29 de marzo de 2013

Sin bragas por el parque.

                             SIN BRAGAS POR EL PARQUE.

Poco a poco iré contando de forma breve las diferentes experiencias que he vivido relacionadas con el mundo “voyeur”. Son todas experiencias completamente reales, sin nada de ficción. No hay relaciones sexuales, no hay mucho diálogo, solo miradas, exhibicionismo, descuidos, algunos tocamientos consentidos y mucha masturbación. Aquí va la primera experiencia.

En el parque donde acudo a practicar deporte hay una empresa que se dedica a alquilar bicicletas y vehículos de cuatro ruedas a pedales, para que los turistas que lo visitan puedan usarlos para recorrer dicho parque.
Este tipo de coches a pedales dan mucho juego para aquellos que tenemos un cierto alma de “voyeur”: han sido muchas las veces que he podido alegrarme la vista gracias a las ocupantes de dichos vehículos.

En una ocasión, hace un par de años, en primavera, me encontraba por el parque haciendo “footing”. Vestido con mi camiseta técnica roja y mis mallas cortas de color azul (por cierto, también contaré en otras ocasiones las miraditas que las mujeres lanzan a mi entrepierna, cuando uso esa prenda para hacer deporte por la calle), vi en una de las rectas del parque que se acercaba de frente uno de esos vehículos a pedales. Era de dos plazas y estaba ocupado por dos mujeres. Poco a poco el coche se iba aproximando y comprobé que en el asiento de la derecha del vehículo iba una mujer de unos 45 años, mientras que en el de la izquierda, el que daba a mi parte, se encontraba una joven de unos 18 o 19 años. Antes de que el coche llegara a mi altura, me fijé en la chica y en su vestimenta. La joven era morena, con el pelo largo y liso. Vestía una blusa blanca, una minifalda negra, medias tipo pantys también negras y, por encima de los pantys cubriéndolos desde los pies hasta las rodillas, llevaba una especie de calcetines largos de rayas blancas y negras a juego con la blusa y la minifalda. Los muslos solo iban cubiertos por los pantys.

Me preparé entonces para lanzar una mirada a la entrepierna de la joven en el momento en que se cruzase conmigo a bordo del vehículo: sabía que si tenía suerte podría verle las braguitas. Pero el premio fue mayor de lo esperado: al cruzarse el coche conmigo, clavé mi mirada en la entrepierna de la morenaza, que venía pedaleando de forma despreocupada y con las piernas abiertas por la postura para el pedaleo.
Y mis ojos se abrieron como platos: debajo de la minifalda y debajo de las medias negras, finas y transparentes no había braguitas. Lo que aprecié fue directamente el sexo de la chica en todo su esplendor y con toda la claridad que me ofreció un sol cómplice, que brillaba justo sobre el cuerpo de la joven. Fue una visión fugaz, pero suficiente como para verle la rajita del coño. Yo estaba que no me lo creía y mi polla se puso tiesa, cubierta solo por las ceñidas mallas. Decidí entonces variar el rumbo de mi carrera y tomé uno de los senderos de tierra que conducen hasta la otra avenida larga del parque, con la esperanza de volver a cruzarme con el coche en el que iba la joven.

Y mi plan funcionó: un par de minutos más tarde empecé a otear a lo lejos de la recta el vehículo, que se aproximaba de nuevo hacia mí. Lo hacía de forma más lenta que la primera vez. Deseaba que las dos ocupantes no aceleraran el ritmo de pedaleo, pues así tendría más tiempo, aunque solo fuese un segundo más, para deleitarme con el coño de la joven.
Y afortunadamente las dos mujeres no solo no incrementaron el ritmo sino que lo disminuyeron todavía más, ya que estaban haciendo algunas fotos al paisaje del parque.
Por fin estaban otra vez a mi altura y volví a mirarle la entrepierna a la chica, esta vez con mucho más descaro que la anterior, sin cortarme en absoluto. Me daba totalmente igual que se diera cuenta de que le estaba tratando de ver su rico coño. No solo intentaba vérselo de nuevo, sino que lo logré. Ahí estaba otra vez ese tesoro íntimo de la chica y, al ir ahora más lentas, pude recrearme mejor con la visión. Llevaba el sexo, ese coño joven y apetitoso, completamente depilado, con los labios vaginales rozando el fino tejido de los pantys.

En ese instante había por allí también una mujer que estaba caminando y que tuvo la posibilidad de cruzarse de frente con la chica. Cuando el vehículo me sobrepasó a mí y también a la mujer que andaba, pude oír cómo esta exclamaba sorprendida e indignada a la vez:
- ¡Pero bueno, si va enseñando el coño por el parque como si nada!

Yo, por mi parte, satisfecho y excitado por lo que acababa de ver, emprendí el camino de regreso a casa. Una vez en mi hogar y antes de ducharme, me hice una paja pensando en aquella vagina que había visto hacía unos minutos.
Derramé a gusto y extasiado los chorros de semen que aquel coño se había merecido.
 
 
 

25 de marzo de 2013

Excitación ciclista.

                               EXCITACIÓN CICLISTA.

Soy un chico al que le gusta practicar deporte y muchos domingos salgo a montar en bicicleta.
Siempre uso mi casco protector, mi maillot azul y un “culotte”(pantalón ciclista muy ceñido) negro. Los culottes” o pantalones ciclistas tienen una especie de almohadilla en la parte que entra en contacto con el sillín de la bicicleta para evitar que el estar sentado mucho tiempo produzca dolor. Es aconsejable usar este tipo de pantalón ceñido sin ropa interior para facilitar la transpiración y evitar rozaduras. Así lo hago yo siempre.

Desde la primera vez que usé esta prenda ciclista me di cuenta de que, al ser fina y muy ceñida, cuando el sol daba sobre mi parte delantera, se transparentaba un poco y que alguien que se fijara con un poco de atención podía ver mi pene debido a esa transparencia. De todas formas no le di mucha importancia, aunque varias veces había observado que algunas mujeres se fijaban en esa zona, unas de forma disimulada, otras más descaradas. Cuando sucedía, no podía evitar excitarme un poco, pensando que me habrían visto quizás mi miembro, aunque fuera por una transparencia.
Un domingo caluroso de mayo del año pasado salí a montar en bicicleta por la zona del río de mi ciudad. Cuando después de varias horas me disponía a regresar a casa sobre las 14.00 horas, la zona estaba casi sin gente debido al calor y a la hora. Algún ciclista más, varias personas que venían o iban a pescar y algún turista paseando.
Mientras avanzaba, aprecié unos metros más adelante a una mujer con un mapa en la mano y haciéndome señas para que parase. Cuando llegué a su altura, me detuve. La mujer tendría unos 40 años (algunos más que yo), era pelirroja, llevaba una camiseta blanca que le llegaba únicamente hasta el ombligo, unas cómodas mallas negras ajustadas y unas chanclas veraniegas. Parecía extranjera.
Con un español más o menos entendible me preguntó cómo podía llegar hasta uno de los monumentos de la ciudad. Tras indicárselo sobre el mapa, me dijo:
- Gracias. Soy alemana y he estudiado español varios años en mi país. He venido por primera vez a España para visitar algunas ciudades. ¿Qué otros lugares de esta ciudad me recomiendas?

Mientras le aconsejaba otros lugares interesantes, comprobé que la mujer había empezado a mirarme mi bulto del pantalón ciclista, cosa que empezó a excitarme un poco. Seguí con mis recomendaciones, pero como aprecié que la turista miraba de forma más descarada, agaché la cabeza y pude ver que, debido al sol que brillaba sobre mi parte delantera, a lo ceñido de mi culotte ciclista y a mi cada vez mayor excitación al sentirme observado, mi pene, ya en erección, era claramente visible para la alemana por culpa de la transparencia. Me avergoncé, dejé de hablar y sólo quería irme de allí. La turista se dio cuenta de mi apuro y me dijo:
- No te preocupes, no pasa nada. Además me gusta lo que estoy viendo. Yo en Alemania también practico ciclismo y tampoco uso bragas debajo del culotte. Cuando como hoy me pongo mallas para pasear o salir por la calle, tampoco las uso, porque no me gustan que se marquen o transparenten. No queda bonito.
Entonces se me fue pasando la vergüenza, pero mi excitación iba a más: me fije en las mallas de la turista y, efectivamente, no llevaba ropa interior, pues algunos pelitos de su vello púbico traspasaban sus finas mallas, que además marcaban los labios vaginales de la mujer. Aprecié también que justo en esa zona tenía una mancha de humedad, por lo que deduje que ella estaba también en plena excitación sexual y estaba mojando sus mallas.

Entonces me reconoció que, entre el calor, su encuentro conmigo y lo que estaba viendo, le apetecía practicar sexo y que si me apetecía, que pasáramos detrás de unos arbustos que había allí para disfrutar sin ser vistos. Cuando me di cuenta, ya estábamos más o menos ocultos y lo primero que hizo fue bajarme y quitarme mi pantalón ciclista, que arrojó a unos metros. Yo estaba de pie, semidesnudo, con mi pene al descubierto totalmente erecto por la excitación. Ella seguía vestida por completo, se puso de rodillas e introdujo mi miembro en su boca. Movía con rapidez su cabeza chupándomelo. Paraba un poco y volvía a la carga. Yo estaba gozando como nunca y no quería correrme en su boca, sino en su coño. Así que, tras unos minutos, le dije que se pusiera de pie, me agaché y puse mis manos sobre la entrepierna de sus mallas: la zona estaba empapadísima, señal de que la mujer estaba ya totalmente excitada. Entonces con un rápido y seco tirón le rompí las mallas, abriéndole una pequeña raja, suficiente para poder meter por ahí mi pene a punto de reventar. Tenía su coñito mojadísimo y le metí mi pene justo a tiempo de descargar dentro todo mi semen. Ella gimió de placer.

Los dos nos tumbamos unos minutos sobre el césped. Al rato ella se levantó y me dijo que tenía ganas de orinar. No le dio tiempo ni de bajarse sus mallas rajaditas, así que aprovechó precisamente el agujero que le había causado yo a la prenda con mi tirón para mear a través de él y no hacérselo encima. Mientras ella orinaba, apareció una pareja de unos treinta años paseando por la zona y los arbustos no debían ser suficiente densos como parar ocultarnos del todo, pues ambos jóvenes, entre risas, sacaron sus móviles y empezaron a fotografiarnos: la chica se centraba en sacarme fotos a mí, que permanecía aún desnudo de cintura para abajo; el chico grababa a la turista mientras ésta seguía orinando. A mí me daba igual todo en ese momento y no hice ni el intento de vestirme; la alemana también se percató, pero continuó impasible con su meada hasta que terminó. Entonces la pareja se marchó del lugar entre risas y contemplando las fotos que habían sacado y el vídeo grabado. Supongo que les servirían para masturbarse en casa o para excitarse antes de hacer el amor.
 
Tras refrescarnos con agua de la mochila de la mujer alemana, me puse mi culotte ciclista (manchado de líquido preseminal) y le pedí perdón por haberle desgarrado sus mallas por un sitio tan comprometido. Ella me respondió que no me preocupase, que su hotel estaba a escasos 10 minutos de allí, que iría para cambiarse y ducharse. Que caminaría por la zona del río que estaba casi desierta y que si se cruzaba con alguien, seguía estando tan excitada que no le importaba que le vieran parte de sus labios vaginales saliéndole por la raja de las mallas.

Se puso la mochila a la espalda y me agradeció el recuerdo sexual que se llevaba de España. Me dio un beso y empezó a caminar. Yo me subí a mi bicicleta y tras avanzar unos metros giré la cabeza y pude ver cómo tres hombres que venían de pescar se cruzaban en ese instante con la alemana: efectivamente ella no hizo nada por tapar un poco la zona delantera de las mallas y contemplé cómo los pescadores se quedaron boquiabiertos al ver pasar delante de sus narices a una mujer vestida de forma sexy y con una raja en las mallas que dejaba ver parte de su coño, seguro que todavía empapado.
 
 
 
 
 
 
 


24 de marzo de 2013

Quid pro quo 6. Pilladas en plena orgía.


           QUID PRO QUO 6. PILLADAS EN PLENA ORGÍA.
  
Para el último castigo publiqué en una página de contactos en internet un anuncio que decía lo siguiente: “Dos mujeres cuarentonas de buen ver buscan sexo esporádico con dos hombres. Se gratificará a cada uno con 50 euros”.

En unos días la cantidad de e-mails recibidos era enorme: hombres de todas las edades y condiciones estaban interesados en ser los elegidos. Hasta que no tuve claro quiénes serían los dos afortunados que participarían en la orgía, siendo además recompensados económicamente por ello, no les comenté nada del juego ni a Rocío ni a Patricia.
Finalmente tomé la decisión de seleccionar a un chico joven de 18 años y de etnia gitana y a un jubilado alemán de 65 años y viudo, que se había quedado a vivir en España. Cité a ambos para el viernes a la 1.00 de la madrugada y les di la dirección del piso de Rocío.
El día antes, jueves por la noche, les comuniqué a ambas mujeres cuál sería el último castigo que deberían cumplir. También les anuncié que, cuando los dos desconocidos terminasen su faena, sería mi turno: había esperado hasta el sexto castigo para follar con ellas. Les recordé que lo máximo a lo que habíamos llegado los tres entre nosotros había sido a masturbarme y a correrme delante de ellas, pero nada más. Ese viernes llegaría por fin mi momento.

Sabedoras de que era el último juego que deberían afrontar para saldar su deuda por lo que habían hecho conmigo, aceptaron todo lo que les propuse. La única reticencia vino cuando Rocío supo que sería en su propia casa donde se desarrollaría el encuentro: su hija Silvia salía todos los viernes por la noche con sus amigas y no tenía una hora fija de llegada. Había días en los que volvía relativamente temprano y otros en los que regresaba a casa al amanecer, tras pasar de fiesta toda la noche.
- ¿Estás loco? ¡Mi hija podría regresar en cualquier momento y pillarnos!- me gritó.
- Tendrás que arriesgarte a eso. No te queda otra opción. Además, así será todavía más morboso.- le repliqué.
Terminó aceptando a duras penas, pero no le quedaba otra salida, si no quería que tanto su hija como su marido se enterasen de lo que había hecho conmigo.
Esa noche dormí poco y mal: tenía que estudiar para los últimos exámenes del curso y estuve perfilando algunos detalles del castigo.

A la mañana siguiente me levanté temprano y me encontré a Patricia desayunando en la cocina. Llevaba puestas únicamente unas bragas negras. Después de todo lo que había sucedido ya no le importaba andar así por el piso, aunque estuviera yo presente.
- Me gustan esas braguitas, te hacen muy sexy. Quiero que las lleves puestas esta noche- le comenté.
- Iba a ducharme ahora y a dejarlas en la ropa sucia- me dijo.
- Entonces te las volverás a poner cuando te duches, aunque estén sucias. Mejor así: olerán más a tu sexo esta noche, cuando estén los dos hombres. Quiero que los recibas así, tal y como estás ahora, vestida sólo con esas bragas y con las tetas al aire.
Patricia terminó de desayunar y se dirigió hacia la ducha. Yo aproveché para vestirme y después salí del piso y llamé a la puerta de al lado, al piso de Rocío. Me abrió la puerta su hija Silvia que justo en ese momento se disponía a salir hacia la peluquería en la que trabajaba.
- ¿Está tu madre? Era para comentarle brevemente una cosa- le pregunté.
- Sí, pero está en la ducha. Entra si quieres y espérala en el salón. No creo que tarde mucho. Yo me tengo que ir- me respondió.
Entré en el piso y Silvia se marchó a su trabajo. Me senté unos minutos en un sofá hasta que por mi cabeza comenzó a rondar una idea: se me ocurrió acercarme al baño e intentar espiar a Rocío, como hizo ella en su día conmigo. Sigilosamente me fui aproximando al baño. Al llegar comprobé que la puerta estaba encajada y que quedaba una rendija por la que poder mirar. Junto a mis pies había en el suelo una camiseta interior rosa y un tanga blanco. Supuse que eran las prendas que Rocío se acababa de quitar antes de entrar en la ducha. Miré por el hueco que dejaba abierto la puerta y vi a Rocío desnuda, dándole un repaso a la depilación de su coño. Al terminar pasó la palma de su mano por sus labios vaginales y comenzó a acariciárselos. Estuvo varios minutos frotando su clítoris, hasta que sacó de su neceser un pene de plástico. Se lo llevó primero a la boca y lo chupó y relamió varias veces. Poco a poco lo fue pasando por todo su cuerpo: por su cuello, por sus tetas, por su ombligo, hasta llegar finalmente a su sexo. Ahí se detuvo y con delicadeza empezó a introducir aquel artilugio en su coño. El juguete desapareció casi por completo dentro de la vagina y Rocío comenzó entonces a sacarlo y meterlo una y otra vez, primero lentamente, después cada vez más rápido. La mujer no podía contener sus primeros gemidos de placer, mientras yo me agaché, cogí el tanga blanco del suelo y me lo acerqué a la nariz. La mezcla de olor a orín y flujo femenino me excitó todavía más de lo que ya lo estaba. Abrí la cremallera de mi pantalón, me aparté el slip y comencé a tocarme la polla.

Mientras, Rocío metía y sacaba con ímpetu el pene de plástico dentro de su coño y con los ojos cerrados daba rienda suelta a su placer. Yo empecé a acariciar mi verga ya tiesa con el tanga y mi líquido preseminal empezó a mojar la prenda. Rocío les dio un acelerón definitivo a sus movimientos de penetración hasta que pocos segundos después alcanzó el orgasmo. Se llevó el juguete a la boca y lamió los flujos de su propio coño. Yo estaba a punto de correrme y sólo tuve tiempo de alejarme un poco de la puerta del baño, antes de que mi semen saliera a chorros, salpicando el suelo del pasillo. Mientras Rocío se duchaba, tuve que recoger mi leche del suelo usando el tanga blanco. Después lo envolví entre la camiseta interior rosa para que Rocío no se diera cuenta de nada cuando recogiera las prendas del suelo para meterlas en la lavadora, como finalmente sucedió.
Regresé al salón y me senté de nuevo en el sofá a esperar a Rocío. A los pocos minutos apareció vestida de forma deportiva, lista para iniciar sus clases en el gimnasio.
-¡Qué susto! ¿Cómo has entrado?- preguntó.
- Me abrió tu hija antes de irse y me dijo que te esperase dentro. He venido para decirte cómo quiero que vayas vestida esta noche para recibir a los dos invitados: quiero que lleves puestas sólo unas medias tipo pantys de color negro, sin nada debajo y completamente desnuda por arriba- le comenté.
- ¡Vaya! Hace unos días puse en orden toda mi ropa, para dejar más a mano la de verano e hice algo de limpieza: tiré prendas ya demasiado usadas, entre ellas todos los pantys que tenía. Me gusta estrenarlos cada temporada de otoño-invierno. Así que ahora mismo no tengo aquí a mano medias. Pero no te preocupes: mi hija tiene muchos pantys; le cogeré unos de ese color, no los va a echar en falta- me indicó.
- Bien, pero elige unos pantys finos. Quiero que esos dos hombres vean tu coño sólo tapado por las finas medias negras en cuanto lleguen- le advertí.
 
Me marché del piso de Rocío directamente a la facultad. Estuve allí en las clases y después estudiando en la biblioteca casi todo el día, hasta regresar al piso de Patricia entorno a las 21.00 horas.
Todavía quedaba tiempo para cenar algo y relajarme un poco antes de dar comienzo al último castigo.
Media hora antes de lo acordado con los dos hombres y tras una breve conversación telefónica con Rocío, para asegurarme de que su hija ya había salido con sus amigas, le dije a Patricia que se fuera ya al piso de al lado, al de Rocío.
- Quiero que te desnudes aquí antes de irte y que salgas sólo con las bragas puestas, como quedamos esta mañana- le indiqué.

No hizo falta decir nada más: empezó a desabrocharse la blusa roja que tenía hasta que aparecieron sus pechos tapados por un sujetador negro; a continuación se quitó los zapatos y el pantalón vaquero. Por último se llevó las manos a la espalda, abrió el cierre del sujetador y liberó sus senos de esa prenda. Ahora ya sí, sólo las bragas negras que llevaba puestas desde hacía algo más de un día cubrían el cuerpo de la mujer. El resto de la ropa quedó tirada en el suelo. Cogió un billete de 50 euros para pagar a uno de los hombres y las llaves del piso y ambos salimos del inmueble, tras coger yo mi cámara de fotos, que tendría que grabar el último juego con las mujeres.
Como en esa planta del edificio sólo había dos pisos, el de Rocío y el de Patricia, no existía gran riesgo de que nos cruzáramos con algún vecino y menos a esas horas ya de la noche.
Dejé a Patricia llamando a la puerta de Rocío, mientras yo bajaba las escaleras del edificio para dirigirme a la calle y esperar la llegada del jubilado alemán y del joven gitano.
Cinco minutos antes de lo pactado apareció el primero de los dos hombres: era el jubilado. Se llamaba Stefan, era canoso, alto y bastante corpulento. Se le veía aparentemente tranquilo. Hablaba perfectamente el castellano y me confesó que no era la primera vez que hacía algo así por dinero.

Poco más tarde, puntual, llegó el joven. Se llamaba Antonio y era todo lo contrario al jubilado: nervioso, tímido, delgado y de tez morena. Casi balbuceando me confesó que todavía era virgen, que jamás había tenido sexo con una mujer. Traté de tranquilizarlo un poco, diciéndole que se limitara a disfrutar. Sin perder más tiempo, subimos por fin al piso de Rocío. Llamé al timbre y tras unos segundos ella abrió la puerta. ¡Menuda cara de sorpresa se les quedó a ambos hombres cuando vieron allí a Rocío con los pechos al aire y ataviada únicamente con unas finas medias negras! Los dos recorrieron con su mirada el cuerpo de la mujer, deteniéndose en su entrepierna, donde su coño depilado se apreciaba claramente a través de las medias.
- Hola. ¡Pasad!- nos recibió Rocío.
Los tres entramos en el inmueble, en cuyo salón nos esperaba Patricia. También ella logró atraer las miradas de los dos hombres, que no dejaban de admirar los senos desnudos de la mujer.
- Ésta es Rocío y ella es Patricia. Él es Antonio y él, Stefan- dije, para hacer las presentaciones.
- Antes de que empecemos, aquí tienes mis 50 euros- le comentó Patricia a Antonio, entregándole el billete.
- Y aquí están los 50 míos- añadió Rocío, extendiéndole el dinero a Stefan.
- Bueno, pues cuando queráis… Yo de momento me limitaré a grabarlo todo- les indiqué a los allí presentes.

El jubilado fue el primero en comenzar a desvestirse y yo aproveché para iniciar la grabación. Toda la tranquilidad que aquel hombre había demostrado al principio se transformó en ansia y deseo de comenzar cuanto antes a follar. Una por una fue quitándose todas las prendas hasta quedarse sólo con un slip. Lo que se ocultaba bajo el calzoncillo se adivinaba como algo descomunal: el bulto que había bajo la prenda era enorme y las dos mujeres clavaron inmediatamente su mirada en él. Cuando el alemán se quitó el slip un tremendo pene apareció ya a la vista de todos.
- Ufff, lo que escondías ahí debajo- exclamó Rocío asombrada por lo que veía.
Por su parte el chico ya estaba también desvistiéndose: mientras se quitaba la camiseta, Patricia se le acercó y comenzó a desabrocharle el pantalón, impaciente por ver lo dotado que estaba el joven. Llevaba un bóxer blanco nuevo, creo que lo estaba estrenando para la ocasión y Patricia se congratuló al ver que el chico no tenía nada que envidiarle al jubilado. De un tirón le bajó la prenda, se quedó con ella en la mano y la arrojó hacia uno de los sofás. Antonio estaba ya totalmente empalmado, con la polla tiesa y erecta apuntando hacia el frente.
- ¡Vaya tela lo que tienes ahí!- exclamó asombrada.
Entonces Patricia se arrodilló ante el joven, agarró con su mano aquella verga sin estrenar, hinchada y venosa y se la metió poco a poco en la boca.
- Por favor, despacio- le suplicaba Antonio.
- Quiero que me la mames a mí también- le pidió el jubilado a Rocío.
Ella se puso en cuclillas ante Stefan y con la mano derecha empezó a agitarle la polla. Después abrió la boca y engulló aquella verga para disfrute del alemán. Las dos mujeres se encontraban en plena felación, mientras les manoseaban los testículos peludos a los dos individuos. Una y otra vez ambas impulsaban hacia delante y hacia atrás sus cabezas, aumentado cada vez más el ritmo. El corpulento alemán comenzó a sudar por todo el cuerpo y las gotas de ese sudor iban empapando el suelo del salón.

Por su parte Patricia se esmeraba en la mamada a aquella polla virgen que estaba saboreando: deslizaba la boca sobre la verga del joven, haciendo cada vez más presión sobre la piel del pene. El chico gemía ya de forma intensa y empezaba a hacer esfuerzos por aguantar sin correrse. Un acelerón violento en el ritmo que marcaba Patricia provocó que Antonio cerrara los ojos, apretase los labios y finalmente lanzara un grito de placer, antes de llenar la boca de patricia con su semen. Ella se tragó absolutamente toda la leche derramada por el chico, sin desperdiciar ni una gota.
Mientras tanto, el alemán estaba demostrando una capacidad de aguante fuera de lo común, pues aún no daba síntomas de que fuera a eyacular. Por más que Rocío aceleraba y se esforzaba, no lograba que el hombre echara su semen. Desesperada soltó la polla de su boca, la agarró con sus dos manos y así, a dos manos, comenzó a masturbar a Stefan. Tras unos instantes el jubilado comenzó a dar muestras de que pronto eyacularía. Todavía tuvo Rocío que machacarle la verga un largo minuto más hasta que, al fin, de aquel mayúsculo pene comenzara a salir a chorros el semen que impactó casi en su totalidad contra el cuerpo de Rocío.
Los cuatro quedaron agotados y en silencio durante unos instantes. Al rato Stefan le preguntó a Rocío que dónde estaba la cocina. La mujer se lo indicó y el alemán se dirigió hacia allí. Escuché cómo el hombre hacía algo de ruido buscando en bolsas y abriendo algunos cajones. Poco después apareció de nuevo en el salón con dos grandes pepinos verdes en la mano.
Se acercó a Patricia y le dijo:
- Es hora de que te quites las braguitas y de que te folle ese culito que tienes.
- ¿No pretenderás meterme eso por el culo?- preguntó la mujer.
Pero Stefan no dijo nada más. Dejó por un momento los pepinos en el suelo, agarró las bragas de Patricia por el elástico de la cintura, dio un fuerte tirón y desgarró la prenda, quedándose con ella, rota, en la mano.

Las olió a fondo y después se las ofreció al chico para que hiciera lo mismo:
- ¡Huélelas! Verás la peste a coño que desprenden- gritó.
Antonio se las llevó a la nariz y aspiró profundamente el olor que emanaba de la prenda.
- ¡Están chorreando!- exclamó sorprendido el joven.
- Ya lo creo que lo están. Y debes sentirte orgulloso: has conseguido que esta mujer se corriese mientras mamaba tu polla- añadió Stefan.
Patricia estaba ahora completamente desnuda delante de todos y Antonio se deleitaba mirándole continuamente el coño peludo. Por su parte Stefan volvió a coger del suelo uno de los dos pepinos y le dijo a Patricia:
- ¡Venga, ponte a cuatro patas!
No tardó mucho la mujer en tomar esa postura y en percibir cómo el pepino se iba adentrando lentamente por su orificio anal. Le suplicaba a Stefan que lo hiciera con cuidado, pero el alemán, en cuanto lo había enterrado casi al completo en el culo de la mujer, empezó a meterlo y sacarlo a un ritmo veloz. Patricia no paraba de gritar y de gemir, pero el jubilado continuaba con su frenética tarea.
Rocío cogió el otro pepino del suelo, se lo ofreció a Antonio y le pidió que le hiciera a ella lo mismo que le estaban haciendo a Patricia. Ni siquiera perdió el tiempo en quitarse las medias: con ellas puestas puso su culo en pompa entregándoselo a aquel chico, para que hiciera con él lo que le había pedido.

A través del tejido de las medias, Antonio empezó a meter el pepino por el culo de Rocío. Los finos pantys negros de la mujer ofrecieron poca resistencia y enseguida quedaron agujereados. Por el orificio abierto el pepino comenzó a entrar ya sin ningún obstáculo en el ano de Rocío. Antonio imitó a Stefan y con ritmo rápido y enérgico penetraba una y otra vez el trasero de la mujer. Ahora ya los gritos eran dobles, los de Patricia y los de Rocío. Yo me situé delante de Patricia para continuar la grabación desde esa perspectiva y la mujer aprovechó para bajarme la cremallera del pantalón, apartar mi slip y sacar fuera mi polla ya empalmada.
Mientras sentía el pepino entrando y saliendo por su culo, empezó a masturbarme sin ningún tipo de preámbulos. Con fuerza agitaba mi polla liberando en ella todo el dolor que le estaba provocando la penetración anal. A duras penas pude seguir grabando cómo aquellos dos hombres le daban un impulso definitivo a sus movimientos de penetración y Rocío fue la primera en acusarlo:
- Síííí…Sííííí….Arrgggg… Me corro, me corro….- gritó antes de dar un gran suspiro de alivio. Sus flujos vaginales empezaron a empapar y a traspasar el tejido de las medias y a formar un pequeño charquito en el suelo.
Patricia no aguantó mucho más y mientras se corría también, no dejó de machacarme mi polla hasta provocar que eyaculara directamente sobre su rostro.
 
Todos necesitábamos un tiempo de recuperación. Yo aproveché para desnudarme por fin, mientras los demás se limpiaban y se refrescaban bebiendo agua.
Varios minutos de descanso fueron suficientes para retomar la acción. Le dije a Patricia que fuera al dormitorio de Rocío. Detrás fuimos Stefan, Antonio y yo y Patricia se tumbó en la cama matrimonial de Rocío.
Antonio tenía ya su pene dispuesto a volver a dar guerra y no dudó en metérselo cuidadosamente a Patricia en su coño. El joven disfrutaba por primera vez en su vida de una penetración vaginal a una mujer. Stefan y yo nos manteníamos a la expectativa, dejando hacer al chico. Yo había colocado la cámara sobre la mesilla de noche de forma que siguiera grabando todo lo que sucedía.
Tras unos instantes, Stefan se acercó a la mujer y empezó a acariciarle los pechos. Yo me sumé al manoseo y entre los dos le dimos unos buenos masajes a las tetas de Patricia, mordisqueándole incluso los duros pezones. Repartimos besos por el rostro de la mujer, por su cuello, a la vez que nuestras manos seguían sobando todo el torso de Patricia. Antonio apretaba su polla cada vez con más fuerza dentro del coño de la mujer y, de repente, entró en la habitación Rocío. En su mano derecha llevaba uno de los pepinos que habíamos usado antes. Al entrar y ver lo que le estábamos haciendo a su amiga, se desgarró la parte delantera de las medias, por la entrepierna y dejó ahora sí completamente al descubierto su coño. A continuación comenzó a rozar sus labios vaginales con el pepino, hasta que finalmente se lo fue introduciendo por la vagina. Se masturbaba mientras no perdía detalle de cómo Antonio follaba con Patricia y de cómo Stefan y yo sobábamos el cuerpo de la mujer.

Antonio aceleró sus movimientos de penetración de tal forma que la cama se bamboleaba hacia delante y hacia atrás. Patricia agarró con su mano la verga del jubilado alemán y empezó a agitarla sin cesar. Antonio comenzó a gemir con fuerza y alertó a Patricia de que estaba a punto de correrse. Segundos después descargó todo su semen dentro del coño de la mujer. Sin darle tregua alguna a Patricia, Stefan tomó el relevo de Antonio, que se había apartado ya unos metros. Ahora era el alemán quien hundía una y otra vez su pene dentro de la vagina de Patricia, de la que aún salía el semen que le había dejado Antonio.
Yo me acerqué a Rocío y le pedí que me permitiera ser yo quien la masturbase con el pepino. Ella lo soltó y yo, agarrándolo por el extremo, continué la masturbación que había iniciado la propia mujer.
El jubilado seguía bombeando sin descanso su polla en el sexo de Patricia: dio tres acometidas muy fuertes y tras dar una cuarta inundó de esperma la vagina de la mujer. Sacó la verga rápidamente, justo a tiempo de que el último chorro de semen impactara en el rostro de Patricia.

Quedaba yo por follar a Patricia, así que le cedí el pepino a Antonio y fue él quien se encargó desde ese momento en terminar de masturbar a Rocío, que ya había tenido un primer orgasmo y cuyo flujo vaginal salía de forma abundante de su coño.
Me acerqué a Patricia, cuyo coño chorreaba leche de los otros dos hombres. Le metí de golpe toda mi verga hasta el fondo, mientras en el interior de la habitación el calor comenzaba a ser insoportable.
Mis movimientos de mete y saca dieron continuidad al éxtasis que estaba viviendo Patricia. Su vagina estaba tan pegajosa de semen y de sus propios flujos que chasqueaba cada vez que mi verga se deslizaba en su interior.
Cuando me di cuenta, Stefan y Antonio se habían llevado de la habitación a Rocío y sus voces me indicaban que se encontraban de nuevo en el salón.
Mis testículos y mi polla estaban a punto de estallar y no fui capaz de aguantar más tiempo.
- ¡Patricia, prepárate para recibir tu tercera ración de leche!- le grité a la mujer antes de que mi esperma saliera disparado para terminar de saciar el coño sediento de la mujer.
Me tumbé junto a ella en la cama unos instantes mientras trataba de recuperar el aliento. Desde el salón continuaban oyéndose los gemidos de Rocío, que seguía en manos del alemán y de Antonio. Permanecí en la cama varios minutos más, hasta que decidí que era el momento de rematar la orgía: cogí la cámara y salí de la habitación en la que se quedó Patricia.
Al llegar al salón vi que Antonio y Stefan le habían roto por completo las medias a Rocío y que éstas estaban destrozadas en el suelo junto con el pepino. Ahora Rocío tenía en una de sus manos la verga de Antonio y en la otra la de Stefan y jugueteaba con ellas. Dejé la cámara grabando sobre la mesa del salón, me tumbé en el suelo y le dije a Rocío que se sentara sobre mi polla. Ella obedeció enseguida y, sin soltar el falo de los otros dos hombres, se fue sentando poco a poco sobre mi pene, acomodándoselo en el interior de su coño. Empezó a cabalgar sobre mi miembro a la vez que masturbaba a Stefan y a Antonio.

Yo sentía mi polla irritada y dolorida por lo dura y tiesa que había estado casi toda la noche, pero merecía la pena aguantar ese dolor que se incrementaba en ese momento con la cabalgadura de Rocío. Me agarré a la cintura de la mujer, que estaba chorreando de sudor, para aguantar mejor sus movimientos, mientras veía que los rostros de Stefan y de Antonio reflejaban los apuros de ambos por no eyacular aún.
 
Acto seguido entró en el salón Patricia que, tras recuperarse de las tres penetraciones a las que le habíamos sometido, quería ver cómo acababa la orgía. Y llegó justo a tiempo para contemplar cómo su amiga Rocío soltaba las vergas del alemán y de Antonio, cómo éstos apuntaban con la punta de su pene hacia el rostro de Rocío y cómo ésta deslizaba un par de veces más su vagina sobre mi miembro. Comencé a eyacular dentro del coño de Rocío en el preciso momento en que tanto Antonio como Stefan regaban con su leche la cara de Rocío.
 
En ese instante se escuchó un ruido en la puerta del piso, justo frente a nosotros. Ésta se abrió y allí aparecieron el marido de Rocío y su hija Silvia. Al parecer, Silvia no había salido con sus amigas esa noche, sino que fue a esperar a su padre a la estación de tren. El padre regresaba unos días antes de lo previsto de su larga estancia fuera de la ciudad por motivos laborales y tanto él como Silvia querían darle una sorpresa a Rocío.
La sorpresa que le dieron y que ellos se llevaron a su vez fue mayúscula. Tanto el padre como la hija se quedaron atónitos y sin poder articular palabra por lo que veían sus ojos. Sin decir absolutamente nada, abandonaron el inmueble. Rocío se levantó llena de semen y trató de ir tras ellos para darles una explicación, pero le cerraron la puerta del piso en la cara.
 
 
A las pocas semanas terminó mi curso y regresé a mi ciudad de origen. No volví a saber nada de las dos mujeres en mucho tiempo, hasta que a finales del verano recibí un correo electrónico de Patricia. Me decía que el marido de Rocío le había pedido el divorcio a su esposa y que él se había marchado a vivir con su hija Silvia a otro piso. Acababa comentándome que Rocío seguía con sus clases en el gimnasio y ella con la tienda de informática, pero que los fines de semana ambas se dedicaban a ejercer la prostitución en el piso de Rocío con clientes de alto nivel adquisitivo para vivir más desahogadamente, para comprarse algún que otro capricho y para saciar sus impulsos sexuales.

Todavía hoy tengo remordimientos de que por mi culpa Rocío y Patricia terminasen convirtiéndose en dos auténticas putas, pero ellas mismas se lo buscaron por andar espiándome y grabándome sin mi consentimiento. 
 
 


 

Quid pro quo 5. La polla del marroquí.


           
         QUID PRO QUO 5. LA POLLA DEL MARROQUÍ.
  
El miércoles de la siguiente semana era día festivo en Granada y pensé que sería una jornada propicia para poner en práctica el quinto y penúltimo castigo. Lo había ideado el domingo anterior por la noche: saldría con Rocío y Patricia a montar en bicicleta por los alrededores de Granada, aprovechando algunas rutas y senderos específicos para la práctica del ciclismo y del senderismo. Pero en esta ocasión iríamos acompañados: la otra amiga de Rocío que también había visto mis imágenes desnudo y masturbándome tendría que cumplir aunque fuera uno de los castigos. Y éste era el elegido.
 
Así que el lunes por la mañana le comenté a Patricia mis intenciones para el miércoles y que debía hacer todo lo posible para que la íntima amiga de Rocío nos acompañara. Cuando regresé de la facultad por la tarde-noche, Patricia me dijo que ya lo había hablado con Rocío y que ésta a su vez se lo había comentado a su amiga Úrsula: había aceptado de buen grado lo que creía que era una simple e inocente salida en bicicleta.
El martes, al terminar yo las clases y tras cerrar Patricia en su tienda de informática, nos dirigimos los dos a unos grandes almacenes para comprar ropa ciclista: mi idea es que todos fuéramos equipados para la ocasión. Rocío no necesitaba ningún tipo de prenda ciclista, pues le valdría cualquier top y malla de las que usaba en sus clases del gimnasio.
Ya en la planta de deportes no tardé mucho en seleccionar las prendas: para mí elegí un maillot rojo y un culotte negro, para Patricia un maillot verde y otro culotte negro y para Úrsula opté por un body de una pieza de color celeste.
Patricia me comentó entonces que Úrsula solía usar la misma talla que ella por lo que, tras asegurarnos de coger las tallas correctas, nos encaminamos hacia los probadores. Patricia se metió en uno de ellos y yo en el contiguo. Le indiqué que quería verla con las prendas puestas, para comprobar cómo le quedaban. Cuando ya me había probado mi conjunto y vi que me quedaba perfecto, ceñido al cuerpo como una segunda piel, salí de mi probador y entré en el de Patricia. Ya estaba equipada con la ropa que llevaría puesta y le quedaba muy bien, dándole a su cuerpo un aire sexy y provocativo. Delante de mí se quitó dicha ropa y se quedó únicamente en bragas (había salido sin sujetador ese día).

- No sé si lo sabrás, pero los culottes ciclistas deben usarse sin prenda íntima debajo para evitar rozaduras durante el pedaleo. Así que mañana no uses braguitas, ¿de acuerdo?

- ¿Así está mejor?- me preguntó a su vez, mientras deslizaba sus bragas rojas por los muslos hasta terminar quitándoselas.

Se quedó completamente desnuda ante mí y tuve que contenerme para no satisfacer mis impulsos, pues mi pensamiento era no follarme ni a Patricia ni a Rocío hasta el último castigo.
Sin darme tiempo a decirle nada, cogió el body celeste y se lo fue enfundando hasta concluir cerrando la cremallera delantera: le quedaba ceñidísimo, me atrevería a decir que incluso algo pequeño, pues parecía que las tetas iban a reventar la prenda y los pezones a agujerear la lycra. Se dio la vuelta y el culo le quedaba bien marcado.

- El forrito y el acolchado que hay en la entrepierna me molesta un poco, me roza demasiado en la vagina- me comentó.

Se refería a la badana que llevan integrada los pantalones ciclistas.

- No te preocupes: con el uso se pone más blando y se adapta mejor a la anatomía.

Patricia se desvistió de nuevo, se puso su ropa de calle y salimos del probador. Tras pagar todas las prendas regresamos al piso de la mujer.
Una vez allí cenamos algo y, junto con Rocío, pusimos a punto las bicicletas para el día siguiente. Patricia, Rocío y Úrsula usarían las suyas. Rocío me dejó la de su marido, que seguía ausente por sus compromisos laborales.
 
A la mañana siguiente debió de fallarme el despertador y me desperté con el sonido del timbre de la puerta: era Rocío, que ya estaba lista para la salida y hablaba con Patricia. Salté de la cama, me aseé un poco y tras quitarme mi slip, me puse el culotte y el maillot ciclista. Salí entonces al salón y allí se encontraban las dos mujeres perfectamente equipadas para nuestra jornada deportiva: Rocío llevaba un top negro y unas mallas piratas blancas de las que utilizaba en sus clases del gimnasio y Patricia el conjunto comprado el día anterior.
Como era habitual en ella, Rocío no tenía braguita debajo del pantalón deportivo: bastaba con fijarse un poco en su perfecto trasero para comprobar esa cuestión. Seguro que atraería muchas miradas masculinas durante nuestro trayecto.
Mientras esperábamos a Úrsula, aproveché para desayunar algo. Todavía no había terminado, cuando sonó el timbre del telefonillo electrónico de la puerta del edificio: era Úrsula, que ya había llegado y se encontraba abajo.
Hice que Rocío y Patricia bajaran y le dijeran que subiese, que arriba tenía ropa especial de ciclismo.
Un minuto más tarde subió Úrsula: era morena, con el pelo recogido en un moño, de estatura mediana, algo rellenita de peso y de edad similar a la de Rocío y Patricia.. Llevaba una camiseta de manga corta, unos vaqueros y zapatillas de deporte.
Nada más verme, en su cara se dibujó expresión de sorpresa: sin duda se acordaba de mí, del joven al que había visto desnudo y masturbándose a través de la grabación que me habían hecho sus dos amigas. Yo hice como si no supiese aún nada del asunto, pues un día Patricia me había comentado que Úrsula no sabía que ya habían sido descubiertas.

- ¡Pasa! ¿Eres Úrsula, no?- le pregunté.

- Sí. Tú debes de ser David, ¿no?

- Así es- contesté y nos dimos dos besos en las mejillas.

A continuación le comenté que le habíamos comprado ropa especial para practicar ciclismo, para que estuviera más cómoda durante la jornada.

- La verdad es que os lo agradezco, porque suelo coger la bicicleta, pero para breves desplazamientos. Nunca he hecho una salida larga como vamos a hacer hoy y por eso no uso ropa específica. ¡Ya ves cómo vengo, con vaqueros!- añadió la mujer.

Me acerqué a la habitación de Patricia, donde ésta había dejado el body para Úrsula y se lo mostré a la mujer.

- ¡Vaya! ¿No es algo provocativo?- preguntó sorprendida.

- ¿Has visto cómo vamos todos? Vamos de forma similar: es ropa técnica, te mantiene seca por dentro y además lleva una badana y una almohadilla para evitar molestias con el sillín. Si me permites un consejo: debes ponerte el body sin braguita debajo, si no quieres que aparezcan pronto molestas rozaduras por el calor y el pedaleo- le comenté.

- Bueno, si tú lo dices, que veo que eres experto en la materia, te haré caso. Sigo pensando que voy a ir casi provocando, pero en fin….- terminó añadiendo.

Cogió la prenda y pasó al cuarto de baño para cambiarse. Los minutos transcurrían y la mujer no salía. Decidí acercarme en sigilo hasta la puerta del baño: estaba cerrada, pero de dentro procedían leves gemidos. Dudé unos instantes, pero al escuchar que los gemidos se intensificaban, abrí de golpe la puerta. La sorpresa que me llevé fue mayúscula: allí estaba Úrsula completamente desnuda, con el body a medio subir a la altura de las rodillas, la ropa que había traído tirada en el suelo y con su mano derecha acariciándose el coño, un coño totalmente depilado. Las tetas eran medianas, pero aún las tenía firmes y bien puestas. Los pezones marrones apuntaban desafiantes hacia delante.

- ¿Pero qué coño haces?- me gritó irritada y tratando de taparse como podía.

- Ahora que me lo preguntas, lo mismo que tú hiciste conmigo: verte desnuda y además, masturbándote- le repliqué.

Se ruborizó por completo, pues acababa de averiguar que yo ya sabía lo de la grabación, además de haber sido pillada autosatisfaciéndose.

- Por mí no te cortes, sigue si quieres. ¿O prefieres que te termine yo la faena?-le apunté con cierta sorna.

Mi polla había crecido bajo el ceñido pantalón ciclista y Úrsula lanzó una mirada descarada hacia mi entrepierna. Dejó de taparse con sus brazos, se acercó más a mí, agarró mi pantalón por la cinturilla y me lo bajó de un fuerte tirón. Mi polla salió liberada de aquella ajustada prenda: estaba ya totalmente empalmada, con las venas marcándose que parecían a punto de reventar. La mujer se acabó de quitar el body que tenía enrollado a la altura de las rodillas y lo dejó caer al suelo.

- Quería probar esa verga desde que la vi en las imágenes. ¡Vamos, fóllame de una vez!- me ordenó.

Se pasó sus dedos por los labios vaginales y después me acarició con ellos mi miembro: los dedos estaban húmedos, empapados por el flujo vaginal.

-Llevo un tiempo salida completamente, no dejo de pensar en sexo. Esta mañana ya me había masturbado antes de venir. Mis bragas que están en el suelo deben de estar aún chorreando de mi corrida. Al desnudarme y ver la ropa que me iba a poner no lo he podido resistir y me estaba tocando otra vez hasta que entraste. ¿Pero a qué diablos esperas? ¡Métemela hasta el fondo y descarga toda tu leche- exclamó.

Era más viciosa de lo que creía. Y quería darle su merecido. Le abrí bien las piernas, me lubriqué mi polla con mi propia saliva y lentamente empecé a hundir mi pene en aquel coño depilado. Mientras comenzaba a follarla, manoseaba con mis manos los senos de la mujer, sin dejar de pellizcarle esos pezones salientes y duros. Ella cerró los ojos y se dejaba llevar por mis movimientos y caricias. Mi polla se deslizaba una y otra vez dentro de la húmeda vagina de la mujer. Poco a poco sentí cómo mis testículos se iban endureciendo, preparando el semen que llenaría el sexo de Úrsula.
 
- ¡Fóllame más rápido, más rápido!- gritaba la mujer.

El telefonillo sonó en ese instante: supuse que serían Rocío y Patricia que estarían impacientándose abajo en la calle mientras nos esperaban. Así que decidí aumentar de golpe mi bombeo: mi verga irrumpía ahora a toda velocidad una y otra vez en el coño de Úrsula, provocándole enormes gemidos. Ella no aguantó más y tras varios espasmos llegó al orgasmo y terminó corriéndose con mi polla dentro. Yo todavía resistí unos segundos más hasta que, en medio de una explosión de placer, mi leche comenzó a inundar el coño de la mujer.

No pudimos esperar mucho para vestirnos y, todavía con algunas gotas de semen saliendo de mi glande, me volví a poner el culotte. Úrsula se vistió apresuradamente con el body, teniendo aún su coño lleno de mi esperma.

- Esto me lo quedo yo como recuerdo- le dije y cogí del suelo las bragas azules y el sujetador a juego que la mujer había traído puestos de casa. Guardé las prendas en la bolsa de plástico donde tenía el resto de prendas íntimas de las mujeres con las que había tenido sexo durante cada uno de los castigos.

Cogí la bicicleta que yo usaría, abandonamos por fin el inmueble y llegamos a la puerta del edificio donde nos esperaban Rocío y Patricia. Ellas tenían sus bicicletas y la de Ursula. Nos montamos y comenzamos a pedalear por las calles de la ciudad. Yo llevaba a mi espalda una pequeña mochila con mi cámara de fotos para poder grabar y fotografiar todo lo que aconteciese durante nuestra salida.
Dejé que las tres mujeres se colocaran por delante de mí hasta que llegáramos al desvío que debíamos tomar para coger el sendero de tierra por el que haríamos la ruta.
Desde mi posición tenía una panorámica inmejorable de los traseros de las tres mujeres, a cual más provocador y tentador: esos culitos embutidos en las ceñidísimas mallas dejaban bien poco a la imaginación, sobre todo el de Rocío, que se transparentaba a través de la blanca lycra de su pantalón de gimnasia.
Tras un largo rato de pedaleo llegamos por fin a las afueras de la ciudad, al desvío hacia el sendero para ciclistas y senderistas. Ninguna de las tres mujeres lo conocían, por lo que pasé a encabezar el grupo para abrir camino.
Yo había tenido constancia del mismo gracias a un compañero de clase que me había hablado de él, pero no sólo por su uso deportivo, sino también por ser utilizado por parejas y por prostitutas y sus clientes para practicar sexo en la parte inicial, en los márgenes del sendero, entre los arbustos. También me comentó que era frecuentado por mirones que, escondidos entre la vegetación, se dedicaban a espiar a las parejas y prostitutas.

Así que mi plan era entrar en el sendero y tratar de descubrir a alguna pareja o mirón entre los arbustos, para dar posibilidad a una orgía.
Mientras el cielo comenzaba a cubrirse de nubes, yo miraba disimuladamente hacia izquierda y derecha, tratando de divisar a alguien.
De repente distinguí a lo lejos la figura de un hombre semioculto entre la arboleda. Cuando avanzamos más, lo supe con certeza: se trataba de un mirón que intentaba localizar a alguna pareja para espiarla mientras estaban en pleno acto sexual.
Poco a poco disminuí la velocidad de la marcha hasta que me detuve y le pregunté a la mujeres:

- ¿Qué tal si hacemos una breve parada para recuperar fuerzas y nos sentamos allí sobre la hierba?

- Me parece bien y así aprovecho además para que descanse mi trasero que lo llevo dolorido por culpa del sillín- respondió Rocío.

- A mí también me parece buena idea. Además necesito hacer un pis de forma urgente- comentó Úrsula.

- Bien pues vamos hacia aquella zona y descansemos un rato- propuse, señalando hacia el lugar donde había visto merodeando a aquel individuo.

Nos bajamos de las bicicletas y empujándolas llegamos hacia ese lugar que estaba en el margen del sendero. Era una zona de césped y rodeada de árboles. Confiaba en que aquel hombre anduviera aún por allí y me sirviera para dar inicio a la orgía.
Rocío y yo nos sentamos sobre la hierba y bebimos algo de agua. Úrsula se dirigió a unos matorrales que había a nuestras espaldas para aliviarse, acompañada por Patricia que iba con la misma intención. Sin saberlo las dos se dirigían hacia la zona exacta donde había visto al individuo unos instantes antes.
Poco después se escuchó un grito procedente de los matorrales:

- ¿Pero qué hace usted? ¡Devuélvame inmediatamente eso!

Era la voz de Úrsula y unos segundos después apareció corriendo Patricia. Al llegar hasta donde nos encontrábamos Rocío y yo, nos comentó alterada:

- ¡Joder! Había un tío escondido entre los arbustos. Yo ya estaba meando y Úrsula se había quitado por completo el body para orinar más cómoda. Cuando se puso en cuclillas para hacerlo, apareció aquel tipo y, sin darnos tiempo a reaccionar, cogió el body de Úrsula y se lo llevó. Mientras corría, el tipo le decía que, si lo quería recuperar, tendría que seguirle y pedírselo.

- Creo que se acaba de presentar la ocasión que buscaba para vuestro quinto castigo: quiero que las tres os acerquéis a ese hombre y que lo dejéis completamente seco de leche- le indiqué.

A Rocío y a Patricia no les quedó más remedio que aceptar una vez más mi plan. En el fondo ambas estaban disfrutando de todas las pollas que habían probado durante cada uno de los juegos.
De modo que las dos mujeres y yo nos aproximamos hacia el lugar donde suponíamos que se encontraría Úrsula: allí la encontramos esperando nuestra ayuda para recuperar su prenda. El hombre se hallaba unos metros más adelante, aguardando la reacción de la mujer. Cuando nos vio aparecer a nosotros tres empezó a correr tratando de huir.

- ¡Espera un momento! Va a aceptar tu trato- le grité.

El hombre se detuvo, dudando aún si sería cierto.

- Id las tres a recuperar la prenda- les ordené a las mujeres.

Úrsula se quedó extrañada, pues creía que sería yo quien iría a por aquel tipo y le arrebataría el body. Pero pronto comprendió que dependía de ella y de sus dos amigas. Las tres se acercaron al desconocido y yo las seguía a unos pasos. Cuando llegaron hasta el hombre, se detuvieron. Úrsula intentaba taparse con un brazo los pechos y con la otra mano su coño. Entonces yo le dije:

-Tus amigas llevan varios días interviniendo en juegos sexuales que les pongo como castigo por lo que hicisteis conmigo. Tú interviniste en esos hechos en menor medida, pues te limitaste a ver las imágenes. Pero quiero que también cumplas al menos un castigo por ello. Esta mañana cumpliste la primera parte y ahora vas a cumplir la segunda: quiero que le pidas educadamente tu body a este hombre y, cuando te lo dé, folles con él en señal de agradecimiento por habértelo devuelto. ¿No me dijiste antes que llevabas unos días en que sólo pensabas en sexo? Pues aquí tienes una oportunidad para desahogarte. Patricia y Rocío también lo harán.

Úrsula me miraba a mí y a sus amigas incrédula por lo que acababa de oír, pero en el fondo creo que le agradó la idea de dejarse follar por aquel desconocido. Rocío ya había empezado a desnudarse, se había despojado del top y sus tetas estaban a la vista del desconocido que no paraba de mirarlas. Aquel hombre no parecía español.

- ¿De dónde eres?- le pregunté.

- Soy de Marruecos, pero llevó viviendo varios años en España.- me respondió en un castellano bastante correcto.

Era un hombre de unos 50 años, con el pelo corto, algo canoso, delgado, no demasiado alto y con un fino bigote sobre el labio.

- ¿Qué hacías por aquí?

- Vengo a veces, pues me gusta mirar a las parejas que suelen ponerse por aquí para practicar sexo. También a las prostitutas que aparecen con algún cliente- me respondió.

- ¿Sólo te dedicas a mirar?- volví a preguntarle.

- Bueno…..Me masturbo viendo las cosas que hacen y en alguna ocasión, cuando me han descubierto, lejos de enfadarse conmigo me han invitado a unirme a ellos- terminó diciendo.

Mientras tanto, Patricia ya se había quitado el maillot y el sujetador blanco y sólo conservaba puesto el culotte. Rocío se encontraba ya completamente desnuda, para disfrute del mirón.
Entonces, el marroquí comenzó a desvestirse: se quitó su camisa sudada, y los pantalones. Llevaba un slip bajo el cual se adivinaba una enorme verga. La tres mujeres no pudieron evitar fijar su mirada en aquel bulto inmenso que se ocultaba aún bajo el calzoncillo. Úrsula dejó de taparse con los brazos y se colocó entre Patricia y Rocío.

-¡Vaya tres putitas que sois! En especial, tú- dijo señalando a Úrsula y le lanzó su body.

Ésta lo cogió y lo dejó caer después sobre el césped. Patricia se quitó por fin su culotte y las tres mujeres quedaron desnudas ante el desconocido. Se acercaron juntas al hombre, le agarraron el slip y empezaron a quitárselo, deslizándolo por los muslos, hasta que la prenda quedó sobre la hierba.
La polla de aquel hombre ere inmensa, con diferencia la más grande de todas las que Rocío y Patricia habían probado en los castigos anteriores: estaba completamente empalmada y se le marcaban todas las venas.
A Rocío se le escapó una exclamación de sorpresa, cuando vio aquel tremendo miembro. Úrsula se tumbó sobre el césped y el marroquí le separó las piernas. De un golpe brusco y rápido le metió su tremendo pollón por la vagina. El grito de dolor de la mujer fue enorme y estuvo a punto de ser escuchado por un grupo de ciclistas que pasaban en ese momento por el sendero, ajenos a lo que sucedía allí cerca. Mientras el hombre se follaba a Úrsula, Rocío y Patricia comenzaron a masturbarse con sus dedos, imaginando que eran ellas las penetradas. El marroquí seguía con su incesante bombeo y estaba ya completamente empapado en sudor. El hombre cogió la prenda que tenía más a mano, las mallas blancas de Rocío, y se secó con ellas la frente y el rostro, sin parar de penetrar a Úrsula. Rocío se agachó junto a Úrsula y empezó a magrearle las tetas y a pellizcarle los pezones salientes. Úrsula soportaba a duras penas los envites del marroquí y, con los ojos cerrados y los labios y puños apretados, deseaba sentir pronto en su interior la leche del magrebí.

Todavía el individuo aguantó más de dos minutos en un mete y saca que parecía no tener fin, hasta que comenzó a gritar y detuvo sus movimientos, con su verga dentro de la vagina de Úrsula: empezó a descargar toda su leche en el coño de la mujer y estuvo en esa postura un buen rato, para no desperdiciar ni una gota de semen. Cuando terminó, sacó su verga del sexo de la mujer, que quedó tumbada en el suelo, con las piernas abiertas y sin apenas moverse, quejándose de dolor en la zona vaginal.
Yo ya estaba también completamente desnudo, pues hacía unos instantes que me había quitado el culotte, y tenía la polla totalmente tiesa. La forma tan enérgica en que el magrebí había penetrado a Úrsula me había dejado con un gran calentón, casi a punto de eyacular sin apenas haberme tocado. Me arrodillé ante Úrsula, le acerqué su mano a mi miembro, ella lo agarró, pese a estar soportando los dolores, y empezó a machacármelo. No aguanté ni un minuto: tres abundantes chorros de semen salieron disparados impactando contra el rostro y las tetas de la mujer que, con sus dedos, recogía mi esperma y se lo llevaba a la boca para saborearlo.
Me levanté, me giré y vi que el marroquí había hecho que Rocío y Patricia se tumbaran sobre el césped. Les estaba magreando a ambas los senos, mientras ellas jugueteaban con sus dedos en el clítoris. El hombre estuvo disfrutando de la firmeza y dureza de esos senos unos minutos, el tiempo suficiente para recuperarse de su eyaculación y poder comenzar a follar a la siguiente mujer.
Rocío fue la primera de las dos que probó la verga del magrebí. Y volvió a repetirse la misma situación que con Úrsula: de un empujón seco enterró toda su polla en la vagina rosada de la mujer que, al sentir semejante falo llegar hasta lo más profundo de su sexo, gimió de dolor. La fuerza desmedida que aquel hombre usaba en sus penetraciones parecía reflejar que era la primera o la última vez que follaría, pues lo hacía con unas ganas salvajes. Tras haber explorado con su verga el interior del coño de Rocío durante un rato, el marroquí sacó su verga sin haberse corrido, le separó las piernas en esta ocasión a Patricia y le hundió su polla hasta el fondo. Patricia pareció soportar algo mejor los frenéticos impulsos de esa verga y disfrutaba de la penetración sin emitir aún gemidos de dolor. El magrebí estuvo varios minutos regalándole sus empujes a Patricia, hasta que decidió sacarle de dentro la polla. Había sentido cómo la mujer había alcanzado un orgasmo y, tras retirarle la verga, del coño de Patricia comenzó a chorrear su flujo vaginal.

La resistencia del magrebí también había llegado a su límite: hizo que Rocío se sentara sobre su polla y, después de que la mujer estuviese cabalgando unos segundos sobre ella, acabó corriéndose dentro de Rocío, en medio de un enorme grito de placer. Reservó algunas gotas de su semen para derramarlas dentro de la boca de Patricia, que terminó tragándose el esperma recibido.

Las tres mujeres quedaron exhaustas sobre la hierba y yo paré la grabación de toda la escena vivida. El marroquí se secó de nuevo el sudor de su rostro con las mallas de Rocío, que iban adquiriendo un tono evidente de suciedad. El individuo comenzó a vestirse, mientras nos decía que, si queríamos repetir algún día, ya sabíamos por dónde lo podríamos encontrar. Antes de marcharse cogió como recuerdo el sujetador de Patricia y con su móvil les hizo una foto a las tres mujeres, que permanecían sobre el césped boca arriba, desnudas y completamente abiertas de piernas.
Comenzamos a vestirnos, nos dirigimos hacia donde habíamos dejado las bicicletas y regresamos al sendero para emprender el camino de regreso.

El quinto castigo se había cumplido. Faltaba el sexto y último, que traería un desenlace inesperado.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                          


 
 

Quid pro quo 4. Los pescadores.


                QUID PRO QUO 4. LOS PESCADORES.

Al día siguiente, domingo, Patricia y yo nos levantamos tarde, sobre las 13.00 horas.
El día era espléndido y la temperatura bastante elevada, de forma que esta vez improvisé sobre la marcha el cuarto juego: iría con las dos mujeres a una playa cercana en busca de más sexo para ellas. Estaba seguro de que, con algo de paciencia, se presentaría la ocasión adecuada.

Se lo comuniqué primero a Patricia y después llamé a la puerta del piso de Rocío. Tardó un poco en abrirme y la sentí comprobando por la mirilla de quién se trataba. Al ver que era yo, me abrió envuelta en una toalla: acababa de salir de la ducha y me dijo que pasara.
Ya dentro le comenté lo que tenía pensado y le pareció bien. Me pidió una hora para vestirse y comer algo. La única condición que le puse esta vez fue que no se pusiera la parte de arriba del bikini: quería que desde que llegáramos a la playa tanto ella como Patricia se quedaran en topless y a partir de ahí, a esperar acontecimientos.

Cuando volví al piso de Patricia, ella ya se estaba preparando. Entré sin tapujos en su habitación, cuya puerta estaba semiabierta, y la encontré desnuda, buscando en un cajón la braguita del bikini que iba a ponerse. Sacó una de color lila y se vistió con ella.

- ¿Te gusta cómo me queda?- me preguntó.
- Te queda perfecta- le respondí, mientras contemplaba cómo aquella prenda le sentaba como un guante, ciñéndose a su anatomía de forma sexy.

Se puso también una camiseta ajustada negra y unos shorts grises. Preparó una bolsa de playa con lo básico para pasar la tarde y me indicó que ya estaba lista.

Yo me dirigí a mi habitación y saqué de entre mi ropa guardada el único bañador que me había llevado para mi estancia en Granada: era tipo bermuda y de color rojo. Escogí una camiseta blanca y me puse unas chanclas de playa, completando así mi vestimenta.
Tras aprovechar la espera para comer algo, sonó el timbre de la puerta: era Rocío que ya estaba preparada, de modo que nos dirigimos hacia el garaje del edificio, pues nos desplazaríamos en el coche de Rocío. De camino hasta el vehículo no dejé de examinar su atuendo: llevaba una camiseta deportiva rosa de una conocida marca, unas mallas negras y unas zapatillas de deporte. Más que vestida para ir a la playa parecía equipada para la práctica deportiva.
Como sabía ya por experiencia que Rocío no usaba braguitas cuando usaba mallas, me fijaba con detalle en su trasero, tratando de averiguar si había hecho una excepción esta vez, pues no iba a hacer deporte, sino a pasar unas horas en la playa. Quería saber si en este caso llevaba la parte de abajo del bikini o no. Su culito estaba totalmente apretado por la lycra de las mallas y no había marca alguna de la parte de debajo de un bikini. ¿De verdad había sido capaz de no ponerse la braguita de una prenda de baño? ¿Pretendía tomar el sol completamente desnuda en una playa que no era nudista?
 
Nos subimos al coche y pusimos rumbo a una playa que Patricia conocía: según ella era una playa tranquila en verano, por lo que ahora, en primavera, lo sería aún más. Me pareció la mejor opción, pues una playa concurrida no nos serviría para pasar algo desapercibidos.
Nuestra intención era regresar antes de las 19.00, pues sobre esa hora la hija de Rocío, Silvia, volvería de pasar el fin de semana fuera, en casa de unos amigos. No quería que la chica sospechara nada.
 
Antes de las 16.00 ya estábamos en nuestro destino: una pequeña y tranquila playa de la costa granadina, sobre cuya arena apenas había personas tomando el sol. Tras aparcar el coche, caminamos hasta uno de los accesos de la playa. Bajamos hacia la arena y comenzamos a dar un paseo por la orilla.
Hacía mucho calor a pleno sol y no tardé en decirles a las dos mujeres que se quitasen sus camisetas. Ellas se desprendieron de esas prendas y se quedaron en topless, tal y como habíamos acordado. Yo también me despojé de la mía y, tras guardar las camisetas en la bolsa de playa, continuamos el paseo por la orilla, luciendo ambas mujeres sus senos desnudos.
Al poco tiempo nos cruzamos con dos hombres de cierta edad, que no desaprovecharon la ocasión para deleitarse mirándoles las tetas a las dos mujeres. Pero no me parecieron lo suficientemente apropiados para utilizarlos como “víctimas” de mi juego, así que continuamos con la caminata.

De pronto, a lo lejos, aparecieron dos pequeñas barcas varadas en la arena, junto a la orilla. Al acercarnos más vi que eran de dos pescadores que regresaban de practicar la pesca. Analicé la zona y comprobé que por allí cerca no había nadie más, excepto aquellos pescadores y nosotros.
Me pareció la ocasión perfecta para desarrollar el cuarto juego y más aún al ver que los dos hombres ya se habían percatado de que se les aproximaban dos mujeres en topless y no dejaban de mirarlas.
Entonces les hice un gesto a Rocío y a Patricia para que se detuviesen, cuando ya estábamos a la altura de los dos pescadores. Uno de los hombres tendría unos 50 años y el otro era un joven de unos 25 años. Se quedaron perplejos al ver que nos habíamos detenido junto a ellos y miraban sin pestañear y de forma descarada los senos de ambas mujeres.

- ¿Se ha dado bien la pesca?- les pregunté para romper el hielo.
- Bueno, no ha estado mal- respondió el más joven.
- Aquí mi aprendiz, que como siga así va a terminar siendo mejor que yo- apostilló el otro hombre.
- ¡Vaya calor que hace hoy!- exclamé.
- Sí. Y esto es lo que nos espera ya de aquí en adelante- puntualizó el hombre maduro.
- No sé vosotras, pero yo voy a darme un baño ahora mismo. No aguanto más este calor- les dije a Rocío y a Patricia.

Las dos mujeres ya intuían lo que les estaba queriendo decir con eso. Así que Patricia soltó la bolsa sobre la arena, se bajó sus shorts, los metió en la bolsa y se disponía ya a acompañarme en el baño, únicamente ataviada con la braguita del bikini.
Por su parte Rocío, haciéndose la ingenua, me comentó:
- Yo os acompañaría, estoy también sudorosa y acalorada, pero no llevo la parte inferior del bikini.
- Mujer, báñate con las braguitas que lleves debajo de las mallas, no va a pasar nada- le replicó Patricia.
- Es que no llevo nada debajo de las mallas. Me las he puesto sin ropa interior para estar más cómoda. No sabía que iba a hacer tanto calor y que se me iba a apetecer darme un baño, si no….- continuó diciendo Rocío.

Miré a los dos hombres y en sus caras se reflejaba una mezcla de sorpresa y expectación por ver cómo acababa todo.

- Bueno pues, entonces, báñate con las mallas puestas o quítatelas y hazlo desnuda: no creo que estos dos hombres se vayan a asustar por eso- le comenté.

Rocío se quedó unos instantes en silencio, hasta que por fin se llevó las manos a la cintura y empezó a bajarse lentamente la prenda. Los dos pescadores no daban crédito a lo que estaban viendo: esa mujer se estaba desnudando por completo delante de ellos sin ningún tipo de pudor, como si fuera para ella algo natural. Su coño depilado quedó a la vista de todos y la mirada de ambos desconocidos se clavó rápidamente en el sexo de la mujer. Cuando ésta terminó de quitarse las mallas, las introdujo en la bolsa de Patricia y se fue metiendo poco a poco en el agua junto con su amiga y conmigo.

Los dos hombres permanecían inmóviles en la orilla y desde su posición no perdían detalle de lo que hacíamos dentro del mar, a la vez que esperaban que volviéramos a salir para poder gozar de nuevo del cuerpo de Rocío y de las tetas de Patricia.
Tras varios minutos de un baño refrescante, decidimos salir del agua. Pero mientras se había estado bañando, Patricia se había quitado la braguita lila del bikini y salía con ella en la mano, para mayor perplejidad y disfrute de los dos pescadores. Ahora contemplaban también el coño peludo de Patricia completamente empapado por el agua del mar.
Los pezones de ambas mujeres habían reaccionado a la temperatura algo fría del agua y estaban totalmente duros y alargados.
Ya fuera del agua, Patricia comentó mientras exprimía la parte inferior del bikini:

- Espero que se seque a tiempo antes de irnos.

Y puso la braguita a secar sobre la bolsa de playa.
Los dos hombres iban vestidos con camiseta y con bañadores tipo bóxer, ajustados, negro el del joven, azul el del maduro. Los pantalones los tenían dentro de la barca, para que no se mojasen. Una simple mirada a su entrepierna bastaba para darse cuenta de lo excitados que estaban ambos: sus miembros erectos eran contenidos a duras penas por los bañadores. Las dos pollas se intuían grandes, especialmente la del hombre de más edad. Tanto Rocío como Patricia las miraron una primera vez de forma disimulada, luego una segunda ya de forma tan descarada que los dos hombres percibieron que sus vergas habían atraído la atención de aquellas dos mujeres.
Para facilitarles las cosas y no ser una especie de obstáculo entre las dos mujeres y los dos hombres, les comenté lo siguiente:

- Bueno. Yo voy a dar un pequeño paseo continuando hacia delante y así terminó de secarme. Vuelvo en unos minutos.

Comencé a alejarme de allí, dejando a los cuatro solos. Los hombres estaban empalmadísimos y se quedaban con Rocío y Patricia desnudas a escasos centímetros de ellos.
Tras recorrer unos metros giré la cabeza y comprobé que los dos pescadores se habían quitado ya la camiseta y que se disponían a hacer lo mismo con el bañador. Segundos más tarde se quedaron en pelotas, mostrándoles a ambas mujeres las pollas duras y tiesas. Rocío se sonrió y con su mano derecha palpaba la verga del maduro y con la izquierda la del joven. Por su parte, pude ver cómo Patricia se llevaba la mano a su coño y se lo empezaba a acariciar, mientras fijaba su vista en los dos miembros que tenía ante sí.
Continué alejándome unos metros más hasta que de nuevo quise comprobar cómo se estaban desarrollando los acontecimientos. Me volví a girar y los cuatro se habían subido a una de las barcas. Desde mi posición y mi lejanía ya no podía ver lo que ocurría entre ellos, así que decidí volver sobre mis pasos y acercarme de nuevo hacia los cuatro.

Cuando llegué a la altura de la barca, me encontré a las dos mujeres tumbadas en su interior en tal postura que se estaban lamiendo el coño mutuamente. Los hombres se hallaban sentados junto a las mujeres y ninguno de los cuatro se inmutó al verme otra vez allí. Los pescadores contemplaban, extasiados, la escena que les estaban regalando las dos mujeres, mientras el maduro pasaba sus dedos una y otra vez por su empalmada polla.
De la bolsa de Patricia saqué mi cámara de fotos y comencé a grabar a los cuatro, para inmortalizar también este juego.
Mientras sucedía todo esto, ninguno de nosotros se percató de que por la parte derecha, paseando por la orilla, se aproximaba una mujer. Cuando me di cuenta, se encontraba ya a escasos diez metros de la barca. Era tarde para poder reaccionar y disimular: esa tipa iba a sorprender a las dos mujeres y a aquellos hombres completamente desnudos y en plena orgía sexual. Dudé si avisar a los demás, para que al menos pararan con su tocamientos, pero opté por callarme: me apetecía ver cómo reaccionarían los cuatro y, sobre todo, la mujer que se acercaba.
Pocos segundos después, la mujer, de unos 35 años, morena, con un bañador completo de una pieza de color celeste, de estatura mediana y con dos grandes senos ocultos bajo la ceñida prenda de baño, llegó a nuestra altura.

Primero me miró a mí y después lanzó un vistazo al interior de la barca: allí seguían los cuatro como si nada y pese a que todos, excepto Patricia, ya se habían percatado de su presencia, pero no se inmutaron. Les dio igual verse sorprendidos por aquella mujer.

- ¡Joder!- fue lo primero que articuló la inesperada invitada. Yo creía que a continuación nos diría y nos llamaría absolutamente de todo, pero me equivoqué: se quedó allí delante, quieta, mirando cómo los pescadores estaban magreando ya a las dos mujeres. A la recién llegada se le empezaba a adivinar en su rostro cierta satisfacción y gusto por lo que estaba contemplando.
Mientras el más viejo se centraba en Rocío, el joven se afanaba en complacer a Patricia: le chupaba los pechos y le mordisqueaba los pezones, a la vez que tenía pegada su mano al sexo de la mujer. El maduro, en cambio, le comía con afán todo el coño a Rocío, que gemía y jadeaba de placer.
Acto seguido, los dos hombres hicieron que Patricia y Rocío se bajaran de la barca y se tumbaran sobre la arena. Posteriormente fueron ellos los que se apearon de la barca y se situaron delante de ambas mujeres. El de mayor edad le abrió las piernas a Rocío y le metió primero uno, después dos y por último un tercer dedo en la vagina. Empezó a penetrarla así, provocándole leves gritos de placer a la mujer.
El aprendiz, por su parte, cogió de la barca una botella pequeña de plástico vacía y empezó a metérsela lentamente por el coño a Patricia. Los gritos de ésta aumentaban a medida que la botella se hundía más en el interior de su sexo.

Miré hacia nuestra “invitada” y me di cuenta de que se había soltado las tirantas del bañador y se lo había bajado por debajo de los pechos: estaba allí con todas sus tetazas al aire, tocándoselas y rozando con la yema de sus dedos los pezones rosados.
Patricia seguía siendo penetrada por la botella que manejaba el joven y le gritaba a éste que no parase y que lo hiciera más rápido. Él obedeció y aumentó el ritmo de la penetración. Patricia jadeaba ya sin parar, dio un par de gritos fuertes y alcanzó el orgasmo. El chico mantuvo unos instantes más la botella en el interior del coño de Patricia hasta que, finalmente, la sacó empapada de los flujos vaginales de la mujer.
 
El otro pescador había dejado de penetrar con sus dedos a Rocío, la agarró por los muslos y empezó a introducir su verga en el coño ya húmedo de la mujer. No tardó nada en enterrar su miembro por completo y en comenzar un mete y saca, primero lento, pero que pronto fue ganando en intensidad y en velocidad.
El aprendiz estaba haciendo ya exactamente lo mismo con Patricia: cuando volví a mirar hacia ellos, el joven ya tenía toda su polla dentro del sexo de la mujer.
- ¡Prepárate, que no voy a para hasta inundarte de leche ese coñito tan caliente y mojado que tienes!- exclamó el chico.
 
La mujer que se nos había unido estaba acariciándose su sexo por encima del bañador y sus gruesos labios vaginales se le marcaban perfectamente sobre la lycra de la prenda.
Se llevó así un buen rato hasta que comprobé cómo una mancha empapaba el bañador a la altura de su coño, señal inequívoca de que se acababa de correr. Entonces se sentó sobre la arena, esperando quizás probar alguna de las pollas.
Los dos hombres seguían satisfaciendo los coños hambrientos de Patricia y de Rocío. Ambos embestían cada vez con más ímpetu y sus cuerpos estaban cubiertos de sudor. El joven comenzaba a dar síntomas de que no aguantaría mucho más sin correrse. Empujó varias veces, gimió reventando de placer, sacó su polla del coño de Patricia y le dijo al otro que hiciera lo mismo. Éste obedeció y acto seguido se intercambiaron a las mujeres: el joven hundió su verga en el coño de Rocío y el maduro metió su hinchado miembro en la vagina de Patricia. Habían apurado tanto, que casi no les dio tiempo a nada más: segundos más tarde el joven comenzó a gritar que se corría, que no aguantaba más y poco después empezó a gemir de placer mientras descargaba todo su semen en el coño de Rocío. Casi a la vez, el otro le gritó a Patricia que se preparase, que estaba a punto de correrse: enseguida la mujer recibió el espeso líquido de aquel hombre en lo más profundo de su cuerpo.

Los cuatro se quedaron agotados, pero satisfechos y bien servidos. Yo paré la grabación y me acerqué hasta la otra mujer, que aún permanecía sentada sobre la arena, observándonos. De un fuerte tirón le quité definitivamente el bañador, húmedo por los flujos de la propia mujer. Ella tenía su sexo completamente depilado y los labios vaginales estaban enrojecidos de todos los tocamientos que se había hecho ella misma.
Comencé a chuparle todo el clítoris y entonces ella me dijo:

-¡ Por favor, para! ¡No sigas! Mi marido me está esperando al principio del paseo marítimo. Se ha quedado allí sentado, mientras yo daba el paseo. No quiero que se dé cuenta de que ha ocurrido algo extraño.

Yo le repliqué enseguida:

- Creo que ya es algo tarde para eso. Hueles a sexo y más que vas a oler cuando termine de follarte. Tenías que habértelo pensado antes de pararte a mirarnos. Eso te pasa por curiosa.

Sin darle opción a que se lo pensara más, comencé a acariciarle los dos enormes senos con los pezones totalmente empitonados. Deslicé mi lengua desde la boca de la mujer lentamente por su cuello, por sus tetas, por el ombligo hasta llegar a su sexo ardiente y pegajoso, chorreando flujo sin parar, líquido que lamí, gustoso, con mi lengua. Después, ella se metió en su boca toda mi verga hasta el final. Agarré a la mujer de los pelos y me dediqué a empujar su cabeza hacia adelante y hacia atrás, acompasando los movimientos de su felación. Ella, insaciable, trataba de chuparme hasta los mismos testículos. Me estaba proporcionando tal placer que sabía que, si seguía así, me correría enseguida dentro de su boca. Le pedí que parase. Ella accedió, pero me dijo que quería que la penetrase por detrás, que se lo había pedido muchas veces a su marido, pero que él siempre se negaba.

Quise complacer a la mujer, por lo que se puso a cuatro patas y con delicadeza empecé a meterle toda mi tranca por el ano. Al principio me costó un poco que se deslizara, pero enseguida aquel agujero se tragó por completo mi polla. La pobre mujer gemía de dolor, pues estaba siendo estrenada por el culo. Mis movimientos dejaron de ser lentos y suaves y se transformaron en enérgicos y rápidos. Los gemidos de dolor de la mujer iban en aumento y me pidió varias veces que parase, pero no le hice caso. Seguí dándole por el culo una y otra vez hasta notar que mis testículos estaban a punto de reventar de dolor. Di un par de empujones más y mi semen comenzó a llenar el ano de la mujer, que ahora, por fin, suspiraba aliviada. Hasta que no solté la última gota no le saqué mi polla. Tras hacerlo, el semen empezó a chorrear hacia afuera, resbalando por los muslos sudorosos de la mujer.
 
Fui el primero en comenzar a vestirme. La mujer a la que acababa de follar por el culo quiso hacer lo mismo y se disponía a coger su bañador. Entonces le dije:

-Espera un momento. Tu bañador me lo quedo yo. Quiero llevarme un recuerdo tuyo. Colecciono prendas íntimas usadas de las mujeres con las que follo.
-¿Y yo qué me pongo? ¿Cómo quieres que vuelva a donde está mi marido?- me preguntó ella nerviosa.
Le acerqué la braguita del bikini de Patricia y le dije:
- Ponte esto. Es lo único que te puedo ofrecer.
- ¿Estás loco? ¿Quieres que haga el paseo de vuelta en topless y que me presente así ante mi marido y con una braga de bikini que no es mía?- me replicó.
- Ése es tu problema. Tú sabrás qué explicaciones darle a tu esposo. ¿Has disfrutado, no? Pues algo te tiene que costar- le respondí.
Resignada se puso la parte inferior del bikini y así, en topless, y oliendo a semen, emprendió la vuelta por donde había venido.

Los dos pescadores permanecían sentados sobre la arena, mientras Rocío y Patricia comenzaron a vestirse, una con su camiseta y sus mallas, la otra con su camiseta y sus shorts como únicas prendas.
Abandonamos la playa y llegamos a casa poco antes de que lo hiciera la hija de Rocío, evitando así que sospechase algo.

El cuarto juego había terminado. Ya sólo restaban los dos últimos para que las dos mujeres pagaran por lo que habían hecho conmigo.