y con fuerza mi miembro entre tus senos.
No podía más. ¡El placer era tan intenso!
- ¡Arrrggghh…Ya….Ya….! ¡Ahhhhh….me voy a correr, me corrooooo, ahhhhhh!- grité antes de que mi esperma empezara a salir por el agujero del glande.
La primera descarga cayó sobre tu cuello. Las restantes cubrieron de un níveo blanco tus aureolas y la cima que las corona en forma de pezón. Con tus manos restregaste mi leche por tus tetas y chupaste luego las manos para saborear mi semen. El dormitorio olía a sexo por todas partes en un profundo y excitante aroma que nos acompañó mientras nos abrazábamos, nos acariciábamos y nos decíamos todo tipo de piropos antes de caer rendidos en los brazos de Morfeo.
A la mañana siguiente, cuando desperté, aún tenía en la cabeza todo lo vivido durante la noche. Me sentía eufórico, todavía extasiado y con la sensación de gusto en el cuerpo. Pero en mi mente había una fantasía más, relacionada con tus tacones. Realmente era una parte de la fantasía anterior. Siempre me dices que te pida todo aquello que se me ocurra que tú, si te es posible, me complacerás. Pero aquello me parecía demasiado y preferí ser prudente la noche anterior. Así que dejé esa última parte de la fantasía aparcada por si en otra ocasión me decidía.
Pero la suerte o nuestra continua empatía quiso que la oportunidad llegara una semana más tarde. La noche del viernes 17 al sábado 18 de julio nunca se me olvidará.
Los días previos habían transcurrido con nuestros típicos escarceos y “asaltos” sexuales: pequeñas pero muy ardientes sorpresas a cualquier hora del día para incendiarme tú a mí, para tenerte excitada yo a ti. De nuevo teníamos que conformarnos con esperar al fin de semana para poder tener un largo rato de batalla de sexo debido a nuestras ocupaciones. El ansia por que llegasen esos últimos días de la semana nos devoraba a los dos. Con tu innata maestría lograste, como hace siempre, tenerme toda la semana a punto de ebullición, con unas enormes ganas de sexo, desesperado por completo. Esas fotos en los descansos de mi trabajo, ver tus irresistibles tetas desnudas, en todo tipo de ángulos, los pezones duros, contemplarte totalmente desnuda de espaldas ofreciéndome el grandioso espectáculo de tu culo macizo, tus posturas juguetonas y pícaras, estudiadas y provocativas al máximo, tus piernas extendidas, tu mano rozando tu coño, luego ya húmedo y abierto.
O esas conversaciones explosivas expresándonos nuestro mutuo deseo, los besos, las caricias, los piropos a veces dulces, otras salvajes y llenos de pasión sexual.
Y yo alegrándote los ratos mientras estás en la oficina de mi suegra, cuando llega la hora de mi ducha y me acuerdo de ti y te anhelo y te deseo y comienzo a tocarme bajo el agua y empiezo a bombardearte con fotos de tu travieso novio haciendo cosas lascivas, usando mi mano, el dildo azul, la manguera de la ducha o lo que tenga a mano en ese momento. Disfrutas con mi cuerpo desnudo, con mi trasero al que llamas “espectacular”, con mi erecta e hinchada polla.
Tengo que confesarte que estuve varias veces a punto de caer en la tentación de masturbarme hasta el final antes de que llegara el fin de semana. La sensación de excitación era increíble y la notaba en toda mi anatomía. Tenía continuamente ganas de tocarme, de liberar de una vez todo el deseo acumulado. No aguantaba más. Pero me contuve porque sabía que merecería la pena esperar.
El miércoles estuvimos a punto de follar al tener un poco más de margen en cuanto al tiempo libre común. Pero no era el suficiente como para una de esas eternas sesiones de sexo salvaje de las que tú y yo gozamos.
- Amor, aguanta hasta el fin de semana. Quiero que vuelva a ser especial y con todo el tiempo del mundo para nosotros, sin prisas. Valdrá la pena, te lo prometo. Sigamos estos días con los juegos y las sorpresas para que lleguemos completamente desesperados por tener sexo- me dijiste.
Eso hicimos: estimularnos mutuamente hasta que por fin llegó el ansiado fin de semana. El viernes me mandaste unas fotos mientras me encontraba en el trabajo. Llevabas unas braguitas rojas transparentes.
-¡Qué manía te ha dado ahora por usar ropa bragas!- te comenté sorprendido.
-¡Pero son muy sexys, como tu bóxer! Hacen juego en cuanto a las transparencias y con los tacones que usaré esta noche- respondiste.
Más tarde me enviaste un mensaje diciéndome que te retrasarías un poco, que estabas terminando unas cosas en la oficina, ayudando a tu madre y que cenarías con ella antes de regresar a casa.
- Ponte otra vez ese bóxer transparente y espérame en la cama- me pediste.
Eso fue lo que hice. Me duché, entré desnudo en la habitación y me puse esa prenda que no deja nada a la imaginación. Me miré en el espejo y allí se reflejaba todo mi paquete bajo la prenda. Me giré un poco y observé mis glúteos, duros y firmes (gracias a las horas que paso sobre la bicicleta, según tú). Ahí estaba también la raja de mi culo, que desvirgaste hace meses con aquel juguete azul. Esbocé una sonrisa al recordar lo mucho que te gusta mi trasero.
Me tumbé en la cama y empecé a esperarte escuchando música sensual. Lo siguiente que sentí fueron unas caricias en mi torso desnudo. Le siguieron unos cálidos besos en mis labios. Abrí los ojos y te vi ante mí. Me había quedado dormido mientras te aguardaba. Miré la hora y era ya bastante tarde. Tu trabajo en la oficina y la cena se habían alargado más de la cuenta. El aturdimiento del despertar en medio de la noche se me pasó inmediatamente al verte, al sentir tus manos deslizándose por mi piel.
Allí estabas por fin, desnuda de cintura para arriba, con esas dos tetas tan deseadas por mí. Tenías puestas aún las braguitas rojas que dejaban ver tu coñito. Bajé la mirada y comprobé que lucías ya tus espectaculares tacones rojiblancos. En tu rostro se reflejaba deseo: tenías esa mirada típica de cuando quieres devorarme entero y de forma directa, sin prolegómenos ni jueguecitos previos.
Te echaste en la cama con las bragas y los zapatos puestos y lo siguiente que hiciste fue acariciar mi paquete sobre el bóxer. Le diste un par de intensas sobadas hasta provocar una rápida erección en mi miembro. No esperaste más: comenzaste a deslizar mi prenda íntima hasta dejarla a la altura de mis rodillas
Mi polla quedó al aire, casi pegada a tu boca. Demasiada tentación para tus ardientes labios. Me la besaste una vez, otra, una tercera. Sacaste la lengua y recorriste con ella toda la extensión y la piel de mi endurecido pene. La saliva que ibas dejando como huella del recorrido de tu lengua brillaba sobre mi verga venosa. Me arrancaste los primeros suspiros de placer. Extendí un poco mi brazo y te agarré la braguita por la cintura. Se veía ya mojada por la zona de tu raja (¡qué poco tardas en excitarte!). Tiré de la prenda hacia abajo, dejando tu coño al descubierto. Una semana después seguía sin depilar y enloquecí al ver su aspecto tan racial y salvaje. Por la postura en la cama ya no éramos capaces de bajarnos más el uno al otro nuestra prenda de lencería, de modo que me fui sacando el bóxer y tú hiciste lo propio con tu roja braga. Ambas prendas quedaron a la vez a la altura de nuestros tobillos, enredándose tus braguitas en los zapatos y en el tacón de manera muy provocativa. Nuestras piernas se juntaron sobre las sábanas. Al fin mi bóxer y tu braga cayeron al suelo. Quedé totalmente desnudo; tú sólo llevabas los zapatos. Abriste la boca y engulliste toda mi tranca. Con una de las manos apoyada en mi torso, sobre mi pezón derecho, y con la otra sujetando la base de mi verga, me la mamabas con ganas, con hambre. Continuaste así unos minutos proporcionándome un inmenso placer y deleitándote tú con el sabor de mi glande.
Dejaste escapar mi miembro para decirme con voz imponente:
- ¡Fóllame, amor! ¡Pero fóllame duro! Hoy lo quiero así, lo he estado deseando toda la semana y ya no aguanto más.
Te pusiste a cuatro ofreciéndome tu culo en pompa. Querías que empezara por ahí, taladrándote el ano. Me situé detrás de ti, coloqué mis manos en tus caderas y empecé a meterte mi polla en tu orificio anal.
Gemiste al sentirla entera dentro y más todavía con mis primeras embestidas.
- ¡Duro, vamos, he dicho duro! Me he portado mal estos días: no te dejé que me follaras la otra vez y te he estado provocando. Me merezco que me partas el culo, que me la metas bien fuerte.
Apreté más y aceleré el ritmo. Desde atrás tenía una perspectiva increíble de tu cuerpo: tu culo siendo penetrado, tus labios vaginales cada vez más húmedos, lubricados y chorreantes, tus tetas colgando, los pezones en punta y tiesos…
- ¡Más fuerte, quiero más, castígame más por haber sido mala! ¡Dame nalgadas, vamos! ¡Quiero recibirlas! ¡Trátame como a una puta! ¡Llámame puta! ¡Conviérteme en tu zorra y háblame sucio mientras me follas!
Estabas desatada y tus palabras salían cada vez más rudas de tu boca. Te obedecí, como ya he hecho otras veces, y comencé a hablarte según me pedías. Los primeros azotes de mis manos sobre tus glúteos no se hicieron esperar. Alternativamente te golpeaba el derecho y el izquierdo haciendo resonar la habitación con el ruido de cada impacto. Continuaba penetrándote mientras cacheteaba tus nalgas que, impacto a impacto, se iban enrojeciendo.
-¡Ahhhhh…Así…..Más…..He sido mala….Más fuerte, más duro!- gritabas sin parar.
-¿Te gusta, eh, puta? ¡Fíjate cómo estás! Desatada, enloquecida, con mi polla partiéndote el culo y mis manos azotándote sin cesar y todavía pides más. ¿Notas ese olor? Me encanta cómo huele tu culo cuando me lo follo. Me fascina el aroma de tu coño cuando no puedes aguantar y lo mojas con tu excitación. ¡Mira cómo huele la habitación! ¡Huele a puta barata, a puta sucia, a puta que necesita continuamente una buena verga dentro, la polla de su macho.
-¡Argggghhhhh…Dios…Sííí…..Sigue!- chillabas mientras me sentías dentro y oías mis palabras obscenas.
-¿O acaso no es propio de una puta abrirte el escote y enseñarme las tetas cada dos por tres para provocarme?- te pregunté sin esperar respuesta a la vez que aceleraba mi bombeo en tu ano y mis palmas caían sin piedad sobre tus ya irritados glúteos.
-¡Ahhhhh…Amor…Ahhhh…..Si sigues, me voy a correr!- exclamaste.
-¡Eso es lo que quiero: que te corras de gusto! Tú, la que como una zorra me mandas fotos y vídeos mientras trabajo, totalmente desnuda, tocándote los pechos, abierta de piernas, despatarrada por completo, mostrándome hasta lo más íntimo del interior de tu sexo, tu vulva, tu clítoris, cada uno de los lunares que adornan tu cuerpo hasta en los sitios más recónditos- dije a la vez que te embestí ya con todas mis fuerzas en varias ocasiones más.
Nada se oponía al deslizamiento de mi polla en tu culo. La sacaba y la volvía a meter impulsándome con mis glúteos.
No aguantaste mucho más: al oír esas últimas palabras y sentir mis duros pollazos en tu orificio anal, gritaste como una desesperada:
-¡Ohhhhhh….Arggghhhhhhhh….Me corrooooooo.….Me corrooooooooo!
Te sentí temblar sobre mi verga, estremecerte. Noté cada uno de tus espasmos mientras llegabas al orgasmo. Pero ni dejé de follarte, seguí penetrando tu agujero con las últimas fuerzas que me quedaban y en medio de tus alaridos.
-¡Tomaaaa…Tomaaaaaa…Tomaaaaaaaaaaa! ¡Vamos, haz que me corra yo también, puta!- grité a punto de estallar.
Fue entonces cuando empujaste tu culo varias veces hacia atrás como si fueras tú la que me estuviese follando a mí. Te cogí con todas mis fuerzas de las caderas, incliné mi cuerpo sobre tu espalda y así, fundidos los dos en uno solo, solté dentro de tu culo varios enérgicos y calientes chorros de esperma.
-¡ Toma mi leche, zorra, tómala dentro!- exclamé mientras me vaciaba por completo en tu interior.
Una vez que ya había soltado hasta la última gota de semen, me dejé caer sobre la cama. Tú hiciste lo mismo y quedaste boca arriba. Acercaste la mano a tu sexo y empezaste a acariciarlo. Querías más. Estabas en plan insaciable, como en las grandes ocasiones. Comenzaste a tocar tu clítoris. Tus dedos jugaban con él y mostraban tiras de flujo colgando desde las yemas hasta la vagina. Contrajiste las piernas, hasta ese momento extendidas, de forma que tus zapatos quedaron cerca de tu entrepierna.
Cuando observé cómo el tacón del zapato del pie derecho estaba a escasos centímetros de tu vagina, no pude callarme y te dije:
- Ummmm…¡Qué postura tienes ahora con ese tacón casi tocando tu coño!
¡Veía tan cerca que se cumpliese por completo mi fantasía! Y tú parece que me leíste la mente o que captaste mi indirecta a la perfección. Me miraste, sonreíste y luego te quitaste con sutileza el zapato derecho. ¡No me lo podía creer! Ahora sí que faltaba sólo un paso para ver lo que tanto ansiaba.
Lentamente fuiste acercando el zapato rojiblanco a tu coño. Empezaste a hacer círculos sobre tu sexo, pero sin que el calzado rozase tu piel. Comencé a acariciarme la verga de nuevo. Todavía estaba pringosa de la corrida de escasos minutos antes. No perdía detalle de lo que hacías. Estaba a punto de volverme loco viendo el zapato tan cerca de tu sexo. Una vez que contemplé cómo la planta del calzado por la parte delantera rozaba ya los labios vaginales, sentí por dentro un fogonazo de ardor indescriptible. Te estabas masajeando por fin tu coñito con el zapato, presionando suavemente la vulva. Envolví mi pene con la mano y comencé a masturbarme de forma muy lenta, al compás del movimiento del calzado.
Hasta que llegó el momento definitivo de ver cumplido mi sueño: orientaste el tacón hacia la raja de tu sexo y provocaste que la tocara.
-¡Vamos, amor, mételo dentro! ¡Empieza a meterlo, por favor!- pensé para mis adentros.
Con los ojos clavados en tu entrepierna, vi, asombrado y complacido, cómo empezaste a empujar despacio el tacón dentro de tu chochete. ¡Al fin se realizaba mi tan deseada fantasía! Los primeros milímetros del tacón estaban ya en el interior de tu sexo y yo me agitaba más el pene, que se endurecía con cada sacudida. Enterraste un poco más el tacón, paraste unos segundos y, a continuación, empezaste a sacarlo y a meterlo. Te estabas masturbando con esa alargada y cilíndrica parte del zapato. Cerraste los ojos y seguiste con esos movimientos unos instantes más. Tu coño comenzó a rezumar humedad y flujo. De repente sacaste despacio y con intriga la parte del tacón que tenías dentro y un hilo enorme de flujo quedó adherido a él. Me tenías la polola ardiendo, palpitante. De nuevo introdujiste el tacón, pero esta vez más todavía, casi en su totalidad y aceleraste tus movimientos masturbatorios. Yo te imité e imprimí mayor ritmo a mi mano.
No parabas de gemir y cada sonido que salía de tu boca agrandaba mi excitación. Respirabas de forma agitada y decidiste sacar de golpe el tacón de tu coño. Varios goterones de líquido mancharon las sábanas rojas. Te pusiste el zapato en el pie y me dijiste:
-¡Fóllame! ¡Lléname entera de leche!
Te abriste más de piernas y me ofreciste tu sexo entero. Levanté tus piernas y apoyé tus pies sobre mis hombros, quedando los zapatos pegados a mi cuello. En esa posición te fui metiendo mi miembro. Tuviste que notar cómo cada uno de los algo más de 17 centímetros de mi polla penetraba inmisericorde. Te embestí una vez, luego otra de forma más violenta y una tercera con todas mis energías.
-¡Eso, así, párteme el coño! ¡Rómpeselo a tu puta!- me gritaste.
Bajo el efecto de esas palabras te penetré fuerte varias veces más. Tu sexo quemaba, lo sentía en mi miembro, a la vez que me lo dejabas empapado.
-¿Te gusta tirarte a tu puta, verdad? A esa que hace que vayas sin bóxer a trabajar para poder imaginarte todo el día con todo suelto- comentaste.
Por lo que acababas de decir te ganaste que te diese un par de pollazos más.
-¡Ahhhh…Síííííí! A esa que tiene un cajón lleno de jugutes sexuales.
Varias embestidas de mi verga venosa siguieron a esas palabras.
-¡Ufffff! ¡Arggggghhhh! A la que te desvirgó el culo con el dildo azul. ¿Acaso no te acuerdas cómo gemías, cómo me pedías que te diese más por el ano, que te metiera el juguete entero?
Empujé con mis caderas para que aun más mi penetración.
- ¡Ohhhh…..! A esa puta que tiene tantas o más fantasías que tú y que piensa llevarlas a cabo contigo- seguías diciendo mientras te la metía completa, dura y de manera enérgica.
Yo estaba ya sin control. Apretaba los dientes y empujaba con todas mis fuerzas.
¡Ahhhhh….Sííí! A esa que no usa sostén….ni bragas- acertaste a decir a duras penas, mientras metía y sacaba mi pene como un poseso.
-¡Arrgghhhhh…! A esa..putaaa….que……se va….a…..correrrrrrr..…!
- Eso quiero: que te corras. Y no dejaré de follarte hasta que te mees de placer por las piernas abajo, hasta que me regales uno de tus deliciosos squirts y empapes la cama, el suelo y todo lo que se le ponga por delante a tu chorro. ¡Tomaaaa…! ¡Tomaaaaaaa….! ¡Tomaaaaaaaaaaaaaa!- gritaba yo acompañando a cada una de las penetraciones.
-¡Ahhhh….! ¿Qué me estás haciendo, por Dios? ¿Qué…me estás…..ha….cien….doooooo?-fue lo último que pudiste decir antes de que comenzaras a soltar por el coño un chorro que salía disparado en varias direcciones, impactando en las sábanas, en mi vientre y en el suelo de la habitación.
-¡Dame tu leche! ¡La quiero toda! ¡Quiero dormir con ella dentro, oler a ti, a tu sexo!- me pediste
Yo estaba a punto de reventar: tenía los testículos totalmente duros y en mi abdomen ya habían aparecido los primeros espasmos.
-¡Vaaaamos! ¡Vaaaaaaamos, córrete dentro de tu puta!- gritaste ansiosa.
Sólo aguanté ya cuatro embestidas más antes de exclamar:
-¡Argggghhhhh..! ¡Ahhhhhhhhhh…! ¡Uffffff……! ¡Yaaa….Yaaaaaaaa, me corro, prepárate que me corroooooo.…!
Tu cara de placer lo decía todo, cuando comenzaste a recibir en tu interior la descarga de mi leche. Saqué mi verga justo a tiempo para que el último chorreón cayese sobre tu cara. Recogiste el semen de tu rostro con los dedos y te lo llevaste a la boca.
- Está delicioso. Me gusta tu sabor. Pruébalo- me solicitaste tras llenar tus dedos con los restos de mi esperma.
Chupé tus dedos de forma obediente y saboreé el sabor ácido y salado de mi propio semen. Tus pies, con los tacones aún puestos, quedaron sobre la enorme mancha de flujo con la que habías empapado la sábana. Luego te descalzaste y colocaste los dos zapatos sobre dicha mancha, la más grande de las varias que había en la ropa de cama. ¡Vaya último regalo!
Me tumbé entonces junto a ti y tras besarnos y abrazarnos me confesaste:
- ¿Sabes? Desde que me compré estos zapatos, había pensado en más de una ocasión en….ya me entiendes, en hacer lo que acabo de hacer. ¡Había imaginado tantas veces qué se sentiría con el tacón dentro! Lo pensaba pero al final nunca lo llevaba a cabo. Consideraba que tal vez era excesivo. Hasta hoy.
-¡Y yo que creía que el pervertido fetichista con ideas obscenas era sólo yo!- te repliqué.
- Ya ves que hasta en eso coincidimos. Por favor, no te calles nunca las fantasías que tengas, amor, por muy lascivas que te parezcan. Porque para sorprenderte ya estoy yo- me pediste antes de volver a besarme en los labios y abrazarte a mí hasta quedarnos dormidos, pegados piel con piel.
Gracias por plasmar todo en este relato, eres espectacular escribiendo.... Verás esos tacones rojos cuando abras los ojos este sábado. Te amo
ResponderEliminarGracias por plasmar todo en este relato, eres espectacular escribiendo.... Verás esos tacones rojos cuando abras los ojos este sábado. Te amo
ResponderEliminarGracias a ti por permitirme disfrutar de esos tacones rojos y de todo tu precioso cuerpo desnudo. Sin ti nada de esto sería posible. Sólo reflejo por escrito lo que vivimos juntos. Si escribo bien, parte del mérito es tuyo, porque eres mi fuente de inspiración. Te amo.
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