Me encontraba durmiendo plácidamente. La semana había sido dura y por fin era sábado. En los primeros albores del día empecé a oír una voz armoniosa. En un principio pensé que estaba soñando, pero pronto me di cuenta de que no, de que esa voz era real. A duras penas logré separar un poco la cabeza de la almohada tratando de averiguar de dónde procedía. En seguida me resultó familiar, la conocía de sobra, ya la había escuchado otras veces. Se trataba de la voz de la chica que me había cantado canciones antes de dormirme o para felicitarme mi cumpleaños. Sin duda era ella. ¿Pero qué hacía cantando tan temprano? Su dulce y cálida voz llegaba cada vez con más claridad a mis oídos. Además lo hacía acompañada por el sonido de un instrumento de cuerda. Sabía que una guitarra no podía ser. Ese sonido lo conozco de sobra. Dudaba entre una mandolina y un ukelele. Sé que esa chica toca también estos dos últimos instrumentos. Por el tono algo más débil supuse que sería el segundo, el ukelele, de menor tamaño que la mandolina.
Creí que ese increíble sonido entraba por el espacio que había dejado abierto en la ventana durante la noche. Sin embargo, ya más despierto, no tardé en comprobar que la voz y la música provenían del interior de la habitación. Me incorporé sobre la cama y abrí del todo mis ojos. Allí estaba ella, la chica con su ukelele. No había errado en mi pronóstico. Era ese el instrumento que tocaba.
Me moría de vergüenza: la persona que mejor canta, la que toca como los ángeles, inigualable, incomparable, estaba a los pies de mi cama entonando una preciosa canción de amor y mirándome con sus dos verdes y profundos ojos que daban luz a la oscura habitación, ayudados por el intenso y brillante color amarillo de la camiseta que llevaba puesta. Ella tan guapa y yo, aún absorto, con mi cara de sueño, con mis ojos marrones seguro que hinchados, tapado con las sábanas bajo las que se encontraba mi cuerpo vestido únicamente con una fina camiseta negra y un pantalón de pijama a rayas. Ni una sola prenda más.
Hipnotizado por la mágica voz y por los acordes armoniosos que procedían de las cuerdas del ukelele, contemplaba el hermoso rostro de la chica y esos labios carnosos por los que salían una a una las letras de la canción de amor. ¿Todos esos sentimientos, todas esas emociones que describía en la canción significo yo para ella? Otra vez lo había hecho: de nuevo consiguió que mis ojos se bañaran en lágrimas de alegría como la primera ocasión en que me la interpretó, cuando aún no dominaba del todo la letra y la estaba perfeccionando. Pero esta vez tenía la dificultad añadida de tocarla con el ukelele. Había adquirido este instrumento hace un par de semanas y ya era capaz de manejarlo como la auténtica maestra de la música que es. Conforme avanzaba la canción mi corazón se derretía más y más, como el chocolate fundido al fuego. Cuando terminó la interpretación, me dedicó un “te amo” tan tierno que ya no me pude contener más y traté de ponerme de pie para ir a estrecharla en mis brazos, acariciarla y besarla. Fue entonces, antes de levantarme cuando me percaté de que la chica llevaba como única prenda la camiseta amarilla. Con la emoción del momento, metido de lleno en escuchar la canción y mirar la cara de la intérprete, ni siquiera me había dado cuenta de que estaba completamente desnuda de cintura para abajo. Encendí entonces la luz de la mesita de noche y mi mirada se clavó por unos instantes en el sexo de la joven. Ella no me dejó ni pronunciar una sola palabra: antes de que yo pudiera hacerlo, se llevó uno de sus dedos a los labios haciéndome la señal de silencio y se acercó a la cabecera de la cama Me empujo suavemente con la mano sobre mi pecho hasta hacer que me tumbase de nuevo. Me despojó de mi camiseta y dejó mi torso al descubierto. Me lo acarició con la palma de su mano recorriendo varias veces toda la superficie de mi piel desnuda y rozando mis pequeñas tetitas y los pezones. Cada uno de esos roces despertaba en mí toda la pasión que siento por ella. Con la mano fue descendiendo lentamente por mi vientre, hasta llegar a la cintura. Pero se detuvo. Sentada ya en mi cama agarró su camiseta amarilla por la parte de abajo. Me fijé entonces en el generoso escote que dejaba a la vista el canalillo y parte de los dos redondos y sensuales senos. Comenzó a subir la prenda despacio. Poco a poco quedaba a mi vista cada centímetro de la piel de la chica: la cintura, el ombliguito, el vientre y, por último, sus dos tesoros ya desnudos, sin prenda íntima que los sujetara. El cosquilleo en mi miembro hacía ya unos instantes que había empezado, pero al ver esos dos pechos perfectos, el color oscuro de las aureolas y de los tiesos y duros pezones y las pequeñas venas moraditas que se dibujaban sobre los senos, aumentó hasta provocar que mi pene empezara a endurecerse, libre, bajo el pantalón del pijama. La chica del ukelele fijó su atención en mi entrepierna, sonrió pícaramente, pasó su húmeda lengua por fuera sobre sus labios y acercó sus manos a la cintura de mi pantalón.
Con parsimonia comenzó a bajarme la prenda y no tardó en aparecer lo que ella buscaba: la punta de mi miembro quedó a la vista y poco a poco el resto de mi verga hinchada. La joven parecía satisfecha por el hallazgo pero siguió bajando el pantalón. Mis dos bolas, rasuradas por completo al igual que el resto de la entrepierna, quedaron a la vista. Sin conformarse todavía, la cantante terminó de sacarme entero el pantalón y lo arrojó al suelo. Pegó sus labios a los míos y me dio un apasionado y ardiente beso. Después descendió con ellos pausadamente desde mi boca a mi cuello, y luego a mis pezones, donde se entretuvo unos instantes rozándolos con la punta de su lengua. Yo notaba mi pene palpitar cada vez a un ritmo mayor como si tuviese dentro de él un corazón incorporado. Estaba excitado, me estaba llevando al límite con ese juego. Deseaba que la chica le dedicara ya de una vez atención a mi miembro, que hiciera con él lo que quisiese y como quisiese. Era todo suyo. Entero para ella sola. Lo más íntimo de mi cuerpo rendido por completo ante ella.
La joven llegó con su boca a mi vientre para realizar a continuación círculos con su lengua alrededor de mi entrepierna, pero cuidándose mucho de no tocar aún mi verga. Me estaba desesperando. Me moría por que me rozara de una vez o me agarrase mi miembro con su mano y me masturbara o que me permitiese hacerle el amor. Sin embargo ella, traviesa y cruel, estaba jugando conmigo, llenándome de ansiedad y de deseo. Mi cuerpo ardía, mi corazón latía acelerado y mi pene….mi pene estaba empalmado, desviado hacia mi muslo izquierdo, llegando casi a la altura de mi cadera. Las primeras gotas de líquido preseminal habían humedecido la piel de esa zona cuando al fin la chica se decidió a liberarme de esa tortura. La boca que antes había cantado con tanta dulzura y ternura apresó mi verga y la engulló por completo. Noté cómo la punta de mi miembro rozaba por dentro la mejilla de la joven y alcanzaba luego el fondo de la garganta. La chica atrapó con su mano derecha la base de mi pene para tenerlo fijo y empezó a deslizar su boca de arriba a abajo. Con la presión ejercida por los labios hizo que mi glande rojo quedara al descubierto. Ahora notaba sobre él el roce directo, la humedad de la boca de la artista. Mi verga estaba empapada: no había quedado ya ni un solo milímetro de piel sin cubrir por la saliva. La joven aceleró un poco el ritmo y contemplé cómo sus blancas mejillas iban tomando un tono rojizo. Estaba tan excitada y caliente como yo y gozaba plenamente con aquella felación. Se había transformado de mujer romántica a chica desatada y apasionada. ¡Cómo me encanta esa mezcla, ese carácter camaleónico!
La joven seguía a lo suyo: bajaba con sus labios hasta donde mi pene se pega a mi cuerpo, volvía a subir hacia arriba, me mordisqueaba con cuidado el glande, me lo acariciaba con la lengua haciendo giros y buscando luego el agujerito central por donde sale el blanco y viscoso líquido, cuando mi cuerpo dice “basta” y estalla de placer. Yo estaba en una nube, queriendo que aquello no acabase nunca, que esa boquita, que esos labios juguetones siguieran así de manera interminable. Pero la joven volvió a incrementar la velocidad y la intensidad de sus movimientos a la vez que ahora masajeaba y apretaba mis dos bolas testiculares. Me di cuenta de que ya no iba a aguantar mucho tiempo más sin correrme. La dureza de mis testículos, esas contracciones en el abdomen, la sensación de mi miembro como si estuviera a punto de reventar….Todos esos indicios eran ya el preámbulo de lo que iba a ocurrir: tras un par de enérgicas chupadas más de la chica, exploté de placer y en medio de grandes gemidos empecé a correrme dejando que mi leche saliera disparada dentro de la boca de la joven. Ella, sorprendida en el momento de recibir el primer chorro, comenzó a tragar a duras penas todo el esperma que salía de mi glande y consiguió aprovechar y engullir hasta la última gota.
Cuando mi descarga cesó, la cantante selló sus labios manchados aún de semen a los míos y me hizo probar el sabor de mi propio esperma. A continuación comenzó a susurrarme al oído palabras llenas de dulzura y a regalarme millones de caricias a las que yo correspondí.
- Hoy no te dejaré que me hagas el amor, aunque lo deseo. Quiero mantenerte ardiendo hasta mañana, cuando regrese a esta misma hora. Será entonces cuando haremos el amor. Pero seré yo quien te lo haga porque pienso ponerme encima de ti y cabalgarte, moverme sobre esa verga que tienes hasta que me dejes llena de leche- me dijo al oído antes de que los dos nos durmiéramos abrazados el uno al otro.
Horas más tarde, al despertar, la joven ya se había marchado. No había rastro de ella, ni de su ropa, ni de su ukelele. Pero había dejado algo para mí: sobre mi muslo izquierdo, escrito con el carmín de un lápiz de labios, se leía “Mañana vuelvo. Te deseo”. Y cuando miré mi pene, aprecié sobre él las marcas rojas de los dos labios de la chica del ukelele.
DEDICADO A TI, PATTY. TE AMO.
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