12 de mayo de 2013

Guiris despatarradas al sol.

                                                GUIRIS DESPATARRADAS AL SOL.

 
La ciudad en la que vivo está en el sur de España y es muy turística. Durante todo el año recibe la visita de muchísimos extranjeros para admirar su belleza.
Pero es durante la época de primavera-verano cuando el número de turistas se dispara. Estamos en mayo y el termómetro marcaba hoy ya los 33 grados. Si para un lugareño esas es una temperatura respetable, para los turistas que visitan la ciudad supone un calor asfixiante. Es frecuente ver a muchos de esos turistas tumbados en el césped de algún parque, o a la orilla del río tomando el sol (los más atrevidos) o bien simplemente descansando de sus largas caminatas por la ciudad.

Hoy primero fui a dar un paseo a media mañana por el centro de mi ciudad y después me adentré en una zona ajardinada que hay junto a uno de los monumentos más emblemáticos. A los pocos instantes de entrar en dicha zona, advertí la presencia de dos mujeres tumbadas sobre el césped. Eran inequívocamente dos turistas, dos guiris, como solemos decir por aquí: las dos rubias, de piel muy clara y de mediana edad. Una de ellas estaba tumbada boca arriba y llevaba un vestidito estampado de color rojo. El vestido era largo, pero se lo había subido hasta la mitad de los muslos para que le diese el sol en las piernas. La otra mujer estaba bocabajo: lucía un vestido negro, pero ceñido y, al igual que la otra turista, se lo había subido. Pero se lo había subido bastante más: únicamente quedaban tapados los glúteos y el comienzo de los muslos. La mujer descansaba y tomaba el sol totalmente despreocupada y con las piernas separadas.

Sin dudarlo, me acerqué hacia donde estaban ambas extranjeras y me senté a la sombra de un árbol, a escasos 5 metros de donde ellas se encontraban.
El ángulo de visión era perfecto. Desde mi posición se le veía absolutamente todo a la mujer del vestido negro: entre sus dos majestuosos glúteos se hundía un tanga blanco, cuyo hilo se enterraba en la raja del culo. Estuve apreciando ese espectáculo varios minutos, hasta que la mujer cambió de postura: se incorporó, bebió agua de una botella y volvió a tumbarse, esta vez boca arriba. Había advertido ya mi presencia, pero no le importó lo más mínimo: se volvió a despatarrar, mostrándome ahora la parte delantera de su tanga blanco. Unos instantes después, la otra mujer se incorporó también para coger una manzana de su mochila. Al hacer ese gesto, mostró también sin pudor alguno sus braguitas negras bajo el vestido y estuvo así hasta que terminó de comerse la fruta. Fueron un par de minutos increíbles y excitantes para mí: si miraba hacia una mujer veía su tanga blanco, si miraba a la otra le veía las bragas negras. Mi polla estaba ya dura bajo mi pantalón, mientras yo pensaba si las dos mujeres lo hacían para provocar o eran tan ingenuas que ni se habían dado cuenta de toda la situación.

Al principio trataba de mirar con algo de disimulo, pero al ver que las mujeres ni se inmutaban, mis miradas cada vez eran más descaradas. Comencé a pensar que no lo hacían por provocar, sino que, sencillamente, les daba igual que un hombre les estuviera viendo su ropa íntima: ellas se encontraban tan a gusto disfrutando del sol que lo demás no les preocupaba en absoluto.
La chica del vestido negro volvió a cambiar ligeramente de posición: seguía de cara al sol, pero si antes tenía las piernas estiradas y pegadas al césped, ahora se las había pegado más al cuerpo y se encontraba con las plantas de sus pies descalzos tocando la hierba. Continuaba con los muslos totalmente separados y no quise desaprovechar la ocasión: me levanté para marcharme y pasé justo por delante de ellas. Cuando estaba a escasos centímetros de la mujer del vestido de negro, le miré la entrepierna y me llevé mi último premio. Ahora, más de cerca, pude apreciar mejor todavía el tanguita blanco: era semitransparente, se le veía una fina tira de vello púbico y lo tenía tan hundido que los bordes de los labios vaginales asomaban por los extremos. La mujer tenía los ojos cerrados y ni se dio cuenta de que la había mirado, pero la otra turista sí se percató y esbozó una ligera sonrisa, mientras continuaba también con sus bragas negras a la vista.

Me alejé un poco de ellas, me metí en una zona de arbustos, me bajé la cremallera del pantalón y, tras apartarme un poco el bóxer, comencé a masturbarme pensando en lo que acababa de ver. No tardó mucho mi leche caliente en salir disparada regando las hojas verdes que brotaban de los arbustos.
 

11 de mayo de 2013

Una madura meona.


                              UNA MADURA MEONA.
 
Hoy, sábado 11 de mayo, ha vuelto a ser un día afortunado para mí. De nuevo he tenido la suerte de vivir una de esas experiencias que tanto me gustan en mi parque talismán, en el mismo en el que sucedieron los hechos de “Sin bragas por el parque”.

Esta mañana opté por coger mi bicicleta y salir a rodar unas horas. Vestido con mi equipación ciclista (maillot, culotte y casco), partí de casa sobre las 9.30 y mi intención era dar varias vueltas por el parque y después continuar mi recorrido por las afueras de la ciudad.

Al llegar al parque, no había muchas personas dentro: un par de paseantes, varios corredores haciendo footing y algún que otro ciclista como yo.
Mientras me encontraba dando la primera vuelta al parque, me crucé con una mujer madura en bicicleta: tendría unos 50 años, llevaba una gorra gris por cuya parte trasera salía una cola de cabello rubio, gafas de sol negras, maillot ciclista blanco y un culotte negro. Seguí mi recorrido y tras unos 5 minutos volví a ver a la mujer desde lejos. Observé cómo se detuvo, se bajó de la bici, entró en la zona de césped y apoyó la bicicleta en un árbol. Yo había continuado avanzando y empezaba a aproximarme a la mujer. La madura miraba los matorrales que había cerca de ella en una actitud que me pareció un tanto extraña. Entonces optó por volver sobre sus pasos y subirse de nuevo sobre la bicicleta. En el instante en que ella volvía a pedalear me crucé con la madura. Desde hacía unos metros yo había ido bajando el ritmo de mi pedaleo a al expectativa de ver lo que tramaba la mujer. Unos metros más adelante me paré y eché pie a tierra. Volví la cabeza y comprobé que la madura se había vuelto a bajar de la bici y empujándola a pie se dirigía a otra zona distinta de césped y arbustos. La perdí de vista y por eso no lo dudé: con disimulo me encaminé hacia el lugar en el que se encontraba la mujer hasta que la volví a ver: su bicicleta estaba apoyada en el tronco de un árbol y la madura tenía metida la mano por dentro del maillot tocándose la parte de los hombros.

Lo que llevaba sospechando desde que vi a la mujer parecía que se confirmaba poco a poco: muchos culottes ciclistas llevan unos tirantes para que la prenda se adapte mejor al cuerpo y me daba la impresión de que la madura trataba de bajarse esos tirantes. Me acerqué un poco más sin que me viese, mientras ella seguía enfrascada en su intento, nerviosa y como si tuviese prisas.
Al final lo consiguió: por la parte baja del maillot empezaron a asomar los tirantes, que ahora colgaban por la cintura de la mujer. De forma apresurada dio unos pasos hasta meterse en la zona de matorrales. Desde mi ángulo de visión no veía lo que la madura hacía, aunque me lo imaginaba: estaba ya plenamente seguro de que estaría meando. Cambié mi posición y volví a verla: estaba de espaldas a mí, con el culotte bajado hasta los tobillos y con las piernas un poco inclinadas y bastante abiertas. La vegetación que había en el lugar le impedía ponerse en cuclillas, por lo que así, únicamente con las rodillas un poco flexionadas y con el culo desnudo casi en pompa comenzó a soltar un enorme chorro de orín por la vagina. Arriesgándome a que la mujer descubriera mi presencia, me aproximé un par de pasos más hasta colocarme a unos 5 metros detrás de ella. Mientras la mujer seguía orinado, yo tenía la suerte de observar los gruesos y carnosos labios vaginales de la madura, vistos desde atrás. Mi polla se encontraba totalmente tiesa bajo mi ceñido culotte ciclista debido a mi excitación.
Poco a poco el chorro de orín de la mujer fue menguando y no sabía si marcharme de allí sin más o si darme el gustazo de pasar al lado de la mujer para que se diera cuenta de que la había pillado meando. Me decidí por esto último.

En el momento en que la madura soltaba las últimas gotas de pipí pasé a su altura y giré con descaro la cabeza. Ahora le vi su coño de frente: lo tenía húmedo y con algo de vello púbico. Ella levantó la cabeza y me vio allí, a apenas tres pasos. Su cara de sorpresa era todo un poema. No la dejé reaccionar: antes de que dijera nada, rompí el silencio:

- Señora, la próxima vez busque un aseo en lugar de mear en medio del parque y ante los ojos de cualquiera que la pueda ver.

Se quedó totalmente cortada. Lo primero que hizo fue incorporarse, ofreciéndome sin quererlo la visión completa de su medio cuerpo desnudo. A continuación se subió el culotte hasta la cintura. Los tirantes le colgaban hacia abajo, pero no quiso perder tiempo en recolocárselos allí, delante de mí. Cogió su bicicleta y, antes de marcharse, todavía tuvo ganas de echarle un vistazo a la tremenda erección que se adivinaba bajo mi ajustado pantalón ciclista.
 

1 de mayo de 2013

Paja en el probador de un bazar chino.


       PAJA EN EL PROBADOR DE UN BAZAR CHINO.

 
Aquel sábado del mes de julio del año pasado estaba ultimando los preparativos para pasar unos días de vacaciones en la playa. Lo tenía ya todo listo menos una cosa: los bañadores. Quería renovarlos respecto a los del verano anterior, pero había ido dejando pasar los días y el tiempo se me había echado encima. Eran las 21.30 y me quedaban dos opciones: o llevarme los mismos que el año anterior o conformarme con comprar varios en el bazar chino de ropa que había al lado de mi casa.

Al final opté por esto último y bajé a la calle en dirección a dicho bazar.
El hecho de que fuera mes de julio, fin de semana y que hiciese tanto calor había provocado una salida masiva de ciudadanos hacia las playas más cercanas, por lo que la calle estaba prácticamente desierta. Recorrí los escasos 100 metros que separaban mi vivienda del bazar chino y entré en él. Dentro no había clientes en ese momento, solo estaba la dependienta.
Era una mujer de unos 25 o 30 años, delgada de estatura mediana, con el pelo moreno recogido en una cola y que vestía una camiseta rosa de mangas cortas, un short vaquero y unas chanclas blancas.

Tras saludarla, me dirigí a la zona de los bañadores. Estuve viendo varios modelos, hasta que me decidí por tres: dos tipo bermudas (uno rojo y el otro azul) y uno tipo bóxer de color negro.

- Perdona. ¿Hay probadores?- le pregunté a la dependienta.

- Sí, ahí está- me contestó la chica, señalándome el pequeño habitáculo que había al lado de la caja, donde se encontraba la joven.

Pasé al probador y corrí la cortina. Comencé a quitarme la ropa hasta quedarme completamente desnudo. Entonces un pensamiento caliente apareció en mi cabeza: estaba allí dentro, totalmente desnudo, con aquella mujer asiática a escasos metros y separado de ella únicamente por la cortinilla blanca del probador.
Quise aprovechar la situación: me probé los bañadores y todos me quedaban algo grande, excepto el de tipo bóxer que sí me quedaba bien.
Así que descorrí un poco la cortina, asomé la cabeza y le dije a la chica:

- Perdona. Mira, es que me he probado tres bañadores y hay dos que no me quedan bien. ¿Podrías traerme una talla menos de estos dos? Es para no tener que vestirme, salir y volver a desvestirme- le pedí a la joven.

- Sí, sí, sin problemas- me respondió la chica con un español más que correcto.

Mientras la joven buscaba los bañadores, empecé a tocarme la polla dentro del probador.

 Poco a poco conseguí que se me fuera poniendo dura y tiesa, hasta que la voz de la mujer se oyó al otro lado de la cortina:

- Señor, aquí tiene los bañadores.

Me armé de valor y empecé a descorrer la cortina lentamente para coger los dos bañadores que la mujer me extendía con su mano. Pero abrí la cortina un poco más de lo necesario, lo suficiente como para que la joven me viera desnudo por unos segundos. Fue una acción fugaz, pero me dio tiempo a apreciar cómo la chica había bajado la mirada hacia mi pene erecto.
La mujer desapareció del probador y por unos momentos pensé que lo había hecho algo molesta por lo que acababa de tener que ver. Sin embargo, proseguí con mi plan y volví a abrir un poco la cortina: no era una abertura ni mucho menos exagerada, pero sí bastaba para que, si me ponía en una determinada postura, desde fuera se me pudiese ver desnudo.
Me coloqué de espaldas a la cortina, lo más pegado posible a la abertura de la misma. Parte de mis glúteos estaba expuesta a una posible mirada de la joven. Me probé uno de los bañadores y me quedaba bien. Hice lo mismo con el otro, que también se adaptaba a la perfección a mi cuerpo. Cuando me lo quité y me quedé de nuevo desnudo, observé a través del espejo del probador que la mujer asiática estaba colgando una serie de prendas en un expositor giratorio que había frente al probador. Comprobé perfectamente cómo la joven lanzaba con disimulo miradas hacia mi trasero mientras seguía colgando la ropa. Me puse entonces de perfil y, de reojo, pude verla fijándose en mi verga tiesa. La joven dejó de colgar las prendas y me observaba sin moverse.

En ese momento cogí mi slip para comenzar a vestirme, me giré de forma repentina, quedando de frente a la mujer, y pillé a la chica con su mirada clavada en mi polla hinchada. La mujer, al sentirse descubierta, se puso nerviosa y se le cayeron al suelo varias prendas que tenía en la mano. Mientras ella se agachaba para coger esas prendas, yo me llevé la mano derecha a mi miembro y comencé a masturbarme. Con suavidad desplazaba la piel de mi polla hacia atrás y hacia delante y mi mano empezaba a humedecerse con el líquido preseminal que salía de mi glande rojizo.
Volví a mirar a la mujer y comprobé que se acercaba lentamente, con dudas y algo temerosa, hasta el probador. Se detuvo justo delante de la cortina semiabierta y no perdía detalle de mi trabajo manual. Decidí abrir por completo la cortina y le pregunté a la chica haciendo referencia a mi verga:

- ¿Quieres tocarla?

- Solo mirar, solo mirar- me respondió la mujer tartamudeando por los nervios de la situación.

Continué masturbándome ante la atenta mirada de la asiática y fui aumentando poco a poco el ritmo. Ahora agitaba mi polla con mayor fuerza y velocidad, mientras en los ojos rasgados de la mujer comenzaba a aparecer una indudable expresión de deseo y placer.
Pese a que había aire acondicionado en la tienda, el estar metido en aquel pequeño habitáculo y la excitación que tenía hicieron que yo rompiese a sudar. Mi piel comenzó a empaparse de sudor, a la vez que seguía machacándome la polla con frenesí. Mis testículos bailaban colgantes al son de mis movimientos manuales. Aceleré un poco más y di un paso adelante, situándome prácticamente pegado a la mujer. La chica no apartaba sus ojos de mi verga y aguardaba expectante el momento de mi eyaculación. Agité mi polla un par de veces más, sentí varios espasmos abdominales y una explosión de placer: cuatro chorros de semen salieron disparados, impactando sobre el short y sobre el muslo izquierdo de la asiática. Algunas gotas de mi leche fueron a para a los pies de la mujer, que se quedó inmóvil e impasible pese a la regada de esperma que acababa de recibir.

Cuando acabé de eyacular, la cara sonriente de la mujer reflejaba que había disfrutado de aquel momento.
Me vestí, salí del probador y le pagué a la dependienta los tres bañadores. Abandoné la tienda mientras la mujer se limpiaba con varios kleenex y justo en el instante en que una clienta entraba en el establecimiento, interrumpiendo la limpieza de urgencia a la que se estaba sometiendo la dependienta.