19 de octubre de 2013

Dulzura azteca.

DULZURA AZTECA.

 
Mientras yo vivía ajeno a todo,
a ti te partían el corazón.
Ya me has contado el modo
en que se inició tu dolor.
 
¡Cuántas lágrimas derramadas,
a solas, encerrada en tu habitación!
¡Cuántas lágrimas heladas
vertidas sin consuelo, sin protección!
 
Tus hermosas mejillas rosadas
encharcadas por culpa del desamor.
¡Que Dios castigue a aquellos
que te hirieron así, mi amor!
 
Dejaste de sonreír;
tu felicidad se esfumó;
comenzaste a levantar un muro
alrededor de tu corazón.
 
Pero un buen día el destino,
no me preguntes la razón,
hizo que me cruzase en tu camino
henchido yo de pasión.
 
¿Por qué me abriste la puerta,
la entrada a tu interior?
¿Por qué me dejaste pasar
al fondo de tu moribundo corazón?
Pronto me di cuenta
de quien tú eras, mi vida:
eras una diosa azteca
pero llena de un mortal temor.
 
Tembloroso entré en el Olimpo,
nervioso, buscando tu compañía;
por más que lo intentaba,
tú aún no me sonreías.
 
Me tendiste, cálida, tu mano;
yo la agarré con fuerza.
Y fue entonces cuando me percaté
de tu deslumbrante belleza.
 
Estabas envuelta en un manto blanco,
toda tan llena de pureza.
¡Qué manera de mirarme,
a mí, que no tengo grandeza!
 
Contemplaba tus cabellos,
a ratos dorados,
a veces castaños,
Ahora, en cambio, morenos.
 
Contemplaba tus ojos,
enormes, penetrantes, sinceros.
El fulgor de tu mirada
casi me deja ciego.
 
Te despojaste de tu vestido de seda,
quedaste desnuda ante mí;
pediste que también yo lo hiciera
y yo te obedecí.
 
Tu cuerpo y el mío se fundieron
rozándose piel con piel.
Me atreví a besar tus labios,
probé tu dulce miel.
 
Me estremecí por completo
sintiendo una a una tus caricias.
Por fin llegó el momento:
me regalaste tus sonrisas.
 
Mis manos bajaron a tus pechos,
las tuyas recorrían mi espalda.
Mi miembro penetró en tu Monte,
mientras besabas mi alma.
 
Le regalé a tu cuello
los besos que tú esperabas.
Me dejaste sin resuello
de tantos como deseabas.
 
Mientras gemías de placer,
yo creía que soñaba.
Y no me desperté del sueño
hasta dejarte colmada.
 
- Debo irme, mi diosa,
tú no eres para un humano.
- Tú te quedas aquí- me dijo,
tú ya no te vas de mi lado.

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